Los Castro han convertido a Cuba en una cueva de ratas y prófugos de la justicia.





Las arpías “revolucionarias”, los estafadores sin escrúpulos, los asesinos de la inocencia, los “guerrilleros” clandestinos de la izquierda atemorizada, fulanito “la bomba” explosiva, las vacas locas y desvergonzadas, el francotirador de los suspiros, los habladores de porquería internacionales y cuanto rastrojo humano tiene que enfrentar a la justicia en cualquier parte del mundo, entonces, como solución a sus desmanes y a su cobardía, huyen a Cuba, se esconden en La Habana, y todos, felices y muy contentos, amparados y bien recibidos por los Castro, por su pandilla de encubridores, sus meretrices de la ponzoña y sus maquilladores de delincuentes escurridizos.
La Tropicola de Birán, es decir, Fidel Castro, desde muy temprana fecha como principios de la década de los 60s del siglo pasado, inició en Cuba todo un programa de “protección de testigos” y albergó en suelo cubano a cuanta crápula necesitaba esconderse de la justicia internacional, sobre todo de la de Estados Unidos.
Su prepotencia, y su empeño por destacarse a nivel internacional en el enfrentamiento frontal y público contra la potencia más poderosa de la tierra, le hizo creer que podía convertir a nuestro país en santuario de “los más buscados por el FBI”, de etarras descontrolados y de gatillo alegre, de guerrilleros citadinos con más muertos que vivos, de revoltosos de rosca izquierda, de narcotraficantes sin vergüenza, de asaltadores de caminos y a muchos tramposos de programas de salud con disparatadas y dudosas cuentas millonarias.
Sin permiso de los cubanos los Castro hicieron de nuestra patria querida un redil de sátrapas, delincuentes, asesinos y vagabundos internacionales. Muchas notificaciones y denuncias recibieron de parte de agencias, organismos, instituciones y personas alertando o pidiendo la extradición de este o aquel peligroso y connotado bandido con cara de yo no fui, pero siempre, a modo de justificación, les daban la misma “inocente” respuesta: “Noooooo, nosotros no los hemos visto… ¿Tu los has visto Raulín?”.
La perfidia castrista no conoce límites. La ilegalidad y la impunidad con que actúan estos sujetos es extremadamente peligrosa, lo mismo esconden en el territorio nacional cubano un cohete con ojivas nucleares, que les mandan armas camufladas entre sacos de azúcar a un narra arrebatado y esquizofrénico, que le abren las puertas de su casa a un ladrón de bancos, a Superman si se vuelve comunista o le dicen a Nicolás Maduro que: “Cuando la caña se te ponga a tres trozos echa pa’cá que el cuartico esta igualito…”.
Raúl Castro es un real estate sin licencia, un acogedor ilegal de bandidos que actúa de espaldas al pueblo de Cuba. Fiel a la política de su hermano, el polvo-muerto o el muerto-polvo, como más les guste, de recibir y amparar a la “mojonera” del socialismo del Siglo XXI, allana los caminos para recibir, en breve, al monigote número uno de Las Américas, al tiranuelo Nicolás Maduro.
En la vida real no les queda otra, ellos lo inventaron y ahora se lo tienen que comer con papas.
Nicolás Maduro, el saltimbanqui venezolano, tiene, urge, amerita, le corresponde, precisa, merece enfrentar la justicia de su pueblo, debe pagar por los asesinatos cometidos por su tiranía contra los niños, jóvenes, hombres y mujeres venezolanos, por su mediocridad y su servilismo hacia sus patrones cubanos, por cada disparate, palabra pronunciada, risita burlona y pasillitos salseros que ha manifestado en público, así como responder y devolver todo lo robado y saqueado al tesoro nacional venezolano aunque, en el camino al patíbulo, tenga que escuchar el grito popular de: “Ahorquen a ese desgraciado mastodonte…”.
Los cubanos debemos cerrar filas y denunciar la injusticia, tenemos que evitar que esa pandilla de facinerosos castristas siga permitiendo que Cubita la triste sea el veraneo y el “relax” de toda esa crápula maloliente, de que asesinos, ladrones, descarados, sinvergüenzas y dictadorzuelos mal encajados se refugien en nuestro país para no enfrentar la justicia de sus pueblos o sencillamente: “Para que el médico me vea este granito que tengo aquí que me duele mucho…”.
No cubanos, no lo permitamos, de Cuba deben irse todos esos delincuentes empezando por los Castro, démosle su propia medicina con aquello de que “se vaya la escoria” y pongamos un stop a tanta desvergüenza porque, entre otras muchas, pero muchísimas cosas, “La Habana no aguanta más…”.
Ricardo Santiago.




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