La miseria en Cuba, la tristeza y la desilusión de los seres cubanos, los horrores de la vida y el sufrimiento de cientos de miles de compatriotas que viven en las condiciones más precarias, elementales e inhumanas, no es virtual, no es un invento de los enemigos de la revolución castrista, no es una campaña mediática del imperialismo y sus “lacayos”, no son mentiras de la “mafia” de Miami y, sobre todo, no son calumnias de muchos, muchísimos de nosotros, a quienes el dolor, la vergüenza y la impotencia nos estremecen al ver en qué nos han convertido esa pandilla de cuatreros, incompetentes, traidores y criminales que se hacen llamar revolución del picadillo.
Es cierto que antes de 1959 en Cuba existían cubanos que vivían en condiciones deplorables, eso nadie lo puede negar, pero también es cierto que desde el 1 de Enero de ese mismo año un tipejo llamado fidel castro nos robó, nos secuestró y nos retorció el futuro como nación con el cuento de que erradicaría ese flagelo, convertiría al país en una enorme barra de “dulce guayaba”, pondría a todos los cubanos a cantar el Manisero de tanta felicidad y ubicaría a nuestro país entre los más desarrollados del mundo por obra y gracia de sus “santos”….
Pero nada de eso, el cuento castrista en verdad no fue otra cosa que una monstruosa dictadura que se comió, se zampó y se tragó a todos los cubanos con el dulce de guayaba, el maní pa’ cogerlo vivo y la felicidad que teníamos como República para defecarnos en una cooperativa gigante de pioneros por el comunismo, milicianos bailando la Internacional, nuevecitos hombres sin un cachito de cerebro, multitudes enardecidas gritando eternamente paredón y un pueblo entero convertido en esclavo de un régimen que sobrepuso, por encima de la realidad, las groserías de las ideas marxista-leninista, la lucha de clases, el proletariado “dueño” de los medios de producción y a comer mierda que lo que no mata engorda.
En ese sentido el castrismo invirtió el orden natural de la vida y lejos de amplificar los estándares de vida que habíamos logrado en 50 años como sociedad de mercado libre, de propiedad privada y de ciudadanos emprendedores, nos retrotrajo a un submundo inmaterial donde la prosperidad y el confort fueron suplantados de patria o muerte por el racionamiento, la escasez, el deterioro y la pudrición.
Dice mi amiga la cínica que en realidad eso es el socialismo, una ideología surgida de una borrachera de vaciladores que querían vivir sin trabajar y aplicada por unos cuantos pillines para desestabilizar el mundo, hacer desaparecer el pan de flauta y también vivir sin trabajar pero gozando la papeleta a costilla de la hambruna de los pueblos.
Y es muy cierto el socialismo al final es especialista en dominar la mente, esclavizar el cuerpo y programar las multitudes para que no tengan ojos para ver la vida miserable que sobrellevan y sí la desgracia de “otros mundos” que, por demás, son los culpables de nuestros apagones, de que el agua potable no nos llegue con humana frecuencia, de que tengamos que vivir montados constantemente en un cartelito de viva la revolución, abajo el imperialismo yanqui, yo soy fidel y de que nos queramos largar en “compacta masa migratoria” a donde el gallo dio tres gritos de desesperación o pa’ la mismísima casa del carajo.
Por eso la propaganda castro-comunista está diseñada para mentir y enredarnos los caminos. El socialismo no tiene forma de justificar su incompetencia, su improductividad y sus crímenes porque ha quedado absolutamente demostrado, donde quiera que lo aplicaron, que es un rotundo fracaso y una soberana porquería que lo único que produce es miseria, destrucción, hambre, desesperación, sed e insomnio.
Es por eso que los seres cubanos tenemos que abrir bien los ojos, despertar, entender que somos cómplices de nuestros propios verdugos y que si ellos nos pusieron la soga al cuello nosotros mismos la jalamos y nos comportamos como pichoncitos imprudentes abriendo el piquito para que papá Estado nos eche lo que le dé le gana.
Extender el castrismo por más tiempo en Cuba, después de ser testigos protagónicos de lo miserable que es ese régimen de inoportunidades, es una inmoralidad, un suicidio, una deslealtad y un “el que por su gusto muere…” que no podemos permitir y que debemos erradicar antes que, poquito a poquito, se difumine nuestra nación y de ciudadanos cubanos nos convirtamos, para siempre, en ciudadanos castristas, es decir, de República de Cuba pasemos a llamarnos república de castro.
Ricardo Santiago.