Yo siempre digo que la mayoría de los cubanos, y algunos “observadores internacionales” también, nos quedamos cortos, cortísimos, a la hora de juzgar la criminal dictadura que se ha adueñado de nuestra Patria, que nos ha empobrecido, ridiculizado, asfixiado, desprestigiado y hundido a todos en un mar de absurdos, intolerancias, arbitrariedades y melancolías que, aunque muchos aun se resisten en creerlo, nos convierten en un país fantasma, vacío, de mentiritas y en un parásito que se devora a sí mismo transmisor de un desvergonzado estreñimiento físico y espiritual.
Porque la revolución castrista es la mayor contradicción de todas las contradicciones, vistas y por ver, de la especie humana, es decir, una revuelta social que llegó con tremenda “algarabía de pueblo”, alimentando expectativas de dibujos animados, sembrando esperanzas de galaxias lejanas, prometiendo cambios y un progreso de rizado de chocolate que, tras más de sesenta larguísimos años de “entusiasta” construcción del socialismo, solo nos ha traído mucho marabú, “todo se derrumbó, dentro de mí, dentro de mí…”, mucho dolor en la boca del estómago, un mal olor insoportable debajo de las alas de volar, otro en los pies de caminar, una miopía mental que desajusta las peores graduaciones bifocales y unos zumbidos sibilinos que nos salen de las entrañas, nos envuelven todo el cuerpo y nos ahogan las pocas ganas de vivir que nos ha dejado el exceso de tanto sacrificio para qué…
Y hablo de todo esto porque me he dado cuenta que casi siempre nos quedamos cortos, no llegamos, cuando intentamos definir qué significó realmente, para la nación cubana, la tremendísima flojera “sapiens” que mostramos como pueblo aquel nefasto 1 de Enero de 1959 cuando, poseídos por la mediocridad y la estupidez degenerativa, el embotamiento alcohólico carnavalero y la adrenalina casquivana, dimos los peores vítores, los más alcahueteros aplausos y el más contraproducente apoyo a un fidel “que vibra en la montaña”, a sus piojosos “rebeldes revolucionarios” y a un ejército “libertador” que no eran otra cosa que una pandilla de delincuentes, de bandidos y de soñadores manipulados que con el bonche y la jarana de los humildes, el cuartico está igualito, la Patria es de todos y el flan sin leche, nos metieron a casi todos los cubanos, a la mayoría para ser más exactos, en una enorme olla “embrujada” y nos cocinaron a fueguito lento, como mejunje ideológico, como un brebaje alucinógeno y muy agua’o pa’ que alcance pa’ mucha gente, para poner este mundo en que vivimos de patas pa’rriba, con las locuras a flor de piel y agonizando ante tanta incoherencia y tantos desatinos.
Para nadie es un secreto, solo para los oportunistas, los cómplices y los manitos pa’rriba, saliva…, de la revolución del picadillo, que Cuba es un país que se hunde vertiginosamente, a pasos gigantes, en un tenebroso hueco oscuro, profundo, muy profundo, creado por el peor régimen económico, político, cultural y social, que un pueblo se ha dejado imponer, a la fuerza o por puro gusto, en toda la historia de la humanidad.
Una destrucción iniciada por fidel castro con sus tonterías, sus complejos de gran estadista y su mediocridad sin fronteras, que fueron dando al traste con todo cuanto habíamos construido los cubanos desde que llegó Colón en su “bicitaxi”. La majestuosidad y la belleza de un país fueron sustituidas por pasajes después de la batalla, los buenos sabores y los exquisitos olores por la peste el último, la magnífica abundancia en un cruel racionamiento, la libertad en milicias proletarias, la dignidad en doble moral y los leones del Prado en raquíticos mininos víctimas de la indiferencia humana.
Pero hay un puntico, y es el que quiero señalar específicamente, donde el castro-comunismo se ensañó particularmente con los seres cubanos y que a la postre nos convirtió en la mierda de “civilización” que hoy somos. Me refiero a la excesiva persecución, represión, obstaculización y coacción, por parte de esa maldita dictadura, a los emprendedores nacionales. Una de las grandes hijeputadas castristas, contra el pueblo cubano, que además se revoluciona constantemente, se hace más cruel, más retrógrada, más fascista y que, sin duda alguna, es causa fundamental de que no tengamos cuerpo, espíritu y ni este poquitico de sueños.
Un país sin emprendedores, sin soñadores y sin hombres y mujeres que desarrollen libremente sus iniciativas, es un país condenado a navegar eternamente en “barquitos de papel”, a volar en “coheticos de hojas de libreta” y a sonar siquitraquis para enmascarar el zumbido de sus tripas…
Continuará.
Ricardo Santiago.