La Habana se “seca” en vida y el castrismo inflando globos y diciendo mentiras.



Bueno, en realidad, esta es una noticia más vieja que el cara’ porque es un hábito intrínseco de la dictadura castro-comunista, su manera de ser, su rasgo distintivo y un “grano” a flor de piel de esos malnacidos que, digo yo, viene desde los tiempos en que fidel castro, por allá por los 50s del siglo pasado, manoseaba en su hediondo cerebro la criminal idea de apoderarse de Cuba para hacer con ella lo que le saliera de sus podridas entrañas: “y lo que fidel te prometió, el muy sin… lo cumplió”.
Yo siempre digo que la desgracia que hoy tenemos los cubanos, y que hemos vivido por estos 60 larguísimos años, surgió de los muchos traumas infantiles del Pinocho de Birán que, como dice mi amiga la cínica, no lo hicieron de “palo” pero sí a palos y por eso ese sujeto creció con una personalidad tan torcida, una enfermedad hemorroidal incrustada en el occipucio, su barriguita llena de semillitas de guayaba, un volcán desatinado vertiendo disparates por cualquier orificio de su cuerpo, un egoísmo desenfrenado por lo mío y lo tuyo es mío y un amor propio, pero un amor propio tan, pero tan grande, que no lo brincaban ni un chivo ni el burro de Maduro, por eso, digo yo, que como justicia divina, le tiraron al muy hijo de puta un tremendo perro cambolo encima, allá en el Cementerio Santa Ifigenia, pa’ que nunca se levantara del piso y saliera repitiendo la misma mierda de siempre de que si la revolución esto, el socialismo esto otro, nuestro pueblo pa’quí, la moringa pa’llá y los bisteces pa‘ mí.
Pero bien, regresando al tema…, disculpen pero es que cada vez que tengo que mencionar a el toillet me absolverá se me suelta la lengua, me da por coger tribuna y no tengo pa’ cuando parar de faltarle el respeto al tipo que más daño nos provocó desde el Pleistoceno, el Paleolítico Superior, la Edad Media, pasando por los tiempos de Ñaña Seré hasta este “mismísimo” minutico que estamos viviendo hoy Cuba y los cubanos.
Pero bien, ahora sí, La Habana fue una de las ciudades más hermosas y desarrolladas del mundo con unos olores y unos sabores que aquello, según me contaban los viejos de mi barrio, despertaba la envidia de muchos comemierdas de nariz “enfilaita” pa’rriba, rompía cientos de miles de corazones y era el orgullo más grande de todos los cubanos.
Dicen los “estudiosos” que a fidel castro La Habana, cuando lo vio por primera vez, le hizo una jugada extraña, una mueca de asco, un desaire muy grande porque le caló, como nadie, sus verdaderas intenciones y supo, como ciudad magnifica que era, que ese fenómeno infernal se convertiría en el sepulturero de su belleza, su historia, su arquitectura, su esplendor y de sus habitantes, sobre todo de sus habitantes.
Porque no es menos cierto que el castrismo pudrió en muy pocos años a esta ciudad monumental y cosmopolita, la hizo picadillo, cenizas, la redujo a escombros, le dio categoría de aldea maloliente, le ripió sus calles, defenestró sus árboles, apagó sus cantos, se meo en sus rincones sagrados y convirtió, so pena de morir ahogados en el estiércol revolucionario, a todos aquellos “habaneros” que no se vistieran de milicianos para salir en comparsa socialista al paso de uno, dos y tres, que paso más chévere, que paso más chévere…
La historia es exacta, las imágenes más, la poca memoria que va quedando es dolorosa pero firme, la rabia y la impotencia de millones de cubanos se manifiesta en este ridículo exilio que vivimos, inmerecido e innecesario al que nos empujó ese régimen de porquería porque la única capacidad constructiva que el castrismo ha creado en Cuba ha sido la industria de matar, de encarcelar, de prohibir, de reprimir, de asfixiar y de destruir.
Hoy los cubanos no podemos, desgraciadamente, sentirnos orgullosos de La Habana, no podemos. La dictadura castrista convirtió nuestra ciudad en un cementerio gigante de escombros, basura, aguas albañales, residuos espirituales, prepotencia, traición y muerte.
Los pocos habitantes que van quedando solo piensan en cómo sobrevivir esa perra vida o en cómo escapar de ese infierno sin que los pies dejen huellas porque esa desgracia de revolución tiene ojos y oídos hasta debajo de las piedras.
La Habana se seca en vida y en muerte y el castrismo le “alquila” títulos de “ciudad maravilla” pa’…
Ricardo Santiago.



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