La dictadura castrista es sádica, cruel y “descojonantemente” homófoba.





Ayer fue el día del orgullo gay en la ciudad de Toronto y como cada año se celebró con un imponente desfile donde nos integramos todos para compartir un sentimiento de igualdad y para demostrar que las preferencias sexuales no convierten a los seres humanos en “extraños”.
Esta fiesta, aunque muy alegre y divertida, siempre me provoca un sentimiento de tristeza porque, lo que debió ser algo tan normal como el amor entre personas del mismo sexo, ha tenido que convertirse en un acontecimiento por ser un “logro alcanzado por la humanidad” en materia de igualdades sociales.
Pero bien, así van las cosas.
Cuando yo era un niño, allá en Cuba, recuerdo que los homosexuales eran despreciados y reprimidos como lo peor de la sociedad comunista. Ese sentimiento revolucionario se convirtió en bandera y transformó la mentalidad del cubano de tal manera que exacerbó sus valores machistas hasta los límites del ridículo pero también de la maldad, del desprecio, de la intolerancia y de la depredación social. Tal es así que todavía hoy, cuando los ciber-defensores del castrismo te atacan, lo primero que te dicen es maricón.
La dictadura cubana es homófoba, triste y bochornosamente homófoba aunque trate de aparentar otra cosa, que a nadie le quede la menor duda. Lo llevan calado hasta el tuétano, en el alma, como quien porta un letrero lumínico, fosforescente, verde olivo, como una de esas vallas propagandísticas del socialismo anunciando el sagrado concepto revolucionario de que la “hombría” de un hombre se mide por el peso de sus testículos. Triste pero cierto.
La dictadura cubana es homófoba empezando por quien fuera su máximo líder, aquel “Hércules” de perfil griego e imagen varonil, a quien utilizaron y lanzaron al mundo como prueba de gallardía, valor y como parte de toda una campaña de la izquierda internacional, en pleno recrudecimiento de la guerra fría, queriendo presentar y exaltar a este “héroe” caribeño, “macho y remacho”, como la verdad más tangible de que un “hombre” puede vencer al imperialismo norteamericano, a las tiranías de derecha más feroces, al demonio que llevamos dentro y “a quien sea”.
De toda esa mierda panfletera se sirvió Fidel Castro para consolidar su imagen de “hombre fuerte” dentro y fuera de Cuba. Muchos le creyeron y lo apoyaron sumándose al carnaval de reconocidos y prestigiosos artistas, intelectuales, políticos y hombres de negocios que reconocieron y legitimaron públicamente a este sujeto y a su “revolución victoriosa”. Era la nueva ola del “progreso social” que empezaba a gestarse a principios de los 60s del siglo pasado.
La década de la revolución de los “hombres”.
Fidel Castro y sus barbudos de la Sierra Maestra entraban perfectamente en este concepto, “hombres a todo”, de puro pelo en pecho, que habían derrotado al imperio sin apenas armas ni municiones, a “cojones limpios”, eran la nueva imagen del valor aunque muchos aseguraban que en realidad eran sólo una pandilla de malolientes degenerados.
Una vez en el poder quisieron “limpiar” la patria de todo aquel que no tuviera su mismo tufo. Persiguieron sin cuartel, y con cuartel, a los cubanos de buenas maneras, a los de voz chillona y a las de voz grave y envalentonada, a los pensadores, a los de vestir diferente, a los de caminar alegre y amar distinto, sobre todo a estos últimos que: “son los más peligrosos porque son una lacra del pasado y un rezago del capitalismo”.
Entonces inventaron al hombre nuevo, macho, macho y re-macho, que habla fuerte y camina derechito y ajustado, que hasta tiene un bigotico y se viste con pantalón corte recto y camisita a cuadros (algún día alguien tendrá que explicar por qué en los 70s y 80s sólo vendían camisas a cuadros en las tiendas). “Lindo, muy lindo, este es el verdadero revolucionario, el que nos va a representar ante el mundo, el mejor ejemplo de un patriota y el que va a demostrar que los cubanos de ahora, los de la revolución, amamos para un sólo lado.”
Por eso “inventaron” los campos de concentración para enderezar el amor y convertirlo en “decente”, llevaron a cumplir trabajo forzado, en condiciones infrahumanas, a hombres que no comulgaban con su gallardía y no querían ser “nuevos”, ni revolucionarios ni comunistas, sólo amar, vivir con la verdad de sus corazones y pensar libremente como tantas veces predicó nuestro Apóstol.
Cuba, bajo la tutela de estos sicarios “testiculares”, se convirtió en un gran campo de batalla contra la “blandenguería”, las debilidades del carácter, los torcimientos del alma y las flojeras ideológicas. La segregación de todo tipo a que fueron sometidos muchos de nuestros compatriotas es también prueba del sadismo, la intolerancia y la crueldad de hombres que decían eran portadores de la verdad y la vida.
Muchos se tragaron a pulso sus preferencias sexuales, sus inclinaciones y sus emociones, sobre todo estas últimas, tuvieron que vivir una vida doblemente reprimida porque: ¿Cómo conseguir trabajo, integrarse a la sociedad, estudiar en la universidad o ser aceptado socialmente si los revolucionarios ni son ni pueden ser maricones?
La dictadura cubana es malditamente homófoba, cruel, intransigente y despiadadamente intolerante. Lo será siempre porque esa es su razón de ser y su esencia, nunca cambiará aunque usted oiga ahora conguitas oficiales, discursitos de “igualdad” de género y banderas de muchos colores ondeando pero sin mucho viento que las sople, sin mucha verdad tras palabras “civilizadas” y sin mucho amor por el sólo hecho del amor.
Triste.
Ricardo Santiago.




1 comentario en «La dictadura castrista es sádica, cruel y “descojonantemente” homófoba.»

  1. EXCELENTE!!!!Ahora ser gay en Cuba es una gracia, como lo es ser católico o creyente pero bastante que le jodieron la vida a los homosexuales y los que profesaban una fé, ahi está la hijita del dictador en las «conguitas oficiales» haciendose la buena, que no lo es, como no lo es nadie en esa asquerosa familia, y mientras ella usa a los homosexuales cubanos y ellos de una manera frívola se dejan utilizar

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