La locura, la cordura y las “chancletas revolucionarias…”

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¿Qué que tienen que ver estas tres cosas? Pues nada y todo, depende de quién usted sea, cómo piense o si le gusta el congrí sin sal.
Pues bien, a mi juicio, en Cuba, estas tres cosas se manifiestan juntas en todos los desfiles, marchas, protestas y concentraciones políticas orquestadas por el régimen castro-come-moringa para rezongar, celebrar, condenar, festejar, exigir, vitorear, extasiar o desempolvar su engendro de Revolución “altruista”.
Confieso que en mi época de pre-universitario me dejé arrastrar a dos o tres de estas “orgias políticas”. La última, y es la que más recuerdo porque definió mi postura con respecto a estas aberraciones, fue la marcha de los 62 kilómetros. Estábamos en onceno o doce no logro precisar con exactitud. Esa mañana en el matutino nos formaron y después de soltarnos tremenda arenga nos dijeron que la participación era “voluntaria” y que a la hora de la salida pasarían lista para tomar la asistencia y determinar quiénes eran “los verdaderos revolucionarios, aguerridos estudiantes hijos de Fidel y con la moral más alta que el Turquino”.
Recuerdo que la salida fue a las 10.00 pm desde la misma escuela. Había muchos estudiantes, muchas risas, jolgorio y un entusiasmo incalculable porque: “estábamos en el centro de la historia” y sobre todo porque nuestros nombres “aparecerían en la lista de los nuevos milicianos sin fusil dispuestos a bla, bla, bla…”
Cuando salí de mi casa mi madre me dio una bolsita con un pan con “algo” una botellita con agua y muy circunspecta me dijo: “Camina todo lo que tú quieras pero cuida los zapatos”.
Quedé puesto y convidado. Nunca en mi vida pasé tanta hambre, frío, cansancio, sed y los puñeteros zapatos que me apretaban tanto, pero tanto, que me los tuve que quitar porque resquebrajaron mi moral, mis principios, mi dignidad revolucionaria y al Turquino: “que se lo metan por donde les quepa”.
Aprendí la lección con llagas, sangre, dolor, sufrimiento y una fobia que me ha acompañado por el resto de mi vida hacia los mocasines y a que me obliguen a hacer algo en lo que no creo o no estoy de acuerdo.
Nunca más, puesto y convidado, para mi nació y murió. No participé más, ni cuando el niño que por poco se ahoga en el mar y lo salvaron los delfines, hecho que se convirtió en el non plus ultra de la histeria colectiva y las manifestaciones populares más desquiciantes y malévolas que uno pueda suponer, que involucró a un montón de viejos y nuevos mentecatos que utilizaron el hecho para resaltar el chisme, el brete y la chusmeria nacional como rasgo predominante de “los que quieren justicia”, apoyando este disparate con marchas y cuanta mierda sirviera para alterarse, incluyendo a los medios de comunicación y el origen de uno de los programas televisivos más abominables en la historia de la televisión mundial.
Es que en Cuba estamos todos locos y a la vez más cuerdos que el carajo, no inventamos la gritería pero si le dimos connotaciones soberanas, la multiplicamos con o sin razón igualito que aquellas chancletas plásticas horribles y calurosas, hechas a la usanza de los comunistas, y que en más de una ocasión las usamos para no gastar los “zapatos de salir”.
¡Qué locura!

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