Tenemos que desprestigiar a los Castro hasta con las letras.
Esta es una guerra sin cuartel, esta tiene que ser nuestra lucha diaria, tenemos que ir con todo contra esos tipos para que el mundo no siga creyendo que estos asesinos son color rosa, o rojo desteñido, y continúen rindiéndoles pleitesías, los sigan protegiendo o sencillamente miren para otro lado para no reconocer que, de todas las formas y maneras posibles, estos abominables sujetos están cometiendo un genocidio, una masacre, un crimen de lesa humanidad contra los pueblos de Cuba y Venezuela.
Uno desde el infierno y el otro aquí, en esta tierra “anegada en sangre”, son los máximos responsables del “holocausto” migratorio cubano, de la pobreza física y espiritual que vivimos hace ya casi 60 años, de la tristeza que cargan en el alma generaciones enteras de nuestros compatriotas en Cuba y en el exilio, de la destrucción total de un país, del descalabro de una economía que otrora fue una de las más importantes del mundo y de la muerte en vida de quienes han perdido la esperanza porque entregan a diario su “poquito de fe” para conseguir un mísero plato de comida para sus hijos.
No, no podemos cansarnos, tenemos que hacer del desprestigio “el arma de la verdad”, tenemos que desenmascarar a esta familia con todo cuanto esté a nuestro alcance para demostrarle al mundo, al montón de “desentendidos” que todavía quedan por ahí, que los Castro y los cubanos son dos cosas bien distintas y diferentes, dos conceptos antagónicos, dos polos opuestos o dos enemigos definitivamente irreconciliables.
Quien quiera reconocer, apoyar y defender a estos hijos de puta que lo haga, está en su malsano derecho, pero sepa que al hacerlo se convierte en cómplice del asesinato, de la desaparición física y espiritual, de la muerte y del dolor de miles y miles de cubanos que fueron y son víctimas de una de las dictaduras más crueles y más “eternas” que ha existido en toda la historia de la humanidad.
¡Qué alguien me demuestre que los hijos y nietos de Fidel y Raúl Castro comen “pollo por pescado”!
¡Qué alguien se atreva a decirme que sufren las mismas necesidades y escaseces que nuestros hijos y nietos!
La llamada revolución de los humildes de Fidel Castro no es otra cosa que haz lo que yo digo, vive como yo te diga, come lo que yo te dé, piensa lo que yo quiero, habla cuando yo te diga, sueña mis sueños pero al revés, sacrifícate de por vida, muérete en silencio pero nunca aspires a tener lo que yo tengo porque te mato o te meto preso.
Esa es la vida que tenemos los cubanos en Cuba. Llevamos 60 años esperando por el milagro “salvador” de un socialismo que, perfeccionamiento tras perfeccionamiento tras perfeccionamiento tras perfeccionamiento se ha convertido en un feudo-capitalismo-castro-dólar-militar de estado que ha hecho desaparecer toda esperanza de prosperidad, de vida y de desarrollo económico para el pueblo cubano.
A la vida no hay que “perfeccionarla” tanto, la vida de los mortales es bien simple de entender, un trabajo acorde con la capacidad intelectual o profesional de cada cual, un salario respetuoso y decoroso, un país donde funcionen leyes justas para todos separadas de los poderes del Estado, democracia, acceso a las tecnologías y al mundo civilizado, respeto a los derechos humanos y a nuestras opiniones porque en definitiva los “gobernantes” son elegidos por nosotros y son empleados nuestros.
Lo otro, es decir, el castrismo, es pura dictadura, nepotismo, totalitarismo, abuso de poder, extorsión, estafa, manipulación, falta de respeto, el gato en la oscuridad, descaro y hasta una canción echada a perder.
El disco del castrismo se ralló el mismísimo 1 de Enero de 1959 y desde ahí nos han venido con el mismo cuento y la misma pituita de que la culpa de nuestras desgracias las tienen el “genocida y brutal bloqueo” del imperialismo yanqui, la ambición del rubio norte por apoderarse de nuestras riquezas, el salvaje capitalismo que nos quiere dominar, la leche que está perdida hasta en los centros espirituales, el condón que tenía un huequito y la cabrona “mariposita” del efecto mariposa.
Pues sí, a estos fulanos tintos en la sangre de los cubanos hay que también desprestigiarlos con todo cuanto esté a nuestro alcance, con las letras, las palabras, los recuerdos el pensamiento y el corazón, que cada oración nuestra contra estos bandidos lleve implícita nuestra denuncia, nuestra verdad, nuestro sufrimiento y dolor para que un día nuestra Cubita la bella se convierta en un país normal y podamos caminar otra vez por sus calles como ciudadanos libres de “polvo y paja”.
Ricardo Santiago.