Existe otro daño descomunal, otra aberración, otra masacre existencial, otra abominación, otra mariconada virulenta y otro alboroto hormonal de la dictadura de los Castro contra el pueblo de Cuba, de la que muy pocos hablan, tienen conciencia o, siquiera, saben que existe.
Me refiero, específicamente, de cómo fidel castro, en ese diabólico placer que sentía por “estrangular” a los cubanos con cualquier instrumento que estuviera a su alcance, nos apartó y nos prohibió, so pena de ser condenados al ostracismo eterno, de acercarnos al buen arte, a la buena música, a la excelsa literatura y a la modernidad en general que se suscitó en el mundo “civilizado” desde inicios de los 60s del siglo pasado.
Consecuentemente con los horrores que nos impuso el castrismo, esta fue otra política de Estado, prohibir el consumo a los cubanos, menos a ellos, a la élite de esa cochina pandilla, de todo cuanto emergiera de los países capitalistas, fundamentalmente de los Estados Unidos, aunque fuera una simple canción que hablara de dos tontos enamorados, una pieza instrumental de exquisita factura, un artista de voz angelical o la obra de un escritor sin pelos en la lengua y en la mente.
fidel castro siempre supo que toda batalla en el campo de las ideas, en el orden de la espiritualidad y la sublime belleza de las almas creadoras, el castrismo siempre la iba a perder pues una mal sana ideología como esa, una mentira tan burda y un engaño tan escalofriante como es el socialismo de los pueblos pobres y sus tiranos ricos, muy ricos, jamás podrá enfrentarse a los hombres cuando gozan de verdadera libertad para expresar lo que piensan y cómo lo piensan.
Las primeras manifestaciones de esta castrante política dictatorial contra los cubanos fue hacer desaparecer del escenario público, de los anaqueles de venta y, sobre todo, de la memoria del pueblo, a todo aquel artista nacional que manifestara su desacuerdo con la revolución populista y triunfalista de 1959, que abandonara el país por no comulgar con el castrismo y sus lacayos, que se manifestara públicamente contra el socialismo o que se negara a integrarse “al proceso” pues esa era condición sine qua non de todo aquel que quisiera vivir y trabajar en Cuba.
Tengo una experiencia personal muy triste que no olvidaré jamás. En el año 2002 conseguí, en el mercado informal de los CDs “quema’os” de La Habana, un disco de Orlando Contreras. Recuerdo que cuando mi padre lo escuchó rompió a llorar y cuando le pregunté me dijo: “Hacia más de cuarenta años que no oía al cabrón ese…, era uno de mis preferidos en mi juventud”.
Muchos de estos grandes artistas fueron condenados, obligados a cumplir prisión, trabajos forzados y destierro “obligatorio” porque sencillamente se negaron a vestirse de milicianos y hacer el ridículo como vemos hoy a los locutores de la televisión estatal disfrazarse de paramilitares en las fechas señaladas por el castrismo.
Este es un pasaje que la dignidad nacional no debe olvidar para que no se repita y para que se juzgue, en su momento, por tribunales honestos e imparciales, a quienes inventaron esos fascistas métodos de asesinar la espiritualidad y a quienes hoy la siguen esgrimiendo contra Cuba y los cubanos.
Pero hay otra vertiente de este horrible capítulo de la historia nacional y fue cómo fidel castro y su comparsa politiquera de bolcheviques tropicales sacaron a Cuba del circuito internacional de presentación de artistas internacionales que tenían a La Habana como punto obligado en sus giras por todo el mundo.
Para nadie es un secreto que antes de 1959 Cuba era destino de muchos cantantes, músicos, actores, artistas plásticos y creadores en general que llegaban a nuestra Patria a exponer su arte y su trabajo. Nuestro país también estaba muy adelantado en este sentido, algo que no siempre se juzga con total justicia.
fidel castro y su revolución de las botas rusas acabó con esa tradición pues la censura revolucionaria se ensañó con todo aquel artista que no cantara “aquí se queda la clara, la entrañable…”, que no filmara al “excelso líder” en su “batalla diaria” para derrotar al imperialismo o que se negara a pintar a su hermanito, plañidero y segundón, con una flor en una mano, un abanico en la otra y bailando la danza de Tutú corneta.
Con tanto “patriotismo” sofisticado los cubanos no pudimos apreciar en nuestro país, en vivo, a artistas como los Beatles, Michael Jackson, Barbra Streisand o Elton John, por solo citar unos poquísimos ejemplos, que sí hubieran actuado en Cuba de no existir ese oprobioso régimen de indignidad, incultura y criminalidad espiritual.
Continuará…
Ricardo Santiago.