Impunidad, odio, venganza, impotencia, vocingleros del régimen, títeres envalentonados, chusmeria política y de la otra, abusadores, hipócritas y del clarín escuchad el sonido.
Realmente estas manifestaciones fascistas, criminales y cobardes empezaron en Cuba, sin que tuviéramos conciencia, en el mismísimo enero del 59 cuando los cubanos nos lanzamos a la calle a celebrar la huida de Batista. Después lo otro, lo que siguió a continuación, las concentraciones multitudinarias en la Plaza, los discursos interminables o más cortos en cualquier parte, los desfiles, las marchas agotadoras pero “revolucionarias”, las reuniones en los sindicatos, en los CDR, en las escuelas, todo, absolutamente todo lo que sirviera para gritar y para desviar la atención de las verdaderas intenciones que se estaban fraguando.
En 1980 estos repugnantes y cobardes actos terminaron de tomar forma cuando los sucesos de la Embajada del Perú y la posterior debacle nacional con la emigración de miles de cubanos por el puerto del Mariel. A alguien, por supuesto del gobierno, se le ocurrió que la mejor manera de demostrar la “pureza” de la Revolución, en estos “difíciles momentos que vive el país”, era enfrentar a cubanos contra cubanos, a hermanos contra hermanos y en definitiva a la Patria contra la Patria, no importaba, pero “hay que demostrarle al mundo que nuestro Fidel, nuestro padre, es más invencible que nunca”.
Huevos volando, piedras, insultos, heces fecales revolucionarias, golpes, puñetazos y patadas, palos, pedazos de cabilla, gritos, histeria, expectoradas comunistas, arengas, cantos, carteles y por supuesto la bandera nacional, usada indiscriminadamente y sin respeto porque es, y es bueno que lo sepan bien, el principal elemento de unidad entre todos los cubanos.
El régimen totalitario cubano no tiene escrúpulos. Nunca en Cuba, con ningún gobierno anterior, se vio semejante acto de barbarie nacional. Las hordas histéricas, o brigadas de respuesta rápida, o “pueblo uniformado”, descaradamente disfrazado, lastimando, agrediendo y arrollando cual carnaval sangriento, engalanados de impunidad y protegidos por las leyes nacionales con licencia para matar si fuera necesario, quién lo duda.
El colmo del paroxismo socialista, la cima de la “perfección” en materia represiva, la insensatez humana elevada a la máxima expresión, es el uso de niños en estos actos. No es nuevo en la historia de la humanidad, pero si en Cuba, “en la patria socialista tierra de Fidel”.
Los mítines de repudio son el arma más mortífera de la maquinaria castrista y ellos lo saben. Sus ideólogos no temen echarla a andar contra alguien o contra todos. Les da lo mismo. Les excita. La disfrutan.
¿Cuántos cubanos fueron y son víctimas de estos cobardes actos? ¿Cuántos cubanos fueron y son lesionados físicas y mentalmente por estos mítines revolucionarios? Contabilicemos, ayudémonos, creemos la memoria “mitinesca” para la no impunidad, en el futuro, de estos esbirros de la agresión y la violencia.