El barrio cubano, los CDR y los “guarapitos meapostes” de Fidel Castro. (I)

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Para nosotros los cubanos el barrio es fundamental. Nadie puede amar a la patria sin antes sentir y sufrir por ese pedazo de “tierra” que es el lugar donde nacimos y pasamos nuestras vidas o parte importante de ella.
No importa si es en la ciudad o en el campo, el barrio para los cubanos es la primera noción de vida, pertenencia, ilusiones, sueños y país. Lo hicimos nuestro desde el mismísimo día en que nuestros padres nos dieron permiso para salir a jugar a la calle: “sal pero no te salgas de las esquinas”, marcándonos un área geográfica que, a partir de esos instantes, amamos incondicionalmente para toda la vida. Fíjese que cuando usted piensa en Cuba lo que le viene realmente a la mente es el barrio donde creció.
En la cuadra encontramos a nuestros primeros amigos, algunos después fueron los de siempre, otros fueron y vinieron dependiendo del camión de mudanzas de Roberto “el cojo”, también nos dimos los primeros puñetazos (si te dan les das pero aquí no me vengas llorando, yo parí un hombre…) y saboreamos los duro fríos de fresa inventada de la Gallega, les “robamos” los mangos a Eusebio y le gritamos insultos, y después nos mandábamos a correr, al chivato de Pedrito muerdelengua.
Pero los juegos eran deliciosos: a los escondi’os, al pega’o, al burrito 21, a policías y ladrones, al quimbe y cuarta, a la una mi mula, el papalote, al trompo, a la chapa, al taco y al cuatro esquina, sublime creación popular desencadenante de las más altas pasiones.
Recuerdo que en los apagones de mi infancia nos sentábamos en el portal, por el fresco nocturno, y armábamos historias para sobrellevar la oscuridad hasta que éramos sorprendidos por los gritos: ¡ataja rascabuchador, ataja…! Y se formaba el corre corre mas delicioso que uno, a esa edad, podía desear. Los hombres agarraban sus palos de linchar, las mujeres sus gritos y nosotros la inocencia, pero todos corríamos desaforadamente como si viviéramos los tormentos de un carnaval lúdico, era algo indescriptible. Por suerte nunca agarraron a ninguno de estos tipos porque el espectáculo hubiera sido horrible.
En todo barrio cubano que se respete hay un cine, digo, había, y era lo más lindo y fresco que alguien pudiera imaginar. En el cine de mi barrio vi por primera vez unos senos y unas nalgas de mujer sin ropas, cuántos sueños agitados en la soledad de mi adolescencia y en la oscuridad de mis rincones. Incontables e innombrables hasta que llegó el primer amor, el de verdad, el que se podía tocar con las manos, con los pies y hasta con el alma.
Y como siempre, para despertar, tan, taratan, tan, tan: “en cada barrio Revolución”.
Con el cuento de los mercenarios, los sabotajes, las bombas y los marcianos Fidel Castro inventó los Comités de Defensa de la Revolución. La organización más mortífera, divisoria de los cubanos, de doble moral, nido de ratas, informantes, instrumento represivo, odiosa, inútil, explotadora y maligna que alguien pueda imaginarse.
Continuará…

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