La “bola” revolucionaria, los fantasmas del castrismo y la “adrenalina” de los cubanos.



Y yo insisto en que la razón fundamental, la pita enredada, el meollo con olor a… pollo, las “cenicitas” del 2000, el merengue en la puerta de un colegio, la bolita que me sube y que me baja, un torbellino de malas palabras, los pelos de punta, los ataques de nervios, la mayor desgracia y el único culpable de que los cubanos llevemos casi 60 años sin querer ser libres, pasando un hambre de tres pares de c…, sin poder arreglar nuestros techos, mirando por el ojo de una aguja, embistiendo a la vida con cuernos de plastilina, limpiándonos el c… con “gacetas oficiales”, reciclando zapatos familiares, pidiendo el último para comprar tristezas sin cartuchos, agonizando en verso y en prosa, doblando la misma esquina infinitas veces, leyendo sin comprender la Declaración Universal de los Derechos Humanos, arrancando pa’l Norte montados hasta en un chorrito de viento, tragando en seco, “alumbrando” el continente de la América Latina y cantando desafinados, es el castrismo, una mariconada circunstancial que por desgracia nos tocó a nosotros aunque, a decir verdad, esa «cosa» maligna, disfrazada de dictadura del proletariado, no es para deseársela ni al peor de nuestros enemigos.
Una vez, en Cuba, hace mucho tiempo, un amigo viejo me dijo que lo peor del castrismo, lo más dañino de esa dictadura, son los fantasmas que ha sabido crear alrededor del mito de su falsa revolución y, sobre todo, de un “invencible” líder al que todos, sin conocerlo a ciencia cierta, porque el tipo sabía muy bien bañarse y esconder la ropa, adoraban hasta el ridículo, aplaudían hasta el pican, pican los mosquitos, veneraban hasta el frenesí bananero y lloraron a moco tendido como plañideras de un socialismo antiguo.
Con los años entendí mejor esa idea y comprendí que la revolución del picadillo ha basado todo su “poder”, toda su represión y todo su odio en la creación de muchos fantasmas que supo «meternos», uno a uno, en cada espacio donde nosotros, con ese exceso de entusiasmo que nos caracteriza, le dejamos “abierto” para que nos colara la grosera demagogia comunista de que ser rico, tener dinero, querer un país próspero y aspirar a una sociedad de derechos es sinónimo de traición a la patria, ser enemigo del pueblo, ser un gusano, una escoria, una salación y una brujería altisonante.
Recuerdo que mi primer fantasma, uno que no me dejó dormir ni de día ni de noche, por allá por finales de los 60s y principios de los 70s, fue la bomba atómica. A algún “sesudo” de la mancomunidad castro-enteritis se le ocurrió regar la “bola” de que los americanos nos iban a “meter” un ataque nuclear y ya ustedes saben, to’ el mundo a construir trincheras de piedras, el país entero se movilizó a hacer huecos donde quiera, la cantidad de gente que se “partieron las patas” en aquellos baches fue tremenda, la adrenalina “revolucionaria” se disparó un poquito más pa’llá del tope permitido, el odio al imperialismo sato por las calles, el pueblo cerrando filas y “abrazándose” porque nadie quería quedarse fuera de los “refugios” y, al final, después de tanto pico y pala, pico y pala, compañeros, ¡qué desilusión compañeros!, ni siquiera un triste avioncito en el horizonte para justificar tanto esfuerzo, tanto miedo y tanta mierda que regamos por toda la patria porque, como dije anteriormente, un comunista dijo que los americanos nos iban a tirar la bomba atómica.
Después comprendimos que esa es una de las tácticas, y de las estrategias, pa’ comer y pa’ llevar, que utiliza la dictadura castro-comunista con el fin de desviar la atención popular de los problemas que genera con su picotillo, su ineficiencia y su mediocridad. La historia nuestra, es decir, la historia de Cuba, posterior al 1 de Enero de 1959, también puede contarse a través de la cantidad de “bolas” que ha rodado ese régimen entre los cubanos, de la cantidad de “fantasmas” que nos metió en los escaparates, en el chiforrober, en las escuelas, en las becas, en las universidades, en los centros de trabajo, en el barrio, en la Playita de 16, en el grupo de amigos, en el Coppelia y en cualquier lugar de esa isla «real maravillosa» donde respire un alma para ponerla con la guardia en alto, más alto que no se oye, al servicio de la revolución, del partido, del socialismo y de quien ustedes saben.
Ricardo Santiago.



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