¡Qué daño, pero qué daño, nos causó fidel castro a los cubanos!

Ah bueno, yo digo que si nosotros los cubanos, pudiéramos echar el tiempo atrás, y volver a la “alborada” de aquel fatídico 1 de Enero de 1959, lo mínimo que debíamos hacer, en nombre de Cuba y de nosotros mismos, y para salvarnos todos del futuro tan negro que nos aguardaba, es colgar de la primera mata de guásima, allí a la salida de Santiago de Cuba, a fidel castro, a sus principales cabecillas y adulones e incluyendo, por supuesto, a su hermano anodino, mezquino, insulso y amanerado de raúl castro, así de simple y patriótico.

Yo digo que así nos hubiéramos ahorrado muchas tragedias, muchos dolores, muchos sufrimientos, muchas desgracias, mucha sangre, muchas muertes y mucha mierda regada sin compasión por nuestros campos y ciudades.

Pero la ceguera política, el oscurantismo patriótico, la verdad con límites, la sopa que se toma o que se come y la comemierdería espiritual, de la mayoría del pueblo cubano, donde me incluyo por supuesto, fueron demasiado grande, demasiado relajada, demasiado superflua y demasiado cubaneo para mi gusto que, a la vuelta de muy pocos meses, dio al traste con nuestras ansias de “libertad” y nos puso a cantar el manicero encueros, descalzos y con una hoz y un martillo metidos en el mismísimo ce u ele o.

De la noche a la mañana los seres cubanos nos transformamos, mejor dicho, involucionamos a tal punto que preferimos bajar, destruir los carteles donde se anunciaba la buena vida, la prosperidad y el entusiasmo, para subir, enaltecer consignas, frases y “pensamientos” que, a la larga, significaron nuestra propia ofensa, nuestra debacle, nuestra esclavitud, nuestra sumisión a un líder y nuestro sálvese quien puede, pa’ cualquier parte del mundo, que aquí el que no salte es yanqui y esta porquería de socialismo no hay quien la soporte, quien la mastique y ni quien se la trague.
Y toda esa patraña del paraíso socialista muchos nos la tragamos, nos la bebimos y nos indigestamos lentamente, de a poquito, sin que ni siquiera nos diéramos cuenta que las cuentas no daban porque, como dice el dicho, dos más dos no siempre da cuatro, a veces da cinco.

La revolución castrista, devenida muy pronto en dictadura, nos acomodó y nos acondicionó el cerebro, mediante reducción de cráneo y succión de las neuronas de pensar, para que nosotros los cubanos fuéramos engendros unidireccionales, no viéramos más allá de nuestras propias narices y creyéramos que la única verdad de este mundo, lo único cierto y lo único salvador, eran las mentiras de fidel castro, lanzadas y repetidas hasta la saciedad, como si nosotros fuéramos máquinas, robots y no entes pensantes con derecho a tener nuestras propias ideas y, lo que es más importante, nuestro derecho al voto libre y secreto.

Los cubanos, en estas más de seis décadas de tan triste malaventura, hemos visto de todo pasar en nombre de una revolución y un socialismo que hacía aguas mientras el pueblo, tan cieguito como estaba, entregaba enormes cuotas de sacrificio y carretones de apretones de cinturones y de sogas en el cuello, mientras la gran casta dictatorial, y sus lambones más cercanos, se enriquecían y amasaban enormes fortunas, poderes ilimitados y culpas transiberianas, manchadas con la sangre y con las lágrimas de casi todos nosotros.

Y todo esto fue posible por nuestra cobardía colectiva, por nuestra apatía ciudadana, por nuestro constante escape de la realidad objetiva, por nuestro descomunal sentido del relajo nacional y por nuestra poca seriedad a la hora de entender que la libertad, la tan manoseada libertad por un bando o por el otro, empieza por nosotros mismos, es decir, es personal, es nuestra y no es colectiva.

Mucho daño nos ha hecho y mucha destrucción ha logrado el castro-comunismo metido en nuestros cerebros, en nuestros cuerpos y en nuestras almas. Los cubanos tenemos que reconocer, para empezar a liberarnos de esta maldad existencial, que fidel castro, de alguna manera, o de muchas maneras, nos ganó la batalla, logró modelarnos a su imagen y semejanza e hizo de nosotros, como pueblo, una masa compacta de damnificados eternos marchando cabizbajos, obedientes y perezosos, hacia su ideal de esclavos felices y de adoradores del verde olivo y del verde dólar, portadores de su letal influencia más allá de allende los mares, más allá del último rincón del mundo y un poquito más pa’llá de la Luna en cuarto menguante también.

Ricardo Santiago.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »