Si la Cucarachita Martina hubiera vivido en la Cuba socialista, patria de fidel, la muy infeliz no habría podido comprarse nada, absolutamente nada, con los cinco centavos que se encontró barriendo la puerta de su casa.
Y es natural, después de 1959 y hasta principios de los 90s, todo en Cuba debía ser adquirido a través de la Libreta de Productos Industriales, en el caso de “ropa, calzado, artículos de higiene, belleza, etc”, o por la Libreta de Abastecimiento en lo referente a los alimentos subvencionados, al jabón de lavar, al de baño y al detergente para fregar a mano.
En el caso de la ropa, es decir, para hacer “honor” a la verdad, te vendían una camisa, un pantalón y un par de zapatos una vez al año, los cuales eran muy difíciles de combinar porque todos tenían el mismo corte y los colores eran más o menos los mismos. Recuerdo que los jodedores en el barrio, cuando alguien se bañaba y se ponía “bonito” para ir a la fiesta le gritaban: ¡Vaya cupón…! Un estigma que muy pocos queríamos cargar y hasta a veces era preferible no salir que ponerse la mierda aquella.
A los zapatos le decían bocaditos porque parecían un pan con “algo”, de punta cuadrada, solo negros y había que cuidarlos y no pisar un charco porque se abrían como una amapola en plena “flor” de la vida.
Recuerdo a mi santa madre muy preocupada porque hasta llegó a pensar que yo estaba medio trastornado porque no quería salir los sábados como todos los jóvenes de mi edad. Un día la vi tan triste, por culpa de mi “encierro” voluntario, que le conté la verdad y la pobre pegó a copiar y a coser para mí los modelitos que “venían de afuera” con aquellos cortes de telas que les vendían a las mujeres. Hasta un pantalón campana de corduroy me hizo, la pobre, recuerdo que era verde oscuro y la primera vez que me lo puse, un domingo al mediodía, en Julio, en las vacaciones, para ir a casa de unos amigos, me dijo con toda la preocupación que solo una madre manifiesta por el hijo amado: “Ponte bastante Tolnasftato no vaya a ser que con este calor largues los pellejos de las piernas.”
Pero bien, regresando a nuestra amiga la Cucarachita Martina, si este “hermoso” personaje de la literatura infantil hubiera “barrido” la puerta de su morada en Cuba, después de 1990, con los cinco centavos que se encontró, al ir a una Tienda TRD o cualquier otra de la Cadena CIMEX, habría muerto de angustia pues se habría encontrado con que los precios estaban inflados hasta un cuatrocientos porcientos de su valor real, una locura diabólica teniendo en cuenta que un cubano, de los de pueblo, no se encuentra todos los días un medio en la puerta de su casa.
La dictadura castrista, y su aparato económico, una verdadera extensión de la maquinaria represiva del régimen, se dieron a la tarea, cuando empezó el llamado Periodo Especial, de crear una serie de tiendas, muchas, surtidas con productos chinos de China de muy mala calidad, para, según ellos, recuperar las divisas que necesitaba el país y así salir de la tan cruenta crisis que ellos mismos habían creado.
Los cubanos no teníamos opciones, los Castro, al ser los dueños de todo en Cuba, jugaban con la oferta y la demanda, así como con los precios, en un mercado donde no tenían competidores y los únicos compradores éramos nosotros cuando, por diferentes vías, lográbamos reunir unos míseros “chavitos” para mal adquirir un jaboncito, un tubo de pasta de dientes, un paquetico de perros calientes y los famosos “calditos”, muy “buenos”, para dar sabor a lo que fuera y para hacer sopas.
No todos los cubanos podían ir a esas tiendas, por tanto la cacareada “igualdad” social del proletariado, vociferada a los cuatro vientos por fidel castro, se fue al carajo en un país donde, hasta unos meses atrás, la gente comía lo mismo y se vestían casi igual.
La revolución castrista es una gran mentira, pura paja etérea de un fulano que nos embaucó a los cubanos y estafó al mundo con el cuento de que Cuba era el primer país libre de América. ¿Libre de qué?
La inflación en Cuba es gestada por la dictadura, está concebida para robarles a los cubanos el poquito dinero que logran acumular mientras ellos llenan sus enormes arcas con la multiplicación de unos precios que son impronunciables.
El Ratoncito Pérez no se cayó en la olla, el Ratoncito Pérez se tiró en la olla cuando vio que dentro no había ni esta cebollita.
Ricardo Santiago.