Está claro, clarísimo, que el comunismo lo inventaron, lo escupieron y lo defecaron, dos o tres burgueses que no tenían ninguna intención de trabajar, es decir, como se dice en buen cubano, de sudar la gota gorda pa’ ganarse un salario decente y sacar la familia adelante.
Tales bebedores, trasnochadores y vaciladores de cafetines descubrieron que el mejor negocio, la verdadera mina de oro, el abracadabra, la bendita lengua que el Señor me dio, yo, el más cabrón de todos y el coje-coje y el rasca-rasca de la “plusvalía”, era hablarle a los obreros y convencerlos de que el capitalismo es malo y que cuando los trabajadores son los verdaderos “dueños” de los medios de producción todos los males de este planeta se solucionan facilito, facilito, al chasquido de los dedos.
Así andaban, habla que te habla, piensa que te piensa, pero de disparar un chícharo na, na, ni, na, eso es pa’ los bobos y los comemierdas…
Una cosa sí fue cierta, para hacer honor a la verdad y no pecar de “ignorancia”, escribieron unos cuantos libracos repletos de teorías y cálculos sobre el capital, la misma plusvalía, la mano y los brazos de obra baratos, el sudor ajeno, un fantasma que recorre el mundo y no tiene pa’ cuando parar, la burguesía, el proletariado y…, préstame cinco fulitas pa’ comprarme un “sanguisi” de jamón y queso…
Esos señores, con sus mareos de la lucha de clases, la negación de la negación (no, que no, que no, que María Cristina me quiere gobernar…), la unidad y lucha de contrarios, el comunismo científico que se ve pero no se come y un montón de disparates sobre “proletarios de todos los países uníos”, revolvieron el orden establecido y crearon la expectativa, la falsa expectativa, de que el socialismo es la mejor opción para gobernar el mundo y salvar a los pueblos del hambre, la miseria y la agonía: ¡Acabaste con el manteca‘o Durdú el loco…!
Pero otra cosa también fue cierta, los obreros, los trabajadores, los campesinos, el ser social y la conciencia social, nunca son, ni serán jamás, en esa maldita ideología, los dueños de los medios de producción, ¡a otros con ese cuento!, la historia lo demostró con creces y nos enseñó con sangre, (lo vimos en cada uno de los países donde intentaron implantarla), que todo lo que hablaron, escribieron y pensaron los burgueses que no querían trabajar, era pura mierda, falsedad y alevosas pajas mentales.
Hasta ahí todo muy bien hasta que un buen día, a bordo de algún buque perdido, extraviado y sin rumbo fijo, la doctrina inventada en Europa la vieja, llegó, me imagino que como polizón, a “Cubita la bella”, la dulce y querida tierra del negro cimarrón, los mambises, la mulata rebelde, el bravo aguardiente de caña, el taburete con piel de chivo, el isleño bruto pero trabajador, el chino engañado y optimista, el olor a mar, el son montuno, los tamales con carne de puerco, la jodedera y el choteo, el sudor de sobaco, el pan con timba, el pregón, el barrio San Isidro, el cubano libre y los durofríos de fresa de la Gallega.
Al principio, quienes abrazaron las ideas comunistas bajo el intenso sol caribeño, no pasaron de ser cuatro o cinco mortales desequilibrados vistos por el resto del pueblo como unos muertos de hambre, gentuza con ganas de diferenciarse de la política nacional y con deseos de armar uno que otro sal pa’ fuera para que los tuvieran en cuenta. Yo no dudo que tuvieran sus razones y compartieran la creencia “europea” de que el proletariado, y por extensión el cubano, estaban preparados para convertirse en dictadura, pero una cosa es la nieve “del viejo continente” y la otra el sol que raja las piedras del Caribe tropical.
Pero lo que nunca nadie imaginó fue que desde las sombras un ser maligno avanzaba a pasos agigantados diciendo que él no era comunista, que él solo quería devolverle a Cuba la democracia y la Constitución de 1940.
Mediante el golpe de estado con el que se adueñó de nuestro país, el 1 de Enero de 1959, y traicionó a todos los cubanos, incluyendo a los comunistas “de toda la vida”, implantó en nuestra Patria la más absurda y tenebrosa ideología que ha conocido la humanidad en toda su historia y a la que incorporó, para no ser menos que los otros sinvergüenzas, algunos “elementicos” de su propia inspiración hasta convertirla en la terrible aberración disfuncional que conocemos hoy todos los cubanos: el castro-comunismo.
Continuará…
Ricardo Santiago.