Los “vivas” y las muertes de Fidel Castro, el Monstruo de Birán.



Fidel Castro tiene que pasar a la historia con un epíteto igual, o mucho más siniestro, que con los que se conocieron a muchos de los criminales de guerra nazi.
Quiero dejar bien claro, porque muchos critican mi persistencia en la denuncia a esta bestia asesina, depredadora y carroñera, que mi lucha por desenmascarar la aberración de este ser maligno y sus reales intenciones contra Cuba y los cubanos, se debe, por si nadie se ha dado cuenta, a que Fidel Castro mantiene, aun después de muerto, su pérfida represión contra el pueblo de Cuba encarnada hoy en cada defensor del castrismo en las redes sociales, en cada esbirro que asedia a las Damas de Blanco y a los opositores pacíficos, en cada carcelero y torturador, en cada policía, militar o “intelectual” que alza su arma y su “alma” para mantener en el poder a esa tiranía, en cada chivato, profesional o del movimiento de aficionados, prestos a denunciar a quienes se niegan a ser esclavos, en cada comemierda que sin venir a cuento repite yo soy Fidel, en cada…, cada…, cada…, en fin, en cada uno de nosotros que preferimos el silencio aunque nos toque de cerca el despreciable estigma de ser cómplices de esa brutal tiranía.
Fidel Castro ideó e implantó el castrismo en nuestra Patria. Fidel Castro centralizó en un sistema operativo “gubernamental” lo peor del pensamiento dictatorial de la historia de la humanidad para consolidar en Cuba un poder totalitario, despótico, unipersonal, “monologuero” y que le permitiera a él, y solo a él, ejercer el control total de toda una nación.
Sí, porque al final de esta interminable pesadilla que vivimos los cubanos, el castrismo no es más que un mal encaba’o “sistema operativo” pensado para justificar y legalizar la inoperancia, el sociolismo, la chusmeria, la malversación, el adulterio político, las delaciones, la cobardía revolucionaria, la improductividad, la destrucción, el adoctrinamiento, la mala y escasa leche, el miedo y lo tuyo es mío y lo mío es mío y solo mío.
Los nazis idearon los campos de concentración, entre muchísimas cosas, para matar, doblegar y esclavizar, mediante el trabajo forzado, a sus enemigos políticos y de clase. El castrismo, por su parte, como el alumno más aventajado del nacional-socialismo alemán, convirtió a Cuba completa en un gran campo de concentración, con el mar y el diente de perro como alambradas de púas, con disímiles sub-campos interiores diferenciados para homosexuales, disidentes, libre pensadores, rebeldes con causa y el peor de todos, para el cubano simple, de pueblo, desprotegido y humilde que carga sobre sus espaldas de hombre-patria toda la malevolencia y la irracionalidad de ese vil y asqueroso “sistema de los humildes y para los humildes”.
Cuba definitivamente es, y que a nadie le queden dudas, un brutal, horrendo y criminal campo de concentración desde 1959. Y Fidel Castro no fue más que un caudillo cafeconlechero, continuador de la tradición del “hombre fuerte” latinoamericano, dispuesto a matar por tal de mantener un estatus alcanzado a través de la violencia, la traición, el engaño y la muerte.
Pues bien, como todo caudillo que se respete, esta garrapata de los potreros de Birán, se rodeó de “poetas, cantores y pintores” para crear un mito al cual el pueblo adorara hasta el paroxismo, la histeria, la ceguera y el pudín de pan. Así los cubanos fuimos testigos de la repetición indiscriminada de cuanta mierda salía de su boca, de “hazañas” del “héroe invencible” allende los mares de “agua dulce”, de comparaciones fantásticas con poderes sobrenaturales porque, según nos decían en la escuela, era el único hombre capaz de enfrentarse, él solito, al imperio más poderoso de la historia.
Pero todas puras mentiras. Con los cuentos de los 600 atentados que le hicieron y de los cuales siempre salió ileso, con que cada una de sus “geniales ideas” fracasaban porque los sabotajes del enemigo las frustraban, con que era un hombre humilde y sacrificado, un altruista y un “presidente” proletario, muy proletario, nos durmieron a los cubanos por más de 50 años y al final el tipo no fue más que un vive bien, un sinvergüenza y uno de los hombres más ricos del mundo.
Hasta de la muerte del cabecilla de la revolución de los traidores hicieron un show político-carnavalesco, pero ese será tema de un segundo comentario.
Continuará…
Ricardo Santiago.



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