Las “brujas” de Raúl Castro y el conjuro maldito de la “revolución”.




Raúl Castro ha posicionado a todos sus jerarcas militares, sus “ambias” de travesuras y “maldades” revolucionarias, en los puestos más estratégicos de la dirección económica del país.
Este segundón octogenario, heredero por consanguinidad, por nepotismo y por desgracia del “vellocino de oro” que para ellos representa nuestra Cuba, quiere garantizar a toda costa su “money”, el de su denigrada estirpe, y tratar por todos los medios de que lo poco que produce la infraestructura nacional no se le vaya por el corrupto desagüe en que el polvo podrido de los infiernos, el tal llamado Fidel Castro, convirtió a la “Patria anegada en llanto”, al pueblo cubano y hasta al “perro con pulgas del hortelano”.
Para nadie es un secreto que la producción de bienes y riquezas, de cualquier cosa, en Cubita la maltratada, son una calamidad, un desastre, una vergüenza y hasta una venganza de esta tropa de corruptos incapaces contra la inteligencia y la lógica humana.
Estos condes, duques y marqueses vestidos de verde olivo han destrozado la otrora flamante industria azucarera cubana, la industria de la minería, la producción pesquera, la agricultura, la ganadería, la industria de derivados, los durofríos de fresa de la Gallega y hasta el pan con guayaba y queso blanco tan representativo de las meriendas cubanas.
El país entero es un desastre y Raulitin (como Rasputin pero peor) sabe que no puede darse el lujo de dejar escapar los pocos kilitos (o muchos, ¡vaya Usted a saber!) que llegan a las arcas del Comité Central del Partido Comunista, para ello se reúnen diariamente, en secreto, en algún siniestro local ubicado en los túneles bajo tierra de la estratégica “vía de escape para pinchos muy comprometidos”, a recitar el conjuro mágico que creen los salvarán de la justicia popular: “Juro, juro, que si de esta nos salvamos, a Raúl le partiremos el c…”.
Recientemente hemos visto el nombramiento de algunos hijos de estos altos militares en puestos claves de la economía, una muestra de que cuando al General se le acaban las estrellas pone barras porque cree le darán los mismos resultados, aunque dice mi amiga la cínica que es al revés, que al General: “le gusta que le den barra para poder ver las estrellas”. A mí no me crean…
Pero: ¿Quién asegura que estos nombramientos avalados por la consanguinidad imperial, comprometida y deudora le va a funcionar? O, como dice mi amiga la cínica, no le robarán sus buenos pesitos si al final todos ellos son una gran jauría de hienas “risueñas” devorándose las unas a las otras…, no por gusto les pega, como a nadie, el excelente epíteto de “Alí Baba y los 40 ladrones”.
Fidel Castro fue un demonio malévolo que utilizó ungüentos ponzoñosos para destruir a la nación cubana. Este “ser” de la oscuridad “cloaquera” interpretó como nadie el concepto de la ideología comunista donde dice que hay que promover a las personas más por su adicción a la “causa del proletariado” que por su talento y capacidad intelectual para desempeñar funciones importantes. Obviamente a Castro el muerto esta política le convenía porque: por una parte lograba que estos “dirigentes” le mostraran sumisión eterna y por la otra nunca le discutieran sus “ideas” en un país donde él era el único que tenía el derecho y el poder para pensar y decidir.
Esta ha sido una de las principales causas del desastre económico cubano, la promoción de las brujas del castrismo a puestos claves en la dirección del país, nombradas más por el “contenido” de sus brebajes y que por el efecto que provocan.
En la gran cazuela de la alquimia castro-comunista se cuecen las mayores desgracias de la nación cubana.
Hoy Raúl Castro es continuador de las satánicas “brujerías” del hermano. Al legado oscurantista de su antecesor, al maligno brebaje que significan esa revolución, esa dictadura y esa tiranía, adiciona un favoritismo y un sociolismo desvergonzados, se siente inmune y todopoderoso para hacer y deshacer a la vista de todos porque sabe, como nadie, que uno de los más grandes temores de los cubanos es que le “amanezca”, así como quien no quiere las cosas, un racimito de plátanos bien maduros, atados con una cinta roja, en la puerta de su casa.
Siá cara’…
Ricardo Santiago.




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