Los castristas son tan desvergonzados que no admiten las verdades aunque se las restrieguen en la cara, en el face, en la careta o en el mismísimo hocico.
Ahora resulta que de las agresiones sónicas a los diplomáticos norteamericanos y canadienses, en suelo cubano, se están lavando las manos como Juan Pirulero, están diciendo que de eso ellos no saben nada, que son nuevos, primos, puntos y comas cuando todo el mundo sabe de lo que son capaces estos caras de tablas cuando de hacer daño se trata.
Pero bien: ¿Si ellos no fueron, como quieren hacernos creer, entonces quién carajo fue? ¿A quién o a quiénes le van a echar la culpa esta vez? ¿A “los marcianos llegaron ya y llegaron bailando ricacha…”?
Para este tipo de agresiones se necesitan tecnologías que requieren un sofisticado ensamblaje y una estratégica posición geográfica para cumplir el “objetivo”.
¿Qué pasa, que ningún CDR vio un movimiento “extraño” e hizo la denuncia?
La realidad, la pura verdad, es que al castrismo no le interesa, es más, no le conviene tener buenas relaciones con el gobierno de los Estados Unidos. La “amistad” con los malos les jode el negocio de “las culpas de otros” y siempre van a buscar cualquier vía para que la enemistad, la distensión y la “inquina revolucionaria” sean los mejores mediadores con el vecino del Norte.
Por eso inventaron el, para decir el lema, uno dos y tres: “Cuba sí, yanquees no…”.
El problema es que los cubanos hemos pagado un alto precio por esa “frasecita” protestona, incluso la convertimos en emblema de la patria socialista y en bandera mucho más manigüera que la de la estrella solitaria.
Si de algo estoy seguro es que el pueblo cubano no la inventó, nosotros toda la vida fuimos respetuosos con los de afuera, recibimos a quienes venían y de donde vinieran con una sonrisa y los brazos bien abiertos, ¡eso sí era verdadera solidaridad!, la llevábamos en los genes como parte de nuestra nacionalidad y sin temor de que nos acusaran de flaquezas, “jineterismos” o diversionismos ideológicos.
Pero 1959 nos cambió de raíz, trastocamos el concepto de solidaridad por el de “ayuda a los pueblos hermanos” y con este perdimos nuestras buenas libritas de arroz, de café y “otras” que nunca se han podido ni se podrán contabilizar.
Lo de los americanos es distinto, lo de los americanos fue siempre la obsesión del líder de Birán, la tuvo constantemente en su mente y en su alma amasándola, fecundándola y fermentándola, nos hizo partícipes de su rabia personal y nos convenció de que sí, que eran nuestros enemigos y les teníamos que declarar la guerra a muerte, fueran militares, científicos, deportistas o turistas, sobre todo a estos últimos que vienen con la intención de restregarnos sus dólares y sus borracheras.
Cuba sí, Yanquees no, más que una simple frase significa el atraso y la destrucción de la nación cubana. Si Fidel Castro hubiera sido fiel a sus palabras, a sus largas peroratas, a sus bla, bla, bla y realmente hubiera estado preocupado por la felicidad de los cubanos, habría entregado el poder, convocado a elecciones libres y salvado la democracia y a la Constitución del 40, que es lo mismo que decir una Cuba próspera, sin tiranos y amiga de todo el mundo.
Pero no, nos metió a todos en sus bolsillos y nos lanzó a una guerrita eterna, por décadas amanecimos fusil en mano, medio durmiendo en trincheras o en campamentos inmundos que “fortalecían la moral de los revolucionarios”, privados de compartir con nuestras familias y con los ojos bien abiertos esperando la llegada de aviones, barcos y la furrumalla yanquee, imperialista y abusadora que nos acechaba: “pero si se tiran quedan”.
Nunca se tiraron y mucho menos quedaron, tuvimos que tragarnos las bravuconerías y tanto odio sembrado desde la oscuridad, tuvimos que digerir un tiempo enorme dedicado a los cañones en vez de emplearlo en producir, producir y recontra producir porque, a decir verdad, lo que sí nos llegó un día del tenebroso Norte, de esa “negra y maligna geografía”, fueron las mejores intenciones de cooperar en nuestro desarrollo económico y en convertir a Cuba en otra democracia de este planeta porque, entre muchísimas razones, su pueblo la está pidiendo a gritos…
Ricardo Santiago.
La frase ha recorrido el largo andar de la dinastía castrista y les ha servido para sembrar la repulsa y la sed de venganza contra el vecino del Norte y obviar la democracia.
Estados Unidos siempre ha sido la justificación perfecta para pertrecharse hasta lo inadmisible, y presentar un enemigo fantasma que acecha a diario y crearse esa imagen de víctimas del poderoso.
Para colmo hasta parafrasearon a José Marti y convirtieron a Washington en el monstruo de mil cabezas. Impusieron el traje de miliciano a todos los cubanos y la posibilidad de una guerra que subyace en el accionar del tirano.
El amor al VERDE les matiza la vida y no renuncian nunca a recibir importantes remesas que les llegan de 90 millas.
AHORA quieren presentarse una vez más como los únicos inocentes y perjudicados en los ataques acústicos.
Me recuerdan a Poncio Pilato, con la anuencia de que al lavarse las manos, permitieron, que otros «amigos» se encargarán de la acción.