Por: Tatiana Fernández y Ricardo Santiago.
Hay un tema muy delicado, personal, que atañe específicamente a las féminas y el cual obviamente se ensañó con las cubanas durante la década de los 90s del siglo pasado. Aunque el mundo civilizado no lo crea este ha sido una constante más/menos en estos últimos 60 años de revolución socialista que, supuestamente, “lucha por la felicidad y la plena realización de la mujer”.
Una verdad irrefutable, como siempre decimos, es que las mujeres en Cuba, por muchas razones, son quienes más han soportado la crueldad, la desidia y la indiferencia de una de las dictaduras más inescrupulosas, puercas y cochinas de la historia contemporánea.
Los 90s nos sorprendieron a todos en Cubita la hermosa con una mano detrás y la otra delante. Todo escaseó. Todo, absolutamente todo, desapareció y, como hemos dicho muchas veces, el cubano tuvo que agarrarse hasta de un clavo caliente para intentar no caer en el profundo abismo que nos había cavado el castrismo con sus imbecilidades de todo tipo.
Cómo pensar entonces que una cubana durante su período menstrual podía contar con lo necesario para su higiene personal. Verse privada de lo más elemental para este “breve espacio en que todo nos duele” ha sido y es la vejación más profunda que una fémina haya podido sufrir a través de todos los tiempos.
¿De quién fue la culpa de este terrible agravio? ¿Quién las obligó a padecer tamaño sufrimiento? ¿Quién fue el responsable principal de tan pérfida indolencia?
Estamos seguros que de los millones de cubanas que sufrieron en carne propia esta absurda, antihigiénica y desagradable crisis de las almohadillas sanitarias ninguna fue ministro de salud, ni de industria ligera, ni de ninguna entidad que tuviera que ver con la producción, distribución y venta de este artículo tan importante para la salud, sí, así mismo, para la salud física y espiritual de quienes como ellas tienen que pasar por esa “amarga” experiencia.
Este es un tema tan doloroso que no admite ni el más mínimo chiste. Es una verdad que tenemos que hacer pública para que el mundo sepa hasta dónde los castro son los máximos responsables de las “inventivas” de nuestras mujeres para sortear la adversidad que les impuso la mediocridad castrista.
La necesidad y la impotencia ayudan a parir la desesperación y a eso acudieron las cubanas ante la ausencia de lo elemental para su higiene personal, es decir, a soluciones desesperadas.
Porque ellas tenían que trabajar, montar bicicletas, sostener a la familia, alimentar a los hijos e intentar salir adelante con una sonrisa aunque el mundo se les estuviera desplomando encima. No podían detener la vida y quedarse en casa por tres, cinco o “siete” días según el caso.
“¡A base de trapos tuvimos que resolver!”
A la mujer cubana no le quedó otra que recurrir al uso de “trapos”, de cualquier pedazo de “vestido viejo” que le sirviera para “tapar” la desilusión y cubrir ese pedacito de vergüenza.
Mientras el mundo evolucionaba hacia los Tampax, las almohadillas ultra finas, los spray anti olores y los gel femeninos, las cubanas retrocedíamos “la vida entera” en materia de “íntimas”. Pedazos de pañales viejos, tela antiséptica, dos o tres culeros de gasa que agarraban de la “canastilla” de algún recién nacido, toallas picadas en varios trozos, las sábanas que estuvieran rotas y con huecos, todo, cualquier cosa que pudiera “deshilacharse” y que absorbiera aunque fuera un poquito de “lo malo que tenemos que expulsar”.
Como es lógico después de usar estos “trapos” había que reciclarlos. Aprendimos entonces a lavarlos a escondidas de nuestros esposos, padres, hermanos o parejas para que ellos no vieran lo que ni nosotras queríamos ver, para que no tuvieran que oler lo que a nosotras mismas nos causaba tanto asco.
Obviamente el mal humor las dominaba. Los hombres de vergüenza entendieron que era un tiempo en que estaban expuestas a situación extrema e intentaron sobrellevarlas.
El período menstrual para nuestras mujeres ha sido una pesadilla mensual y sin solución por años y años y años. A esta condición había que sumarle la escasez de alimentos, de electricidad, de agua potable y de esperanzas, muchas veces nos preguntamos cómo lograrnos salvarnos de tan terrible catástrofe.
La dictadura hizo un paripé de repartir una vez al mes un paquete de íntimas por la FMC, pero eran más las veces que no las daban que las que sí. Cuando las empezaron a vender en las farmacias fue otra odisea porque si la farmacia a la que “pertenecías” por el registro de dirección te quedaba lejos cuando te enterabas e ibas ya se habían acabado y las perdías, no podías mandar a un hombre de la familia o a tu papá retirado a comprarlas porque solo la vendían a mujeres y con el carnet de identidad en mano.
Por supuesto esta fue la tragedia de las cubanas de pueblo porque seguro que las mujeres del castrismo, las enchufadas y mantenidas del régimen no tuvieron que sufrir esa angustia, por eso se nos ocurre preguntarle a mariela castro: ¿Mi’jita de dónde tú sacaste tus “trapos” pa’ resolver una vez al mes?
Tatiana Fernández.
Ricardo Santiago.