El chivato castrista: “Cuidado, hay perro y muerde”.





La chivatería en Cuba es un mal generalizado y bien arraigado a la dictadura castro-comunista. Un engendro tan represivo como la revolución de Fidel Castro no habría podido subsistir, durante tantos años, sin el apoyo condicional o incondicional de un buen ejército de adulones, tracatanes, delatores, informantes, lenguilargos, flojos de piernas y chivatones.
A los cubanos nadie tiene que explicarnos qué es un chivato, es decir, ofrecernos una disertación científica del término porque todos, absolutamente todos, sufrimos o padecimos, en algún momento de nuestras vidas, la terrorífica acción de estos hijos de puta mal nacidos melcocheros del imperialismo castro-comunista.
En Cuba este mal es tan deleznable que hasta los chivatos son delatados por otros chivatos y estos a su vez por otros y así sucesivamente hasta provocar el efecto “lenguino” más dañino y repugnante que puede sufrir un país o una sociedad que pretenda ser coherente, decente y civilizada.
Dice mi amiga la cínica que la dictadura los cría en cochiqueras espirituales y cuando están bien cebados ideológicamente, saturados con la imagen del asesino en jefe, entrenados en todas sus doctrinas de mierda y las tienen bien metidas en sus minúsculos cerebros los reparten a razón de uno por cada tres o cuatro cubanos para que muerdan, agredan y vigilen en nombre de su ídolo y el de las porquerizas del socialismo. Para mi ella exagera un poco pero: “Cada loco con su tema”.
Los chivatos en Cuba ofrecen sus mezquinos servicios para obtener beneficios o prebendas de la “patria agradecida”. Cambian dignidad y decoro por jabón de baño o pasta de dientes porque es la única forma que tienen, estos pobres infelices, de lavarse las nalgas por lo menos un día sí y un día no. Incluso a muchos les basta con una simple palmadita en el hombro o alguna que otra medallita simbólica para que les cuelguen del pecho, a modo de genitales masculinos, y sentir algo de hombría porque, en la vida real, lo único que les cuelga a estos sujetos es la lengua embarrada de cerelac, para no decir algo muy asqueroso.
Algunos son públicos, notorios, conocidos y actúan con impunidad porque reciben la protección de la dictadura, de los órganos represivos del G-2 y del G-3.
Otros, los más peligrosos, hacen su labor desde las sombras informando a sus amos sobre la vida y obra de quienes le rodean, de sus compañeros de trabajo, sus vecinos, conocidos, amigos, familia y si fuera necesario hasta de la madre que los parió.
Los chivatones públicos que actúan a lo descara’o son asquerosos, nauseabundos, despreciables y repugnantes. No sienten vergüenza de la repulsa que causan en el resto de las personas y se pasean muy orondos exhibiendo su condición de intocables y de ser incluso más revolucionarios que el chivatón en jefe: “combatividad compañeros, combatividad”.
Fidel Castro fusiló a los chivatos que sirvieron a la tiranía de Batista, muchos de ellos lo hicieron por miedo, pero Castro no perdonó a ninguno, los mató a todos. Criticó y castigó con rudeza esta vil acción porque según él le costó la vida a más de uno de sus “valiosos compañeros”. En realidad se sabe que con este pretexto eliminó a muchas personas que les resultaban incómodas y así preparó al país para la gran patraña que estaba tramando.
Y yo pregunto: ¿Entonces los chivatos de ahora, los formados por la dictadura castro-comunista, son “fusilables” también? Esos que tanto daño han causado a los cubanos enviando a muchos hombres y mujeres a cárceles injustas, a la muerte, al escarnio público, a ser expulsados de sus puestos de trabajo, a recibir fascistas mítines de repudio y muchas otras formas represivas del amplio arsenal del castrismo.
El chivato revolucionario cubano es un oportunista consumado, esconde sus fechorías tras la delación a otros porque se aprovecha de que en Cuba los que vigilan nunca son vigilados. Roba a las dos manos donde quiera que puede y en el interior de su guarida se burla de los Castro y de su comunismo, pero cumple su función, le es útil a la tiranía porque, entre otras muchas cosas, sirve de instrumento de coacción contra el pueblo, de intimidación y de: “Cuidado, hay perro y muerde el muy hijoeputa”.
La chivatería no es una enfermedad, no es siquiera una actitud decente o responsable, humana o lógica, la chivatería es un arma alcahuetera utilizada por las dictaduras totalitarias, y valga la redundancia, para perpetuarse en el poder y reprimir las libertades de los seres humanos al sentirse vigilados constantemente. Es la muerte de la decencia y la transparencia entre las personas, un mal que daña de raíz a los pueblos, a las naciones y a la vida en sí misma.
¡Ay Fidel cuánto daño, pero cuánto daño le causaste a los cubanos!
Ricardo Santiago.




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