silvio rodríguez y el Alzheimer de la revolución del picadillo.



Me he propuesto no escribir otra palabra sobre este siniestro poeta que en el aire las compone, engendro de la parte más putrefacta de ese invento de revolución que, como gatica de María Ramos, un día dice ocho, otro día dice ochenta y ocho y, ahora, cuando parece que se acerca el final de su sumisión revolucionaria en esta bendita tierra, intenta negar cada una de las mariconadas que, en su juventud “poética”, lo caracterizaron como el más combativo de los trovadores castro-comunistas.
Yo digo que para que un ser cubano muestre tan libidinosas actitudes, así como si nada, tiene que tener la cara de palo, de hormigón armado o un miedo espantoso, terror, pánico a los cuentos que hemos oído del infierno y quiera salvarse, en el último momento, de no ir derechito pa’ la paila ardiente donde arden los hijos de puta más rastreros de toda la historia de la humanidad.
Parece que el trovador del 26 de Julio se ha vuelo tiquismiquis a última hora y quiere aliviar su trasero de tan caliente castigo, pero, la realidad, es que papelitos y firmitas hablan y cada vez que el tipo abre su juglaresca boquita es para echarse más mierdita encima y para demostrarnos a todos los seres cubanos que detrás de la belleza, de la poesía y de las más excelsas armonías, se esconde, también, la vileza, la cobardía, el oportunismo y la traición.
Yo digo, y que Dios me perdone, que lo de silvio rodríguez ya da asco, repugna, raya en una especie de anti-humanidad ha dicho basta y se inscribe, con letras absolutamente incomprensibles, en los marañones de la estancia más podridos de todo el universo creador.
Pero esto de la mala memoria, de la malísima memoria del subdesarrollo revolucionario, no es un mal específico de este bardo cobarde, no, para nada, es otra de las cualidades que caracterizan a los comunistas cuando les parece que los ríos suenan en otra dirección y cambian sus discursitos beligerantes por el de las damiselas encantadoras, seducidas y abandonadas, que tanto pululan en cualquier movimiento, partido o revolución de izquierda, izquié.
Es como si quisieran quedar bien con Dios y con el otro, como si ser lobos feroces no les bastara para sus tantísimas hijeputadas y se adueñan, también, de las pieles de ovejas para hacerse los chivos con tontera y que la justicia divina, o de los pueblos, no les pase por encima y los mande derechitos pa’ la letrina de la vergüenza.
Dice mi amiga la cínica que de tipejos como este, con su doble moral, su cobardía política y su echa pa’lante y echa pa’tras muy bien delimitados, está repleto el castro-comunismo, que esto no es nada nuevo y lo seguiremos viendo en la medida en que, por fin, las aguas negras de la historia se traguen para siempre al “yate granma”.
¡Qué buena imagen! La revolución del picadillo hundiéndose en una fosa séptica reventada de cualquier esquina de vecinos en la Cuba castrista, un espectáculo pestilente pero necesario al que todos los seres cubanos asistiremos porque la vida, la muerte y la esperanza, en nuestro país, no pueden continuar de esa forma tan represiva, tan abominable, tan absurda, tan revolucionaria, tan comunista y tan, tan, tan, tan, tan…
Por eso digo que silvio rodríguez no es ni el problema ni la solución del eterno conflicto entre el bien y el mal. El cantautor olvidadizo es un ejemplo más de hasta dónde pueden llegar los enemigos del pueblo cubano cuando se ven acorralados por la vida misma, de ahí que no debemos extrañarnos por tan bochornoso “mea culpa” en momentos en que los cubanos, la inmensa mayoría, estamos dispuestos a descargar ese inodoro que lleva tupido más de sesenta larguísimos años.
No, hermanos, no podemos creer ni confiar en arrepentimientos de última hora, quienes le hacen daño a los pueblos, quienes apoyan fusilamientos a modo de escarmiento, quienes organizan y orquestan mítines de repudio, quienes defienden con cancioncitas patrioteras al peor enemigo de los hombres, quienes, en fin, levantan la mano con su guitarra por unanimidad, no merecen, aunque supliquen, el más mínimo perdón de quienes hemos sufrido tamaño castigo.
Y así veremos a esos esbirros y traidores, uno a uno, tratando de pasar inadvertidos, haciéndose los suecos en un trópico que parte las piedras en muchas “mitades”, disfrazados de cualquier cosa por tal de que no los hagan tragarse sus propias porquerías, disimulando espantos y “olvidando” que un día, no hace mucho, eran unos comecandelas y los máximos gritones de patria o muerte, venceremos…
Ricardo Santiago.



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