Por eso me fui de Cuba.

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Un amigo nuevo, no cubano, honesto, sensible y cándido me pregunta con mucho respeto: ¿Por qué te fuiste de Cuba?
Normalmente yo siempre respondo a esta pregunta con un discursito que me he aprendido con los años y que es el resultado de las muchas rabias e impotencias acumuladas por no soportar la vida en un país donde la vida misma es insoportable.
Discursito a parte ahora me doy cuenta que la respuesta a esta pregunta es bien compleja, muy complicada y difícil, y me imagino que lo será también para muchos cubanos que como yo un día decidimos dejarlo todo y embarcarnos en la gran aventura de nuestras vidas: el exilio.
No voy a entrar en causas, consecuencias y motivaciones del por qué las personas emigran en el mundo, esto lo dejo a los científicos, yo sólo me limitaré a responder la pregunta de mi nuevo amigo querido con la mayor honestidad que permite mi memoria y mi decencia.
Sólo un dato que siempre me ha gustado: El hombre primitivo “emigraba” en busca de mejores condiciones climatológicas, mejores zonas de caza, pesca y en general mejores condiciones para la vida, con la suerte de no necesitar pasaporte, permisos de entrada, de residencia, permisos de trabajo y “permisos de salida”.
Los cubanos somos patriotas en el más grande de todos sus significados, no hay un cubano que yo conozca que no me diga que ama a Cuba, que la añora, que la extraña, que la sueña, que la llora y que la sufre.
La cubanía es un sentimiento que está por encima de ideologías, pataletas políticas, gobiernos eternos y caducados, dictámenes judiciales, leyes mal nacidas, imposiciones mezquinas o constituciones oportunistas.
La cubanía es un pan con guayaba y queso blanco, un guaguancó, una buena rumba, un guarapo bien frio, un café colado con tetera, una mulata, un negro, un blanco, un chino, un sol que raja las piedras, agua pa’ Mayeya, el mar, un trago de aguardiente, la mujer de Antonio, el Malecón, el parque del pueblo, el aguacero y los vientos de Mayo, un bolero, los Industriales, la novia y el novio, los vecinos, sentarse en el portal de la casa o en la calle a conversar, los tamales, jugar cuatro esquinas, el ciclón del 26, el choteo, el doble nueve, un puerquito asado, el barrio, la cerveza fría, los durofríos de la Gallega a 0.20 centavos (en mi época), la poesía, la Iglesia, el santero y la espiritista, la hora que mataron a Lola, los rolos y las chancletas, el primer amor, el arroz con leche me quiero casar, el pudin de mi madre y todo lo que Usted quiera agregar y que le traiga los mejores recuerdos.
Con todos estos argumentos Usted entenderá cuán difícil resulta para un cubano abandonar la Patria, desprenderse de todo, cerrar los ojos y sentir que va a perder la vida que vivió y que amó así, de un tirón. En mi caso fue una decisión largamente manejada con mi esposa, debíamos hacerlo para sacar a nuestros hijos que, en la vida real, era la causa fundamental de nuestra “locura”.
Ahora en el tiempo me doy cuenta que uno vive en Cuba de a poquito, de hora en hora, que el futuro no existe y que la gota a gota de esos instantes mal vividos son los que te llevan a querer emigrar, a querer cerrar la puerta tras de ti y tirar la llave lo más lejos posible porque todo lo que respiras es mentira, es falso y es sólo una promesa que, lo sabes bien, nunca la van a cumplir.
Pues si mi amigo muy querido, por eso me fui de Cuba, y aunque me duele en el alma reconocerlo sigue siendo por ahogo, tristeza y un poco de cobardía…




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