Nuestros padres nos educaron con la ilusión de que fuéramos mejores que ellos, de que nos convirtiéramos en importantes profesionales, “generales o doctores” porque, según nuestro gobierno, crecíamos en un país de “luz y progreso” donde, gracias a…, había triunfado una Revolución de humildes y para los humildes.
Muchos de nuestros progenitores creyeron ese cuento y, esperanzados en la creencia de un “futuro mejor”, se esmeraron en nuestra formación y nos exigieron estudiar porque la Patria se iba a convertir, muy pronto, en tierra de grandes oportunidades, prosperidad y bienestar para todos.
Las exigencias paternas, muchas acordes con las nuevas doctrinas gubernamentales, nos decían que estudiáramos mucho, que llegáramos a la Universidad, que nos graduáramos y: “Ya verás que con un título debajo del brazo todas las puertas se te abrirán…”.
En 1980 sucedió el segundo éxodo importante de cubanos hacia los Estados Unidos. Éxodo masivo que sorprendió a muchos. Más de 120 000 cubanos abandonaron Cuba y no se sabe cuántos más no pudieron hacerlo, demostrando que algo no estaba bien y que la inconformidad popular era manifiesta pero de “puertas hacia adentro”.
El “futuro” en Cuba se construía a base de promesas, gritos, consignas patrioteras, sacrificio popular, restricciones y un odio feroz a los americanos por ser los “causantes directos” de todas nuestras desgracias. El gobierno castro-comunista sustentaba su existencia en una dependencia a ultranza y enfermiza de la Unión Soviética, mientras el famoso desarrollo económico y social prometido por Fidel Castro se iban por los retretes del Comité Central.
Delante de nuestras propias narices se forjaba la involución de la Patria, el retroceso hacia el lado oscuro de la existencia era inducido por un grupo de inoperantes e inescrupulosos “dirigentes” que se enriquecían y se acomodaban mientras le exigían al pueblo más sacrificio, devoción y sumisión a la Revolución.
Los cubanos vivimos todo el tiempo bajo la amenaza de que los yanquis nos querían borrar de la faz de la tierra, ese miedo constante, creo yo, no nos permitió formarnos una conciencia política real, más bien desarrollamos un sentido de odio hacia los “yumas”, una adoración hacia el hombre que se les enfrentaba en cualquier tribuna y un especial sentido a no querer morirnos bajo los efectos de un “desagradable ataque atómico”. Recuerdo que de muchacho, para disimular el terror que sentíamos, nos contentábamos unos a otros repitiendo que: “si nos tiran la bomba atómica también a ellos los coge…”
Nos graduamos de la Universidad ¿y qué? La mayoría de nosotros no encontró trabajo y anduvimos por La Habana y el resto del país como zombis laborales y el titulo de licenciados debajo del brazo, por cierto, el mío por poco se me pudre con el sudor, y después de muchos tropezones logramos ubicarnos en todo menos para lo que habíamos estudiado.
Lazarito “ganzúa” era un muchacho del barrio de mi misma edad, fuimos amigos porque estudiamos juntos hasta la Secundaria Básica, después cada uno agarró por su lado y, por esas cosas de la vida y la “juntadera”, se convirtió en ladrón de tendederas y de todo lo que las personas dejaran “mal parqueadas” como le gustaba decir. Cuando los sucesos del 94, otro éxodo significativo de cubanos, lo encontré porque había ido a despedirse de su madre, la vieja Antonia, gran persona, y sin muchos miramientos me dio un fuerte abrazo y me dijo: “Acere me voy echando pa’l Norte que aquí ya no hay ni que robar…”.
El sacrificio, la devoción y la entrega en cuerpo y alma de nuestros padres a la Revolución de Castro, para que sus hijos tuvieran el futuro prometido, fue pura mierda, sólo sirvió para que este hombre se solidificara en el poder y se convirtiera en el verdadero “hombre fuerte de Cuba”.
Las generaciones de “hombres nuevos” se convirtieron en hombres-pájaros, hombres-peces y hasta en hombres-lobos y emigraron a los bosques gélidos porque en la isla tropical, en la más bella de todas, “ni huesos para roer y saciar el hambre…”
El futuro en Cuba, con el castro-comunismo, es cosa de ciencia-ficción.