¡Arráncame Dios mío este maldito castrista que se me ha cola’o dentro!



Yo siempre digo que la mayoría de nosotros, los seres cubanos, aunque nos cuesta reconocerlo, y aun cuando somos abiertamente unos contrarrevolucionarios de marca mayor, arrastramos, sin darnos cuenta, algún que otro pedacito, algún que otro rasgo o alguna que otra característica de esa execración ideológica, de ese vomitivo acto patriótico-militar, de esa ponzoñosa y venenosa “ética y estética” denominada revolución del picadillo.
Este artículo me ha costado mucho tiempo “parirlo” porque, sin pretender hacer un psicoanálisis sobre el castro-comunismo, sobre esa porquería de socialismo “perretero” que nos sube y que nos baja y en especial sobre su gran inventor y teórico nacional, sí trataré de exponer mi visión sobre tal monstruosidad pandillera y por qué nos ha resultado tan difícil a los seres cubanos deshacernos, sacudirnos y guardarnos, de tamaña irresponsabilidad histórica.
La realidad “psicosomática”, es decir, la referida a la absurda relación entre la mente, el cuerpo y la política, nos enseña que las personas no son ni totalmente malas ni totalmente buenas. Una sentencia bastante acertada si tenemos en cuenta que más que bien todos, absolutamente todos, hemos hecho, alguna vez, una que otra “diablura” con consecuencias “terribles” para una o más personas, es lo normal, lo natural, lo humano y engorda.
Cierta vez vi, en el canal en español de la televisión alemana, un reportaje sobre fidel castro donde un montón de sus secuaces y familiares más allegados resaltaban admirados y extasiados las bondades de ese “ilustre” dictador. En general todos coincidían en que al fulano, al tipo, al maño, al acere, al consorte, había que conocerlo en la intimidad, que era ahí donde se apreciaba la verdadera humanidad del “hombre más genial que parió Cuba”, su vocación de sacrificio, su amor por la patria, su estatura quijotesca y por ahí pa’llá un montón de babosadas, de cualidades nunca vistas, de Mariíta, Mariíta, qué haces pa’ estar tan bonita, que a mí me provocaron unas tremendas arqueadas y una soberbia tan grande que por poquito tienen que darme un “brinco” pa’ sacarme tanta maldición del cuerpo.
Por otra parte he podido apreciar que el “ejército rebelde”, muy rebelde, de combatientes “clarificados”, que tiene diseminado por todas las redes sociales la revolución del picadillo, como bichos invasivos que devoran todo a su alrededor, intentan “ripostar” nuestras verdades utilizando la imagen del cambolo de Santa Ifigenia acompañada de frases como: yo soy fidel, los zapaticos me aprietan…, fidelista por siempre, mi macho cabrío, patria o muerte, tú sí que eras más bueno que un pan mi comandante y “acuérdate que hace rato se me rompió la olla reina que me vendiste y no hay piezas de repuesto…”.
Pero, como sucede en todas las dictaduras del proletariado, nada de eso es nuevo, la historia de Cuba de los últimos sesenta años está repleta de gritos, loas, fotografías, películas, documentales, noticiarios y cuanta superficie pueda graficarse con la imagen y/o las palabras de esa abominación intestinal.
Siempre tuve la sensación de que lo hacían para meternos miedo a los seres cubanos, para que no nos saliéramos de la rayita porque “si te haces el gracioso viene el coco y te manda pa’ la agricultura”.
Mi amiga la cínica dice que no, que repiten y repiten su “legado” porque si lo dejan de hacer, aunque sea por un solo minuto, corren el riesgo de que a los cubanos el fulano se nos olvide para siempre.
Yo digo que cada cual tendrá su opinión sobre este tema, es decir, los horrores que hemos tenido que sufrir y padecer durante esta larguísima y ridícula historia de pioneros por el comunismo, con la guardia en alto, si se tiran quedan y todas esas porquerías cerebrales que nos dañaron irremediablemente tanto el cuerpo como el alma, son mucho con demasiado.
Porque, aunque algunos pretendan olvidar, o negarlo, la maldición de fidel castro, su pus hipnótico, su excreción pestilente, sus malas y desastrosas ideas y su verborrea improductiva, de una u otra manera, a muchos de nosotros, a la mayoría, se nos coló bien adentro y la llevamos a rastra donde quiera que vamos. Somos, sin darnos cuenta, repito, una gran parte de nosotros, “mulas” portadoras que cargan el virus más letal que ha padecido la especia humana en toda su historia.
Reconocerlo y tratarlo con inteligencia, decencia y sabiduría, es la única manera de liberarnos para siempre de esa maldita agonía y el primer paso real que daremos, cada uno desde su lugar, para ver a nuestra Patria libre, limpia y orgullosa.
Ricardo Santiago.



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