Por los desfiles del 1 de Mayo.
¿Que qué tienen que ver estos tres “estados de la conciencia” en un país dominado por una dictadura? Pues nada y todo, depende de quién usted sea, cómo piense, cómo actué, cómo sea su moral, si sencilla, doble, triple o si le gusta el congrí sin sal, el café agua’o o las mariquitas zocatas.
Pues bien, a mi juicio, en Cuba, estas tres “variedades del alma” se manifiestan juntas en todos los desfiles, marchas, protestas y concentraciones políticas orquestadas por el régimen fidelista-leninista y sus seguidores croqueteros castristas para rezongar, celebrar, condenar, festejar, exigir, vitorear, extasiar o desempolvar cualquier acontecimiento que le “interese resaltar” a este engendro de dictadura castro-enteritis.
Confieso que en mi época de pre-universitario me dejé arrastrar a dos o tres de estas “orgias políticas”. La última, y es la que más recuerdo porque definió mi postura con respecto a estas aberraciones, fue la marcha de los 62 kilómetros.
Estábamos en onceno o doce grados, no logro precisar con exactitud. Esa mañana en el matutino nos formaron y, después de soltarnos tremenda arenga, nos dijeron que la participación era “voluntaria” y que a la hora de salida pasarían lista para determinar quiénes eran “los verdaderos revolucionarios, los más aguerridos estudiantes, los hijos de Fidel y los que tenían la moral más alta que el Pico Turquino”.
Recuerdo que la salida fue a las 10.00 pm desde el mismo pre-universitario. Había muchos estudiantes, muchas risas, jolgorio y un entusiasmo incalculable porque: “estábamos en el centro de la historia” y porque nuestros nombres “aparecerían en la lista de los nuevos milicianos sin fusil dispuestos a bla, bla, bla…”
Cuando salí de mi casa mi madre me dio una bolsita con un pan con “algo”, una botellita con agua y muy circunspecta me dijo: “Camina todo lo que tú quieras pero cuida los zapatos”.
Quedé puesto y convidado. Nunca pasé tanta hambre, frío, cansancio y sed en toda mi “revolucionaria” vida, y los puñeteros zapatos me apretaron tanto, pero tanto, que me los tuve que quitar porque resquebrajaron mi moral, mis principios, mi dignidad patriotera y el Turquino: ¡Que se lo metan por donde les quepa!
Con aquella alocada, desquiciada y absurda “caminadera” patriótico-militar aprendí la lección del socialismo, del fidelismo y del pan con salsita de tomate con llagas, sangre, dolor y sufrimiento. La “nacionalista” experiencia me dejó una fobia hacia los mocasines que me ha acompañado por el resto de mi vida y, sobre todo, a que me obliguen a hacer algo en lo que no creo o no estoy de acuerdo, a tal punto que, hoy por hoy, y después de más de 35 años de aquel disparate emocional patriotero, todavía me asusta el “color rojo” hasta en el “cachú”.
Nunca más, puesto y convidado, para mi nació y murió allí mismo salvar la revolución y al socialismo. No volví a participar en otra de esas bacanales ideológicas del régimen ni siquiera cuando el niño que por poco se ahoga en el mar y lo “salvaron los delfines”, hecho que se convirtió en el non plus ultra de la histeria colectiva nacional y las manifestaciones populares más desquiciantes y malévolas que uno pueda suponer.
Esta locura desenfrenada involucró a un montón de viejos y nuevos croqueteros que utilizaron el hecho para resaltar el chisme, el brete y la chusmeria nacional como rasgo predominante de “quienes quieren justicia”, apoyando este disparate con marchas y cuanta mierda sirviera para alterarse, desquiciarse, alborotarse y despeinarse en contra del imperialismo, incluyendo a los medios de comunicación que parieron, a raíz de los hechos, uno de los programas televisivos más abominables en la historia de la televisión mundial: La mesa redonda.
Es que en Cuba estamos todos locos y a la vez más cuerdos que el carajo. No inventamos la gritería política pero si le dimos connotaciones soberanas, magnificas, bayuseras, moralistas y sin sentido. La multiplicamos con o sin razón igualitico a aquellas chancletas plásticas, horribles y calurosas, que vendían por cupón, hechas a la usanza de los comunistas y que, en más de una ocasión, tuvimos que usarlas en la calle para no gastar o que se nos rompieran los “zapaticos de salir”.
¡Qué locura! ¿Verdad?
Ricardo Santiago.