El mal hábito de algunos “líderes opositores” de hablar por todos los cubanos.

Es terrible, es absolutamente aterrador e ilegal, tanto ética como moralmente, que alguien, que algún ser humano o cubano, de esos que se paran en los espacios públicos a “discursar”, de esos que salen por la televisión disertando sobre todo, sobre nada o, como ahora, por las redes sociales tratando de convencernos de los que todos ya sabemos, oírlos hablar en nombre nuestro, es decir, en nombre mío o tuyo, escucharles decir mi pueblo o nuestro pueblo y, lo que es peor, lo que resulta realmente desvergonzado, que se crean nuestros representantes sin que nadie los elija para ese cargo o les autorice tan solemne menester.

Porque, si usted lo analiza bien, si usted es capaz de defender con uñas y dientes su espacio “reservado”, la individualidad es sagrada y nadie, absolutamente nadie, puede venir a hablar a nombre nuestro sin que nosotros le demos el consentimiento, lo nombremos como nuestro eunuco de las mil voces o lo votemos en las urnas de la democracia como nuestro líder o como “administrador” de nuestros deseos.

Pero, parece, que el mal está hecho, parece que la realidad supera los poderes reales otorgados por nosotros y hoy vemos, con total normalidad, cómo algunos personajes, de esos que se hacen llamar líderes, organizadores, representantes, secretarios, presidentes y un montón de denominaciones jerárquicas más, se atribuyen descaradamente el poder para hablar a nombre de todos los seres cubanos o esgrimir criterios totalitarios y abarcadores justificando sus arengas diciendo que mi pueblo esto o nuestro pueblo esto otro.

Y la raíz de este asunto tan enfermizamente posesivo, digo yo, está en el castrismo mismo. Desde Enero de 1959 los cubanos asistimos, muchos sin que nos diéramos cuenta, a la desaparición de todo un país por parte de una maquinaria sanguinaria, criminal y obscena, que devoró, sin ninguna contemplación humana, toda nuestra individualidad creadora, todo nuestro sentido de pertenencia y todo el derecho que teníamos, que nos habíamos ganado con qué buena República era aquella, a ser cómo quisiéramos, a pensar lo que quisiéramos y, para mi lo más importante, a pertenecer o a ser lo que nos diera nuestra real gana.

De la noche a la mañana dejamos de ser seres cubanos para convertirnos en revolucionarios, para ser milicianos, para ser internacionalistas, para ser macheteros vanguardias, para ser propiedad de un régimen que, mediante la fuerza, mintiendo a trocha, mocha, a cortes de cañas de abajo y de un solo tajo, reprimiéndonos las ganas de llorar y adueñándose hasta de nuestros suspiros, nos hizo a todos parte indisoluble de una maldita revolución de los apagones que nunca nos dio derechos y sí nos atiborró de muchas, pero de muchas, obligaciones marxistas-leninistas.

No existe un solo dictadorzuelo del castrismo, en cualquiera de las dependencias o niveles represivos de esa amarga y eterna tiranía, que no hable en nombre del pueblo cubano, que no exprese con patriotismo de manigua el sentido de propiedad que tiene ese socialismo de alcantarillas sobre cada uno de nosotros o que no se arrogue el derecho, el izquierdo y el del centro, de tomar decisiones por mi, por ti o por todos los que están aquí.

Pero, ok, esa es la naturaleza esclavista del castro-comunismo, esa es la licencia para matar que les legó el cambolo de Santa Ifigenia a esa pléyade de corsarios y piratas del erario público cubano y con esa autoridad sobre nuestras vidas llevamos la friolera de más de sesenta y seis larguísimos años de andares y cantares revolucionarios pero, entones, porqué algunos de nuestros “líderes” del exilio se empeñan en imitar tamaño salvajismo posesivo, porqué insisten en hablar en nombre de los demás sin que nadie les otorgue ese derecho cívico, porqué persisten en la mala costumbre de sentir que pueden pronunciarse en nombre mío o tuyo sin ser designados por ti o por mi, nada, como dice mi amiga la cínica, éramos mucho y parió Catana.

Yo defiendo el derecho universal de que cada cual sea como quiere, piense lo que le dé la gana y hable por quien le otorgue ese sagrado derecho. A lo que me niego, rotundamente, es a que personas encaramadas en historias sin demostrar se roben mi «patria potestad» y aparezcan por ahí, por donde ellos logren colarse, a decir que vienen en nombre mío y que lo que ellos digan va a ser aceptado por mi, para eso y Por Eso Me Fui De Cuba, así de simple…

Ricardo Santiago.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »