La fealdad del castrismo exterminó la espiritualidad del pueblo cubano.



El castrismo es feo, horroroso, caraecrimen, repulsivo y hediondo. El castrismo es, sin duda alguna, la cosa más fea que existe en este mundo. No hay nada del castrismo, absolutamente nada, que denote belleza, hermosura o “simpatía para tus ojos”.
El castrismo es también un sistema operativo mental muy ridículo, chapucero, vulgar, antiestético, cochambroso, simplista, pedestre y papelasero.
El castrismo con su antipatía, su intransigencia, su rigidez y su prisión espiritual transformó de raíz lo hermoso de Cuba. Y lo hizo a conciencia argumentando que “defendía” al proletariado, que “apoyaba” a los obreros y campesinos en su eterna lucha de clases y que todo lo que fuera “bonito” tenía que ser erradicado de nuestro país ya que representaba los códigos del enemigo, algo así como que si te gusta el glamour, los buenos diseños, la exquisitez o el individualismo eres un tronco de contrarrevolucionario o una persona políticamente no confiable.
¡Dios mío que tendrá que ver el culo con la partitura!
A la diversidad de criterios del mundo libre, es decir, a la libre expresión del sublime intelecto, el castrismo contrapuso el realismo socialista como la única forma en que el proletariado podía acceder a la belleza. Y es natural, el genocidio de la dictadura castro-fidelista también se extendió a lo contemplativo ya que según estos asesinos, el cubano post 1959, solo debía tener ojos para las metralletas, las trincheras, las botas rusas, los desfiles socialistas, el algodón sin azúcar, las guardias nocturnas y los cartelitos “arengosos” de 29, 30, 31 y 32 pa’lante entre muchísimas aberraciones mas.
Terrible pero cierto. Sin ninguna vergüenza, sin ningún pudor y alardeando de que lo hacían en nombre del pueblo, la dictadura castrista barrió con el gusto del cubano por lo hermoso. El país se inundó de porquerías, de trastos, de escombros y de tantos desperdicios que el sentido común del cubano, a fuerza de mirar y ver tantas veces la mugre y el sarro pegado a la suela de sus zapatos, se volvió indolente y se acostumbró a que la ciudad, el país y la nación entera convivieran con las modernas “instalaciones” de excrementos, en cada esquina, como eternos performance a la improductividad, la ineficiencia, la indolencia y la puercada de una revolución socialista.
El cubano, desgraciadamente, terminó por aceptar, como algo normal, más que normal, que la inmundicia del cuerpo dominara lo excelso del espiritu, una costumbre muy difícil de eliminar y muy dolorosa de explicar.
Y digo esto porque ante la escasez de lo necesario para mantener los buenos olores el cubano tuvo que “echar mano” a cuanto invento pudiera salvarlo del fo, fo qué peste pues, según los nuevos códigos impuestos por la revolución del plan tareco, no importaba que no hubiera jabón, desodorante o pasta de dientes ya que era mejor ser un revolucionario “apestado” que un burgués “muy” oloroso.
Pero bien, la fealdad del castrismo inundó todos los sectores de la vida del cubano. La arquitectura socialista, por ejemplo, desplazó a las majestuosas construcciones de la “época del capitalismo” con los estrambóticos diseños de edificios cajones, sin ninguna funcionalidad, personalidad o singularidad pero que representaban el espíritu indomable del hombre nuevo, hechos a imagen y semejanza del gran “arquitecto” de la libertad, el Caraechichi de Birán.
La isla se abarrotó de nuevas “ciudades” construidas por el “esfuerzo” de la revolución y para el “disfrute” de sus hijos, de sus mejores y más aventajados engendros, los militantes del partido comunista, los vanguardias, los destacados, en fin, la fuerza de choque de la dictadura que era manipulada o chantajeada para ejercer el terror igualitico a las siniestras bandas paramilitares de los regímenes más represivos de la historia.
A partir de todas estas horribles construcciones alguien dijo: “La Habana, después de ver estos espantosos edificios construidos por esa revolución, se ha convertido en una gran aldea con características de ciudad”.
Me suscribo cien por ciento a esas palabras. Pero a mi juicio, en mi modesta opinión, La Habana, y Cuba entera, perdieron ese hermoso sentido que tenían de gran capital y de gran país para dar paso a una melcocha socio-política de milicianos sin fusiles, desfiles multitudinarios de “revolucionarios” histéricos, pancartas anunciadoras de la hecatombe universal, discursos guerreristas del militante pordiosero, la postración de la marginalidad mental, el abandono de la moral como parte de una ideología y el desinterés, la apatía, la desunión y el desconsuelo como los adjetivos mas “sublimes” de lo que significa ser un fidelista por siempre.
Repito: Estos hijos de puta castristas nos han podrido la Patria.
Ricardo Santiago.



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