El pueblo cubano, ese que no tiene un “padrino” que lo bautice, un hada madrina vestida de verde olivo, un tío en el exilio que de Pascua a San Juan le envíe unos cuantos dolaritos, una “guanajita” echa’ en el “patio de su casa” que no es particular o un mísero lugar donde caerse muerto, ese cubano humilde, de infantería, sin un cielo que pueda “tocar” con sus manos, sin esperanzas y con la buena suerte caducada por soportar tanta mierda de ese socialismo de tempestades, ese ser cubano, repito, está, irremediablemente, en el último lugar de la cola, arañando en la Conchinchina del proletariado, en “el país de las sombras largas”, con las desgracias al cuello, a punto de volverse loco y tragando en seco raíles de punta porque lo “bueno”, que dice tener y del que tanto alardea el régimen castro-comunista, no lo alcanza ni de refilón, no le llega ni a los tobillos y no lo salva de sufrir la vida miserable que tiene “por mucho viento que respire” aunque parezca que está vivo.
Porque, y es cierto, en Cuba, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, funciona, sin ningún tipo de tapujos, a lo descara’o, una especie de ley del embudo fidelista que dicta que lo bueno, es decir, las mejores cosas, son para los dirigentes de la “revolución”, los personeros del comunismo, los altos oficiales de las fuerzas armadas, para un muy reducido grupo de familiares de los “mayimbes”, de adulones-chivatos confesos y probados, de amiguitos y amiguitas vamos todos a “cantar” y de todo aquel que se plegue con un alto nivel de sumisión, a los intereses y cochinadas de la dictadura de esa familia castro-asesina.
Para nadie es un secreto que la plana mayor de esa maldita tiranía, incluyendo a muchos que hoy viven en el exilio, han gozado históricamente de privilegios, de “toquecitos” especiales y hasta de un sistema de leyes muy diferentes al que nos ha tocado vivir, qué digo vivir, mal vivir, soportar, padecer, agonizar, tragar y recontra sufrir, al resto de los seres cubanos.
Esos hijos de puta, que por demás se creen los dueños de Cuba, crearon un país paralelo al nuestro donde inventaron las confiscaciones a nombre de la revolución del picadillo, las nacionalizaciones en nombre del pueblo cubano y las intervenciones de todo cuanto les permitiera adueñarse del territorio nacional que, por cierto, nada fue creado, o construido, por esa pandilla de bandoleros, asesinos, ladrones y vulgares estafadores, pero si destruido por todos ellos.
Hasta un mercado alimentario diferente se inventaron, es decir, se armaron de fincas “latifundistas” para proveer sus opíparas mesas de todo lo que produce la fértil tierra cubana, llenan sus refrigeradores con “ricuras y sabrosuras” que el cubano normal cree solo existen en las películas como efectos especiales, engordan sus panzas con delicatesen traídas “del más allá” y se jactan, con la boca llena, de que el tibor del socialismo es la sociedad más justa que existe porque todos comen lo mismo, cocinan lo mismo y cagan lo mismo, gracias a nuestra bien ponderada, magnífica, muy proletaria, y más que todo sagrada, libreta de racionamiento alimentario.
Hasta se “mudaron” a las regias mansiones del, según ellos, enemigo jurado de los trabajadores, se instalaron en el corazón de la burguesía criolla para “demostrarle” al pueblo que se puede vivir bien y, también, ser muy revolucionario pues quienes construyen, nuestro “amado” socialismo, “merecen” ciertas comodidades pues pensar cansa, atormenta su poquito y ya nosotros no estamos para tanta agitación.
Y luego la estirpe maldita de esos degenerados, aunque la mayoría está hoy en Miami, gozando la papeleta de un exilio casi castrista, tuvieron sus escuelas “diferenciadas”, creadas para ellos, especialmente para los hijitos de mi papá me ama y para las hijitas locas de mi mamá me mime.
Dice una “vieja leyenda” que un hijo del sicario ramiro valdéz, en una perreta cumpleañera que tuvo, hizo llevar, a un campamento en la agricultura, de una escuela al campo, un piano pa’ tocar pendejadas porque, el muy “malcriado”, se creía algo así como un Elton John.
Son muchas las historias que pudieran contarse de cómo los esbirros del pueblo cubano han dispuesto a sus anchas de un país, de sus recursos, de su base material y de la vida de una nación, a la que han reducido a escombros, a cenizas, a basura, a porquería, a una tierra estéril y mugrosa de la que todos, la gran mayoría, para no ser absolutos, quieren partir para jamás volver.
Ricardo Santiago.