Nunca he podido explicarme cómo nosotros los cubanos nos transformamos en adoradores del tibor del socialismo, en qué momento nos arrastramos tras un caudillo de pacotilla hasta destrozarnos las “rodillas” y porqué dejamos de ser un pueblo feliz, respetuoso, amante del progreso y de la luz, para convertirnos en una masa compacta de obreros, de campesinos, de estudiantes y de intelectuales, aspirantes a comunistas sin carnet, candidatos a lameculos del hacha del verdugo y entusiastas empedernidos de las botas rusas, de las fosas sépticas reventadas en medio de la calle y de los apagones más largos del mundo.
Porque nosotros los cubanos, los seres cubanos, nunca tuvimos nada que ver con esa mierda de la lucha de clases, con ese tira y encoge del pueblo unido jamás será vencido, ni con el engaño, la mentira estrafalaria o la estafa de la propiedad colectiva para el disfrute de todos a partes iguales, a uno por cabeza y el resto pa’ la revolución que es la base de todo.
Decían los viejos de mi barrio que fue por una trampa del destino, es decir, porque estábamos demasiado entretenidos el 1 de Enero de 1959 espantando “mosquitos” y no nos percatamos que fidel castro, un delincuente con aureola de libertador del maní tosta’o, se hizo pasar por vencedor y nos mintió prometiéndonos elecciones libres, restaurar la Constitución de 1940 y devolvernos el estatus democrático que habíamos logrado como República: ¡Qué República era aquella!
Otros dicen que fue por nuestra maldad como pueblo, por errores que cometimos en el pasado y que un poder superior nos envió tamaña fuerza destructiva, una plaga apocalíptica para barrernos y desaparecernos del mapa, para que no fuéramos tan comemierdas y pagáramos por nuestros pecados.
Sean ciertas o falsas esas aseveraciones yo digo que este, el 1 de Enero de 1959, fue el justo momento en que empezó a soplar el viento de nuestra desgracia, nos embobecimos tras los discursos prometedores del jugo de guayaba al alcance de todos, de la mantequilla hasta para aceitarnos todo el cuerpo y de los sanguisis de jamón y queso pa’ comer y pa’ llevar, que no fuimos capaces de ver, de darnos cuenta o de percibir, que todo no era más que puro populismo, que era solo una zanahoria colgando de un hilito para conducirnos hacia el matadero como ganado feliz y cantando uniformados canciones protestas, pero derechitos hacia una muerte segura.
Y, sí, las muertes las tuvimos y las tenemos los cubanos de muchas maneras, de muchas formas y de todos los colores. La realidad que vino después fue diametralmente opuesta a la ofrecida por fidel castro pues de elecciones democráticas nada de nada y de la Constitución de 1940 si te he visto ni me acuerdo.
Dice mi amiga la cínica que con tanto entusiasmo y fervor revolucionario adquiridos al tremendo calor de Agosto y de las manifestaciones a favor del “gobierno revolucionario”, nosotros los cubanos cavamos con las manos nuestra propia tumba, nos construimos un panteón colectivo disfrazado de trincheras, de uniformes de milicianos, de comités de defensa de la revolución, de trabajos voluntarios y de adoctrinamientos masivos a la cuenta de con la revolución todo, contra la revolución nada.
Pero, a mi entender, fue peor que eso. Yo digo que esa transformación del hombre cubano y la mujer cubana en revolucionarios por embullo y por ignorancia fue, justamente, la que hizo que nosotros, como pueblo, empezáramos a sembrar los miles de dictaduras que hoy nos destrozan el alma, los miles de totalitarismos con los que hoy estamos obligados a subsistir y las millones de tiranías que hoy tenemos pues, si usted lo mira bien, en Cuba existen tantas tiranías como nacionales respiran dentro como en el exterior.
Esa es una realidad, el ser cubano aceptó una terrible dictadura, me incluyo, y a partir de ella, de tan abominable engendro, generó, como coneja en celo, las otras miles que hoy tenemos hasta desembocar en la peor, en la dictadura del hambre.
Yo siempre he dicho que los absolutismos y los caciquismos procrean en sí mismos la destrucción de la conciencia individual y dan paso a una especie de tontería colectiva que es la que permite que los pueblos sean manipulados, a las buenas o a las malas, por un aparato represor.
Nosotros los cubanos de hoy tenemos esa culpa, somos una dictadura colectiva que se manifiesta en nuestra intolerancia, en nuestra ceguera política, en nuestro despatarrado amor por las lentejuelas y en una excelsa comemierdería por lo superfluo, por lo banal y por lo irrelevante, así de terrible…
Ricardo Santiago.