Yo siempre me critico, y muchas veces, muchas, me avergüenzo de mi mismo, al pensar cómo pude soportar vivir durante tanto tiempo en Cuba, la Cuba castrista, donde la regulación, la sofocación, el estrangulamiento, el “sicoanálisis” del picadillo de soya, de los valores morales fundamentales, de las aspiraciones normales de los seres humanos y de las libertades indispensables para vivir una vida plena, están tan controlados y suscritos a la más aborrecible, insoportable y absurda ideología que, entre otras ridículas actitudes, sobrevalora el absurdo colectivismo y menosprecia el individualismo como motor determinante para el desarrollo de cualquier sociedad decente.
La masividad, la colectividad, los tumultos y las concentraciones revolucionarias solo producen peste, sudoraciones, malas ideas, “jamoneos” furtivos, toqueteos clandestinos, empujones, fiebre alta y transforman a los pueblos en multitudes mediocres incapaces de crear, avanzar, producir y evolucionar hacia el punto exacto de la vida en que no tenemos que hacer colas para comprar un cachito de pan, comernos un bistec cuando nos dé la gana, bañarnos con agua calientica cantando “Singer in the rain” o, sencilla y humanamente, planear un futuro que nos pertenece única y exclusivamente a nosotros.
Pero en Cuba nada de eso es posible, pasa que uno solo logra entenderlo, aprehenderlo y comprenderlo cuando se va al exilio y vive en un país donde el respeto a la individualidad es sagrado, conforma la base fundamental que mueve una sociedad y donde se venera el derecho de los seres humanos a tomar sus propias decisiones mientras que, como acto sagrado e inviolable, promueven que los “sanguisi de jamón y queso” estén por la libre en cada esquina, no se necesite una libreta de racionamiento para comer y la negación a las políticas del poder sea un acto de civismo, de patriotismo y de hidalguía.
Por eso no puedo dejar de avergonzarme y pensar cómo fue posible que tantos, pero tantísimos cubanos, nos dejáramos engatusar de una manera tan irracional, tan ridícula y tan absurda por esa filosofía marxista-leninista, ideas muy lejanas a nosotros y de cuyos peligros nos advirtió con mucha, muchísima, antelación, ese hombre súper-visionario y grandioso que fue José Martí.
Pero los cubanos somos “persistentes” en magnificar la “vulgaridad” y decidimos desobedecer al Maestro, someternos a la bestia de los infiernos, y actuamos echando por tierra, pisoteando, cagándonos literalmente, en la historia de nuestra nación, de nuestros Padres Fundadores, de nuestra amada bandera y de tantos hombres y mujeres que sacrificaron sus vidas, y/o su libertad, para que Cuba fuera un país libre de dictaduras, democrático, de inclusión y de respeto.
Dice mi amiga la cínica que el gran problema nuestro es que, dada la mediocridad del socialismo, inducida subliminalmente a toda la nación a través de la “calabacita de las 8.00”, confundimos, con una tranquilidad pasmosa, la alegría que nos caracterizaba como pueblo con una especie de relajo festinado por el comunismo, seremos como el che, que terminamos convirtiendo la Patria en una gigantesca pipa de cerveza, la orquesta sonando su música a to’ meter, los discos de pasta rancia volando bajito, los baños públicos “cantando” aleluya la patrulla, la policía dando golpes en medio del apagón “sorpresivo” y nosotros, los cubanos, en medio de ese relajo nacional, matándonos como cromañones porque fulanito le tocó una nalga a mi jevita y eso sí que no, asere…
Desgraciadamente esa es la esencia, la compota mental, en que nos transformó la revolución castrista, un monolito de culpas colectivas y de penitencias grupales en las que todos tenemos que participar por igual, responder parejitos con el mismo tono militante ante el compañero del partido y jurar lealtad eterna a un sistema, a un régimen, que solo ha hecho de nuestras vidas un lugar oscuro y vacío, muy vacío…, descojonante.
Alguien me preguntó una vez cuál es la mejor manera para explicar qué es el socialismo y que las personas, que nunca lo han vivido, gracias a Dios, déjame tocar madera, puedan entenderlo.
Yo digo que del socialismo se ha escrito mucho, más de la cuenta, en un sentido y en otro, pero que para saber de verdad qué carajo significa esa mierda basta con recordar los tormentos que sufrí cuando, siendo un muchacho, mi mamá me llevaba a comprar el único par de zapatos que nos vendían una vez al año, por la libreta de racionamiento, y ella siempre, religiosamente, le decía a la dependienta de la tienda: “Tráeselos un numerito más grande pa’ que les duren, a estos condena’os los pies les crecen como si pudiéramos regresar mañana…”.
Ricardo Santiago.