Un crimen espeluznante, despiadado, traicionero, que sucede, a diario, con total ensañamiento y alevosía, con consecuencias incalculables para los cubanos, y responsable del peor daño antropológico que se le puede causar a un país, a una nación, a una sociedad o a un pueblo.
Una “obra maestra” perversamente calculada, la “genialidad” de las mentes más retorcidas engendradas por las fuerzas oscuras, por la ponzoña del mal, por el aguijón del Diablo…, aura tiñosa ponte en cruz…, el peor atropello cometido contra la infancia, contra cualquiera, en toda la historia de la humanidad, y una pederastia física y emocional que, por desgracia para todos los seres cubanos, tiene más de sesenta larguísimos años.
Lo más terrible de esta violación a la candidez “chiquita”, de este parricidio contra la virginidad espiritual, es que, por una parte no es posible determinar cómo empezó esto y, por la otra, que para llevarse a cabo tuvo que contar con el apoyo de nuestros padres, de nuestras personas mayores y de todas las democracias del mundo que permitieron, mirando hacia otro lado, que un grupúsculo de criminales, usurpando el poder en un país, utilizara a “los locos bajitos” para cometer sus atrocidades, para violentar la tranquilidad de una nación, para enfrentar a padres contra hijos y para concretar sus macabros planes de revertir el cariño filial más puro y transformarlo en el asqueroso “amor a una pérfida revolución” y a un malévolo “comandante en jefe”.
Pero vamos por partes porque tamaña monstruosidad no puede ser un hecho fortuito, aislado o espontaneo.
La historia de Cuba, y la de los cubanos, de todos, posterior a Enero de 1959, es un devenir repleto de absurdos, de payasadas, de mentiras y de manipulaciones estentóreas que se han basado, principalmente, en hacernos creer, y hacerle creer al resto del mundo, que la revolución de fidel castro nos liberó a nosotros del “yugo opresor”, nos convirtió en ciudadanos libres y nos hizo hombres y mujeres derechos, perdón, izquierdos, disfrutando de la sociedad “más justa”, más revolucionaria, más feliz y más democrática, que existe en este bendito planeta azul, uno de los tantos con inteligencia de “carne y huesos” en este enorme espacio sideral.
Cuando yo era chiquitico y de mamey, y no lo niego, me daba un pálpito en el pecho, un subidón astringente tremendo, una alegría sicotrópica alucinante, cada vez que saludaba la bandera en los matutinos de la escuela y repetía aquello de pioneros por el comunismo, seremos como…
Eran los tiempos de la efervescencia refresquera que se vivía en un país volcado, íntegramente, en la construcción de un socialismo de tempestades, en la erradicación de todos los rasgos del pasado y en la eliminación, uno a uno, y fíjense bien compañeros porque esto es muy importante, de todos los enemigos de la Patria, de la revolución y de fidel.
Con esos truenos reaccionarios se formó la mentalidad de mi generación. Crecimos en un país donde había que cagar de pie, al borde del cañón, porque el enemigo imperialista, y otros seres innombrables, nos querían “tirar” la bomba atómica y hacernos desaparecer del mapa, de las “Naciones Unidas” y de la bolita del mundo.
Recuerdo que el único consuelo que teníamos, si el enemigo nos tiraba el puñetero “aparatico” nuclear, era que la onda expansiva también los alcanzaría a ellos, por lo que le recomendábamos, señores imperialistas, que lo piensen muy bien antes de cometer tamaña locura.
Dice mi amiga la cínica que nuestra historia revolucionaria es una cosa de locos, que un país que sustenta su guapería barriotera en tan disparatadas exaltaciones de la adrenalina chovinista no puede “producir” generaciones bien dotadas y preparadas para el desarrollo, para el progreso, para la democracia y para la libertad. Una involución degenerativa que nos alcanzó a la mayoría y que nos utilizó, sin pedirnos permiso, como palitos barquilleros prestos a menear banderitas, a mover las cinturitas, a gritar obscenidades, a dar golpes de ciegos y a agredir a todo aquel que tuviera un chicle en la boca o se hiciera el gracioso defendiendo a los americanos.
Por eso, y por muchas otras cosas más, hoy somos un país podrido, incurable, políticamente pornográfico, devastado por la peor guerra sicológica desatada por el tibor del socialismo contra ciudadanos indefensos, desprotegidos, víctimas de las malas alucinaciones de un régimen estéril, infecundo, “chiclano”, abusador, prepotente y maquiavélico que le lava el cerebro a los niños para llevárselos en un saco y regresarlos convertidos en “borriquitos como tú, como tú, que no sabes ni la u, ni la u…”
Yo no quiero un país así para mis hijos ni para mis nietos, Por Eso Me Fui De Cuba…
Ricardo Santiago.