Yo sé que todavía muchas personas en el mundo, incluyendo algunos cubanos de “línea dura”, gritones del pin, pom, fuera…, defensores de la masa cárnica o adulones de raulín pirulín, no creen y desmienten, con “simpatía” proletaria, que aun en pleno 2018, después de 60 años de una “triunfante” revolución del picadillo, muchos niños en Cuba tienen que jugar descalzos en las calles porque no tienen zapatos ni áreas deportivas seguras y en buen estado físico.
Aunque, para decir el lema, perdón, ya no sé ni lo que digo, para decir la verdad, cuando uno es muchacho no tiene una idea exacta del peligro que acarrea jugar en la vía pública. Recuerdo que mi pasión eran los “pitenes” de cuatro esquinas, tremendos piquetes que se armaban en el barrio, la algarabía que formábamos era “salvaje” solo interrumpida cuando pasaba algún que otro automóvil o la ruta 9 que, recuerdo como si fuera ahora, tenía un chofer que era tronco de comunista y nos gritaba hasta alma mía.
Pero bien, eran tiempos en que solo nos importaba “mataperrear” y, aunque de vez en cuando nos agarrábamos a pescozones, al final del día volvíamos a ser hermanos porque la “amistad”, en esas edades, está por encima de todo.
Después nos tocó crecer y ahí las cosas empezaron a torcerse. El ser humano define su línea de pensamiento en dependencia de lo que come, de con qué se viste, con qué se baña, dónde y con quién duerme y, sobre todo, a mi juicio lo fundamental, qué escucha decir en su entorno en relación con la vida, el funcionamiento de la sociedad, las actitudes políticas, lo que oigas dentro de la casa no se repite en la calle, los valores éticos, la cobardía, el respeto, la buena educación y mi opinión sobre la revolución es que…, ¡habla bajito coño!, …es tremenda mierda, una gran mentira y una cruel tiranía para Cuba y los cubanos.
Yo estoy casi seguro que en todos los hogares cubanos existe un consenso generalizado, un criterio uniforme, una coincidencia mística o una empatía “morfológica” cuando el tema de conversación es sobre la vida en Cuba, lo caro que se ha puesto todo, los huevos están perdidos, a fulanito lo metieron preso, estos “capitalistas” son más descara’os que el carajo, fulanita se metió a jinetera y le llenó el refrigerador de comida a la madre, hace tres meses que no viene el Meprobamato a la farmacia, mañana tengo guardia en el comité, la Gallega apretó con los durofríos de fresa, dicen que el vecino nuevo es chiva, la hija del Coronel se sacó el bombo o cállate un rato mi’jo que el hambre que tengo no me deja dormir y tú con la misma pituita.
La diferencia, a la hora de que estas conversaciones que escuchamos en el seno de nuestras “revolucionarias” familias, marquen con una X, perdón, marquen las actitudes que asumiremos de mayores, radica en el nivel de “first” moral, de doble moral, de triple moral o de ocho te pongo el mocho moral que nosotros, como individuos, asumamos para desenvolvernos en una sociedad marcada por la corrupción espiritual, el desconchinflamiento “sociológico”, “las estirpes condenadas a cien años de soledad”, las peroratas de un “profeta” gandío, el concubinato militante y la prostitución del alma a cambio de recibir ridículas concesiones como huevo en polvo, “filetes” de claria, desodorante de pastica, una semanita en la playa o un turno en la peluquería para hacernos un “derriz” en el “tejado de zinc caliente”.
Entonces es ahí donde los “criollos” nos dividimos en mil pedazos, nos peleamos con un odio visceral, nos enfrentamos a muerte y nos convertimos en “enemigos íntimos” para toda la eternidad porque, como reza la sabiduría popular, a la fiesta de los caramelos no pueden ir los bombones.
Desgraciadamente nosotros los cubanos, absolutamente todos los cubanos, somos víctimas directas o indirectas de la tiranía, el régimen, te paso el cepillo o la dictadura más cruel y repugnante de la historia de la humanidad.
Nunca antes un pueblo fue dividido, y enfrentado con tanta saña y brutalidad, por intereses mezquinos en torno a un estúpido tibor “presidencial”. Entenderlo de una buena vez nos servirá como antídoto contra el veneno castrista y hará, aunque los años no nos dejen batear bien, volver a disfrutar de aquellos inolvidables pitenes a las cuatro esquinas cuando éramos amigos íntimos para toda la eternidad.
Ricardo Santiago.