Un pan decente, responsable y “comible” no es sólo un masacote de harina de trigo horneado a la buena de Dios o por expertas manos, es, esencialmente, una de las conquistas más importantes, sagradas y responsables del ser humano a través de la historia.
Yo digo que son tres los grandes inventos de la humanidad: el papel higiénico, la televisión y el pan.
Pasa que en Cuba estos tres “inventos”, después del 1 de Enero de 1959, se convirtieron en el patíbulo, la soga y el “empujoncito” del pueblo cubano. El papel higiénico porque no aparece ni en los centros espirituales, la televisión porque es pura porquería y propaganda ideológica a favor del régimen y el pan, bueno, el pan, porque es el amargo mascón nuestro de cada día.
Pero, en una sociedad que funcione correctamente, el pan es vida y es dignidad. Un hombre que siempre tiene un pedazo de pan para alimentar a su familia es un hombre casi feliz. Un hombre que carga en sus manos de trabajador honesto el pan para sus hijos tiene la bendición del Todopoderoso y duerme tranquilo y sin sobresaltos.
En Cuba los comunistas también acabaron con el pan… bueno, si acabaron con la Quinta y con los mangos cómo no iban a destrozar también el alimento más importante del hombre.
La vida ha demostrado que donde estos sujetos ponen sus manos se restan para siempre “los panes y los peces”.
Me contaba mi madre que antes de que fidel castro diera su golpe de estado “legal”, reconocido, aplaudido y bendecido por una buena parte de la opinión pública nacional e internacional, los cubanos consumían muy buen pan y en varias formas, colores y sabores. Había para escoger y para todos los gustos y bolsillos. Dicen que los mejores panes de La Habana los vendían en la esquina de Toyo y en 12 y 23 en el Vedado.
Después “que llegó fidel” el pan en Cuba se fue desflecando a la par que la vida de los cubanos. Yo recuerdo que de muchacho, estoy hablando de los 60s, los 70s y parte de los 80s del siglo pasado, la variedad de pan que nos vendían era exigua, si la memoria no me falla estaban el pan de flauta que costaba 0.15 centavos, el pan de molde que valía 0.20 centavos y muy esporádicamente el pan de gloria y el palitroque, de estos no recuerdo los precios.
Pero llegaron los años 90s y la caña se puso a tres trozos, mejor dicho, el pan por la libreta y a uno por persona. ¡Dios mío qué hambre pasé! Lo peor de la crisis del “periodo especial” fue “descubrir” que en Cuba, después de tanto bla, bla, bla del Conquistador de los Potreros de Birán, no se producía ni carajo, que dependíamos hasta para lo mínimo del “campo socialista” y que todo lo que habíamos “avanzado”, y por lo que tanto nos habíamos sacrificado generaciones enteras de cubanos, era pura mentira y en realidad estábamos enganchados a la teta de terceros, de cuartos y de quintos.
Los castro-comunistas, entre su necedad infinita, la improductividad generalizada y la mediocridad del altruismo socialista, se habían “almorzado” gratuitamente a la Patria con todos sus recursos económicos, las ayudas internacionales y nos habían sumido en la miseria más absoluta, en los “inventos gastronómicos” para intentar engañar los alborotos estomacales y las colas para comprar el mal confeccionado, horneado, “amargo” y miserable pan de la libreta, uno por persona al día.
Por supuesto que la dictadura castrista culpó a los americanos por este “despan”.
Yo fui uno de los tantos, tantísimos cubanos, que nos levantábamos temprano para ir a hacer la cola del pan y “alcanzar” antes de que se acabara la primera “horneada”.
Que me perdonen los “patriotas” pero cuando lograba comprarlo, en medio de la molotera y el empuja-empuja, siempre tuve la sensación de estar viviendo la vida de aquellas jóvenes konsomolas: Milenka, Sasha, Valentina, Olga o Sashenka, cortando aquel pan redondo y negro del cine soviético para ponerlo en la bolsita del valiente soldado que marchaba a la Gran Guerra Patria. No sé por qué.
A decir verdad “La Gran Guerra Patria” fue el hambre que pasamos los cubanos por culpa de la incapacidad, el descaro y la anormalidad administrativa de fidel castro. El pan nuestro de cada día se convirtió en la supervivencia triste de cada día aunque, para ser justo, yo muy pocas veces lo probé porque prefería dejárselo a mis hijos para la merienda de la escuela…
Ricardo Santiago.