Todos los días agradezco a Dios, y a mi madre, que no me dotaran con “atributos políticos”, ni que me dieran la “gracia” de los buenos periodistas, ni que me hicieran “analista” de la actualidad nacional e internacional, ni que me proveyeran del don de hablar en “videos-lives”, ni siquiera que me convirtieran en un “comunicador” que comunica, ni en un historiador de la historia que absuelve o que juzga o, para no hacer esta lista muy cansina, que me convencieran de que soy un tipo inteligente, pues sin ser nada de lo antes mencionado, y mucho menos creérmelo, me permito ser con humildad un tipo, otro “hombre sincero”, que cuenta sus vivencias, desde la perspectiva de un cubano de infantería, sin involucrar a nadie y con la suerte, con la muchísima suerte, de hacerlo con libertad, pues no debo nada ni permito que me digan qué tengo que decir o qué tengo que callar.
Es que Por Eso Me Fui De Cuba.
Yo siempre digo que la verdad, nuestra verdad, primero que todo, debemos empezar por creérnosla nosotros mismos, es decir, tomar “eso” que afirmamos como algo personal, muy personal, para que así podamos estar convencidos de los análisis que emitimos, de las opiniones que damos, de los criterios que formulamos, de los hechos o las personas que juzgamos e, incluso, de las “pregunticas” que hacemos que, a veces, por no estar muy bien fundamentadas, sacan de quicio a quienes tienen que responderlas y, en muchas ocasiones, provocan exabruptos, malas palabras y “fajasones”.
La gran mayoría de los seres cubanos, los que nacimos después del 1 de Enero de 1959, cuando nos vamos de Cuba, con independencia de las razones que expongamos, exilio, emigración o “descaro”, arrastramos con nosotros un montón de malformaciones espirituales, que nos inculcó el castro-comunismo como parte de sus programas de envenenamiento social, para que viviéramos en una sociedad creada y diseñada por un sujeto (fidel castro) que lo único que quería era que todos pensáramos como él, lo siguiéramos a él, nos comportáramos como él, habláramos como él, nos gustaran los micrófonos como a él, lo aplaudiéramos a él pero que a su vez no comiéramos lo que comía él, no viviéramos donde vivía él, no disfrutáramos lo que disfrutaba él, no le dijéramos lo que nos decía él y no tuviéramos el money, la mascada, los billetones o el baro que tenía él.
Yo confieso públicamente que cuando me fui de Cuba lo hice como un “normal” emigrante, salí por ese aeropuerto con una maleta repleta de fantasías y con un hambre del carajo.
Fue aquí donde me convertí en exiliado pues para demostrarle a mis hijos las magníficas oportunidades que les ofrecía el “capitalismo salvaje” y comparándolas con las que yo tuve en Cuba, fue que tomé conciencia real de que mi vida, la de mi madre, la de mi padre, la de mi familia, la de mis amigos y la de casi todos los seres cubanos, en nuestro país, es una reverendísima mierda porque vivimos controlados por una feroz dictadura, una cruel tiranía, que fiscaliza alevosamente la existencia de todos, absolutamente de todos, seamos quienes seamos, tengamos lo que tengamos y pensemos como pensemos.
Después me ayudó mucho el acceso libre a Internet y descubrir esa historia nuestra y del mundo que el castrismo tanto se empeña, pero tanto, en ocultarnos, es decir, empecé a oír anécdotas, confesiones, leer testimonios, visionar documentales y películas que me “abrieron” los ojos y me largaron a contar, sin pretensiones de escritor, periodista o historiador, Por Eso me Fui De Cuba.
En este ejercicio de narrar mis experiencias, que son también la de muchísimos cubanos, por eso algunos me dicen que yo cuento lo que todo el mundo sabe, pero a mí no me importa porque mi boca es mía y quien se aburra que no las lea, aprendí que nuestro mayor problema es que los seres cubanos no sabemos, o no queremos, ser libres, que aun cuando “rompimos” con el castrismo continuamos comportándonos como “hombres nuevos-nuevecitos” pero a la “democrática”, que igual mantenemos nuestras actitudes beligerantes, la maldita intolerancia hacia quienes no piensan o no son como nosotros, que nos gusta imponer nuestros criterios, nos desquician las “pandillitas” o las piñitas o, lo que es peor, aceptamos sin chistar que venga otro caudillero mequetrefe pidiéndonos que coticemos veinte pesos mensuales para su “movimiento político”, ahí viene Lola con su movimiento, y queriéndonos convencer sobre, según él, qué es mejor para nosotros y para una Cuba “capitalista”.
¡Ay cubanos, seamos libres como individuos y la libertad de Cuba caerá por su propio peso! Después “construiremos” la democracia que más nos convenga a todos pues talento se sobra en Cuba y en este bendito exilio también.
Ricardo Santiago.