En el Olimpo tropical dieron un golpe de estado y ahora manda, gime y llora un medio barbú que habla mucho, repite los mismos disparates una y otra vez y no se cansa de decir yo, yo, yo y: “Por un Olimpo socialista ganaremos la emulación celestial”.
Aun así el resto de los dioses y semidioses lo contemplan extasiados, asienten con sus cabecitas de inmortales “para siempre” cada una de las estrofas del nuevo himno pornochacumbelero, aceptan obedientes las exiguas migajas “divinas” que les ofrecen y, contagiados por el fervor Olimpo-revolucionario del todopoderoso Castreus, en franco frenesí cochambroso, gritan al unísono: Paredón, paredón, paredón…, provocando que se estremezcan los espurios cimientos del suntuoso palacio, con vistas a la tierra, construido sobre las nubes de un mes de Enero.
El Dios Castreus lo decide todo, lo controla todo y reparte los bienes de la eternidad a razón de “diez pa’ mi y uno pa’ ti”. Dice él que todo en el cielo forma parte de su reserva estratégica y que como Dios supremo de las galaxias acomodadas sólo él puede decidir a quién le toca y quién, si no le obedece ciegamente, sufrirá o morirá de cualquier patatús o condenado a ser encadenado al diente de perro costero para que “el cangrejito que salió del mar” le devore el hígado.
Castreus “convenció” a todos de que había que dar un golpe de estado en el Olimpo para acabar con el relajito celestial, la promiscuidad ideológica entre dioses y semidioses y la desobediencia civil entre los hombres de la tierra que ya estaba pasando, según su criterio, de castaño muy oscuro.
A las deidades espirituales “mas consagradas” les dijo: “Si no están conmigo están contra mí y los fusilo aquí mismo pa’l carajo…”. Obviamente la mayoría de ellos asintieron en silencio, cerraron los ojos, se metieron la lengua en el c…y se prestaron a obedecer disciplinadamente los portentosos disparates que comenzaron a salir de aquella “sacrosanta” boca.
Pero los hombres no, los hombres como siempre mostraron inconformidad por tener que cambiar sus cantos, sus rezos y formaron tal despelote en las calles, barrios y ciudades que el Dios Castreus tomó la decisión de someterlos a una prueba olímpica para que supieran de su furia incontrolable. Entonces haciendo uso de sus facultades como dictador, perdón, como deidad suprema, decidió someter a un cubano, que de casualidad pasaba por allí, a las doce pruebas sagradas para ver si era capaz de superarlas y así ofrecer a los hombres los perdones divinos.
La primera prueba que el Dios Castreus le puso a Hércules el cubano fue prohibirle la libertad de pensamiento. Lo condenó a vivir únicamente bajo su ideología sin darle otra opción, otra elección para decidir su futuro, el de sus hijos y no permitir que la confrontación de ideas provocara el verdadero desarrollo de los hombres: “O eres castreista o te mueres…”.
La segunda prueba fue tener que proveer a sus hijos con los alimentos básicos racionados, bajo control celestial y anotados en una libretica divina y eterna a razón de cinco libras de arroz por cabeza, tres de azúcar, leche hasta los siete años, ocho onzas de frijoles, papas cuando hay y pollo por pescado, todos una vez al mes y lo demás, lo otro, lo importante de verdad, a sobreprecio en los santos mercados agropecuarios, en las sagradas “tiendas recaudadoras de divisas” o, si te he visto, ni me acuerdo.
La tercera prueba fue el salario. El Dios Castreus le pagó a Hércules el cubano en un tipo de moneda, una especie de bonos “olímpicos” inmortalizados con los rostros de próceres sacros, pero le vendía lo necesario para vivir en otros bonos, también acuñados con patriotas, pero a colores, más bonitos, que para poder adquirirlos se los canjeaba a razón de veinticinco por uno, simplificando el salario del mortal a diez bonos a colores por mes, una conversión ininteligible y extraña que convirtió el salario de Hércules en el más bajo, ridículo y explotador del Olimpo entero.
La cuarta prueba fue una de las más difíciles, Castreus le racionó el agua potable y la electricidad al cubano Hércules obligándolo a vivir en condiciones infrahumanas por la escasez casi total de estos servicios. Quiso probar la paciencia del mortal condenándolo a subsistir sin el líquido sagrado y sin la energía de sus rayos poderosos para intentar doblegarlo, resumirlo, dominarlo, vencerlo y que acudiera a él suplicando por los perdones divinos.
Continuará…
Ricardo Santiago.