La inmoralidad de Raúl Castro y su dictadura han podrido la vida en Cuba.



En Cuba las dudas, las desconfianzas y los “misterios” no son razonables, más bien son esquizofrénicos, paranoicos y asfixiantes.
Los cubanos, después del 1 de Enero de 1959, hemos vivido y vivimos sospechando de todo y de todos, los unos de los otros, la niña de la señora, el perro del carnicero, el preservativo de la mujer hermosa, el guajiro de la guataca y el ciudadano de a pie del “comandante” en automóvil.
Lo peor de todo esto es que lo hacemos para subsistir, para sobrevivir en un país donde se hace imprescindible portar “las tres caras de Eva”, el cinturón bien apretado para disimular que se nos caen los pantalones, la risita en el rostro para esconder una tristeza que nos está matando o los bostezos para tapar un hambre que llegó al final, dio la vuelta y empezó de nuevo.
El cubano como pueblo, a fuerza de fingir y esconder lo que realmente siente, se ha visto obligado a transformar su esencia como nación para asumir una imagen de conformismo y resignación ante una realidad que es devastadora y que la vida ha demostrado que es insostenible, abusiva, desconcertante y que está podrida.
Después de 1959 en Cuba se ha vivido con incertidumbre por todo: El salario que no alcanza para nada, las pensiones que son una traición a la Patria, si te comes el pan por la mañana por la tarde te chupas el dedo, hoy se va la luz, el agua que no llega nunca, ¿nos darán la visa?, ¿qué cocino? o ¿se muere o no se muere el hijo de puta ese…?
Esa incertidumbre diaria para el cubano se ha convertido en la vida que no quiere vivir, que nunca eligió o votó por ella, que ni siquiera le pasó por la mente porque el cubano nunca quiso hablar de marxismo, de cooperativas, de planes quinquenales, de la mocha no tiene filo, de mujeres milicianas, de chivatos nacionales y de una dictadura que va a cumplir 60 años y que nos la han empujado a empellones, a base de traiciones y de espantos.
La dictadura de los Castros se ha especializado en dar y quitar al pueblo de Cuba como le viene en ganas, a su antojo. Hoy puede decir: “Libertad para la pequeña empresa privada o las ventas de inmuebles personales…” y mañana, o cuando le salga de las entrañas: “Arriba, plan maceta pa’ to’el mundo que se acabó la fiesta…”. Todo en dependencia del apoyo que reciban del exterior y que utilizan para afianzar su permanencia en el poder.
Si la “ayuda” que les llega es mucha entonces reprimen, si es poca abren el banderín para que no se les forme un “sal pa’ fuera” como en 1994 o lo que es peor, el pueblo cansado y hastiado se les tire pa’ la calle a protestar, algo a lo que temen muchísimo por lo que usarán su propia cobardía para matar, asesinar y arrasar con cuanto se les ponga por delante.
Esta inseguridad con la que vivimos los cubanos también se manifiesta en las relaciones interpersonales.
Los castristas son intolerantes y obligan a los demás a esconder sus sentimientos. Los comunistas cuando acceden al poder y controlan la sociedad se convierten en asesinos de la espiritualidad, de la verdad, de la justicia y de la pluralidad. Los castristas dividen al pueblo porque saben que es la única forma que tienen de ejercer el control sobre las masas, estigmatizan a quienes piensan diferente, los atropellan, crean el pánico entre sus “seguidores” y lo distribuyen gratuitamente para tener a la población “hablando bajito”, susurrando y temerosa de ser delatada “hasta por la madre que te parió”.
fidel castro nunca fue un tipo transparente. Nos engañó desde el principio con zanahorias colgadas delante del burrito y con el cuento de que el enemigo nos quería destruir la Patria y que lo teníamos entre nosotros mismos. Sus discursos llenos de odio contra quienes no estuvieran a su favor crearon en el cubano máscaras de todos los tipos y colores, actitudes tan despreciables que terminaron por incidir y cambiar el alma de una nación que nunca fue socialista, ni comunista ni mereció tales daños a sus raíces culturales y a su idiosincrasia.
Pero la fuerza de ese mal, de esa tragedia nacional que es el castrismo, trasciende fronteras, contagia, cala tan hondo en las personas que arrastramos esa maldición a donde quiera que vayamos. Los cubanos en el exilio no logramos deshacernos de esos terribles pánicos, de esas “justificadas” dudas y vivimos recelando de todo, acusándonos los unos a los otros, agrediéndonos y criticando a quienes dicen lo mismo que nosotros pero de otra manera.
¡Dios te juro que si nos libras de ese mal muy pronto acabaremos con el castrismo!
Ricardo Santiago.



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