Yo digo que en Cuba se fusionan los principales componentes de la decadencia, es decir, se produce una mezcla imperfecta entre ingredientes generadores de las peores emociones que pueden sufrir los seres humanos, y cubanos, se funden los sufrimientos en tu alma y la mía, se juntan los dolores físicos y espirituales, las penurias más traicioneras, las adversidades más perversas y se acoplan, en indecente concubinato, sentimientos tan letales y tan destructivos como son la tristeza y la desilusión.
No es menos cierto que el cubano, muchos seres cubanos, de hecho, hemos logrado sobreponernos a tan dañino cóctel molotov de malas emociones y hemos conseguido salir adelante, unos con más trabajo que otros, hasta el punto en que hoy podemos gritar a los cinco vientos que somos ciudadanos con algo, con un poquito o con muchísima libertad de “amor” en nuestros corazones.
Porque la vida, a nosotros, lo que se dice a los nacidos y “moridos” en esa isla de desgracias infinitas, no nos la puso fácil, es más, yo diría que se ensañó a lo bestia con un pueblo que vivía y moría tranquilo en su alcohólico y épico relajo, en su eterno verano y gozando de lo lindo orgulloso de tener, antes de 1959, una de las economías más prósperas del mundo.
Por eso nunca voy a entender en qué momento metimos la pata hasta reventarnos los huevos, cuándo fue que dejamos de ser avispados para convertirnos en tontos de capirote y cuándo, en nombre y apoyando a una revolución de sabe Dios qué, colgamos el rostro de la elegancia para ponernos la máscara de la chabacanería, dejamos los buenos olores para untarnos la peste a chivo muerto, cambiamos las buenas palabras por el reguetón y nos subimos al Pico Turquino, a la montaña más alta de Cuba, con la intención de ser más revolucionarios que nadie.
Y ahí comenzó a soplar el huracán de nuestra propia desgracia. Se hizo la oscuridad para una nación entera, llegó la mediocridad a un pueblo que lo tenía casi todo, que lo dejó todo, todo, todito, todo, para convertirnos en unos verdaderos Juan sin nada, para que el mal olor se transformara en la principal industria del entretenimiento, para que anduviéramos en taparrabos, con el culo al aire, con banderitas del 26 de Julio metidas entre las nalgas y la sed, la falta de agua, un pueblo sin un manantial que se respete, nos dejara a todos, a absolutamente todos, con un fusil, con una guadaña, con unas trincheras de piedras vacías de ideas y con una tremenda desilusión bajo el brazo o atravesada en nuestras gargantas de tragar en seco.
Pero, aun así, con la desgracia delante de nuestros propios ojos, decidimos seguir adelante, decidimos marchar como zánganos en celo tras un fantoche disfrazado de militar sin méritos y apoyamos, aun a costa de la felicidad de nuestros hijos, y de la nuestra, un proceso, a un régimen, a una maldita ideología, que nos llenó la Patria de huecos, los calzoncillos de agujeros en el corazón, las medias sin elásticos, las ollas sin carne con papas, al manicero sin maní, a las leyes de la República sin sentido y sin ton ni son, a los pecesitos sin calandraca, a la verbena sin la paloma y al tuerto, tuerto, sin el otro ojo para ver de lejos, para discernir entre el churre y la lavanda, entre la mugre y el sentido común.
Yo sigo sin comprender tanto absurdo, me devano mi materia gris, mis neuronas de pensar, intentando encontrar lógica a tamaño desastre antropológico, a tan grandísimo disparate existencial, a tan monumental involución ética, estética, poética y de circunnavegación alrededor de este sol que raja las piedras, a tantos estrafalarios echa pa’trás Tribilín sin hueso y a tantísimos oscuros momentos en que gritamos, hasta desencajar la lucidez y la cordura de nuestros maltratados cuerpos, viva la revolución, viva el socialismo, viva fidel, patria o muerte y abajo el imperialismo.
Cuba, la tierra castro-comunista, es hoy un país que vive sin vergüenza, que no tiene reparos en mendigar hasta el oxígeno, que corrompe todo cuanto toca y que se desvanece frente a un mundo que, por obra y gracia de la inteligencia y la práctica como mejor criterio de la verdad, avanza a pasos gigantes y se separa abismalmente de nosotros.
Nada, amigos, estamos condenados, somos la execración de esta civilización y si no actuamos pronto, para sacudirnos del alma la desgracia, la mala suerte y la traición, nos desparramaremos, para siempre, en este amargo precipicio.
Ricardo Santiago.