Ese intento, por parte de la dictadura castro-comunista, de “sovietizar”, “bolitizar” y ruski, ruski, parraski, parraski, la buena rumba de solar, el aguardiente de caña, los tamalitos de Olga, las chivichanas, las chiringas, a la mujer de Antonio, al perro que muerde calla’o, la quimbumbia, a las ruedas de casino y a los casquitos de guayaba con queso blanco, fue también otra de las tantas “mariconadas” existenciales de fidel castro, contra el pueblo cubano, que no podemos perdonar pero sí tenemos que olvidar por nuestra salud mental.
Y digo esto no porque me oponga al encuentro y la “mescolanza” entre diferentes culturas, no, lo digo porque quien tenga dos dedos de frente debe intuir, por lógica elemental de la vida, que no se pueden ligar el Vodka y la Coronilla pues el resultado es una mezcla letal, muy explosiva y de un sabor bastante, pero bastante desagradable.
Eso fue exactamente lo que nos pasó a los cubanos con la invasión “cultural” soviética propiciada por fidel castro en un país, como Cuba, donde era más que normal reírse con Mickey Mouse, escuchar rock and roll, ver volar “por los aires” a Superman, querer bailar como Fred Astaire y tomarse una Coca-Cola bien fría.
Pero la rabieta del Koljosiano de Birán contra todo aquello que recordara, o se diera un “airecito”, a nuestro vecino del Norte, le hizo regalar nuestra tropical y americanizada isla al expansionismo soviético disfrazado de Internacional Socialista. Una ideología desastrosa que nada, pero absolutamente nada, tenía que ver con Cuba y los cubanos.
Dice mi amiga la cínica que ella está segura que antes de 1959 los cubanos como nación no sabían qué carajo era un ruso, cuando más, si acaso, una rusa, que se comía en ensalada y era bien fresquita, fresquita cantidad.
Pero bien, para no salirnos del tema, a finales de los 60s empezó a colarse en nuestro país, a lo descara’o y como Pedro, digo Pedrovsky por su casa, cuanta mierda se producía en la Unión Soviética o el campo socialista, ya fuera pa’ comer o pa’ llevar, so pretexto, y según el propio castro, de que Cuba no necesitaba nada del capitalismo pues los nuevos “amigos” del CAME nos iban a proveer de cuanto fuera necesario para que nuestro país se convirtiera en uno de los más desarrollados del mundo.
Con el descarado “nalgueteo” que armaron los Castro con los soviéticos Cuba abandonó para siempre, de un plumazo, la “tecnología” del sanguisi de jamón y queso y el batido de chocolate malteado por la del pan con carne rusa, los ventiladores Orbita y unas botas para marchar y “combatir” que: ¡Por favor la vida, “los zapaticos me aprietan las medias me dan calor!
Con la “ayuda desinteresada” de nuestro nuevo benefactor los cubanos empezamos a subirnos en aquellos enormes KP-3 que partían el alma, dejamos de construir edificios altos por ser la imagen viva del capitalismo y en su defecto fabricamos las viviendas para obreros, como dicta el socialismo, que al final son una reverendísima mierda y parecen unos palomares pero de muy mal gusto.
La cultura cubana no escapó a tamaña penetración stalinista. La libertad que tenían nuestros artistas para crear fue sustituida por “con la revolución todo, contra la revolución nada” y el realismo socialista, como “corriente artística” que según los comunistas mejor reflejaba los intereses de obreros y campesinos, se impuso a la cañona en un país donde, tanto hombres como mujeres, gozaban de lo lindo con las buenas películas de Humphrey Bogart, Greta Garbo, Libertad Lamarque y Arturo de Córdova por solo citar algunos ejemplos.
La televisión nacional, principal entretenimiento de la familia cubana, se convirtió en una sucursal de las peores producciones “artísticas” que reflejaban los intereses del proletariado, el tema del patriotismo patriotero, el sacrificio altruista, el amor desinteresado, las sociedades sin conflictos y donde to’l mundo e’ bueno, la superioridad del socialismo, el obrero y la koljosiana, el hombre nuevo, la felicidad en los rostros de los niños y, hablando de niños, los dibujos animados o los muñequitos rusos.
Yo recuerdo, pues no creo que pueda olvidarlo mientras viva, el tremendo impacto, casi como un trauma, que me provocó el cambio, de un día para otro, de ver las travesuras del perro Pluto y las Fantasías de Walt Disney a tener que dispararme los desquiciantes Deja que te coja, Lolek y Bolek, Los Músicos de Bremen, El Tio Estiopa y El Payaso Ferdinando.
Solo los cubanos sabemos la tortura sicológica a la que fuimos expuestos, no conozco un solo paisano, pero ni uno solo, que me haya dicho que le gustaron esos muñequitos de mierda y que formaron su carácter, como hombres, al compás de los tiros, los cañonazos y los amores perdidos de la Gran Guerra Patria.
Continuará…
Ricardo Santiago.
Fruto de esa ideología y otros desastres fue el llamado quinquenio gris, que algunos de sus efectos refleja muy bien la película Fresa y Chocolate. Y para colmo, hasta la carrera de sociología fue cerrada en Cuba, supuestamente porque no se necesitaba para entender la realidad social cubana. Con el marxismo era suficiente. Eso ha dificultado mucho el desarrollo de esa ciencia en el país.