Parte el alma, la descuajeringa en “menudos pedazos”, la tritura, la desconchinfla y la cachicambea en millones de lágrimas tristes, pero el cubano, el ser cubano, el cubano de infantería que vive en Cuba, ese que no tiene de dónde sacar un carísimo dólar, que se enemistó a muerte con su familia “gusana del Norte” defendiendo una “revolución” que nunca fue suya, que largó la vida y las uñas de los pies cumpliendo las pajas mentales de fidel castro, que sacrificó su librita de arroz “subvencionado” para matarle el hambre a “otros pobres” de la tierra, que permitió que sus hijos fueran por el comunismo y terminaran montados en balsas a la deriva, que gritó a todo pulmón socialismo o muerte…, ese cubano, ese ser cubano, se atraganta hoy con la desilusión más lacerante del mundo porque, al final de su inmolada existencia, ni socialismo, ni librita de arroz, ni familia en el Norte, ni revolución de los humildes, ni futuro luminoso y, mucho menos, pero muchísimo menos, la cacareada igualdad social, la prosperidad por la libre rodando por las calles, la barriga llena y el corazón contento, el huesito de pollo pa’ mi perrito y la vida, esa vida prometida por la que entregó altruistamente hasta la última gota de sangre, perdida en cañaverales, trincheras apestosas, surcos interminables, derrumbes para amantes sin dinero, guardias absurdas, colas kilométricas pa’ comprar cualquier cosa y reuniones, más reuniones, bulto de reuniones, para recordarles compañeros, que tenemos que salvar la revolución, a fidel y al socialismo, aunque la patria nos quede hecha una porquería…
Dice mi amiga la cínica que se jodan, que yo soy medio melodramático pero que al final ese cubano tiene lo que se merece por pendejo, por atrofiado ideológico y por comunista, porque hay que ser muy imbécil para no entender que toda esa mierda, de la revolución del picadillo, hace la mar de años que no existe y que lo que hay en Cuba es una pandilla de delincuentes, robando a las dos manos y engañando a cuanto tonto se les cruza en su camino, con el cuentecito de que los castro también comen la asquerosa “croqueta explosiva” que le venden al pueblo por la libreta de racionamiento.
Yo respeto la opinión ajena y cuando está bien fundamentada, aunque no la comparta, lo hago más, porque, como yo siempre digo, el castrismo fue muy inteligente y convenció a los cubanos, a la mayoría del pueblo humilde de Cuba, que las “riquezas” serian repartidas fifty-fifty, que nadie comería nunca picadillo de soya, que se reinstauraría la Constitución de 1940, que la libertad estaría sata en cada esquina, que fidel castro no era un dictador y que, en elecciones libres, elegiríamos a un presidente para mantener y amplificar la bonanza económica que se disfrutaba en nuestro país.
El tema fue que la falsa historia de la revolución triunfante de obreros y campesinos fue muy bien vendida y se hizo muy difícil que, con tantos “fuegos artificiales” estallándonos en la cara, nadie dejara de creer en ella.
El castrismo jugó magistralmente con la inocencia nacional y, a principio mismo de los años sesentas, sustituyó la ingenuidad colectiva, la de cerveza fría y pan con lechón a todas horas, por el comprometimiento revolucionario de que había que ajusticiar, eliminar, matar, paredón, paredón, paredón, a todo aquel que se opusiera a, vuelvo y repito, que las riquezas se compartieran a partes iguales entre los castro y el pueblo cubano.
Muchos tuvieron la lucidez, la inteligencia, el valor y el honor de quitarle la careta al tirano y desmentir su “manantial” de aguas putrefactas, pero la mayoría del pueblo no, los cubanos nos montamos apretujados y colgando por las ventanillas y las puertas en la carroza de la revolución del picadillo y, cuando vinimos a despertar, el trecho recorrido era tan largo, pero tan largo, que ya nadie tuvo que explicarnos qué carajo significa esa mierda de socialismo o muerte porque lo sufrimos, cotidianamente, en el cuerpo y en el alma.
Más de tres millones de seres cubanos nos desperdigamos por el mundo cargando con el tiempo perdido y doce millones quedaron atrapados en Cuba debatiéndose entre salvar esa maldita revolución, oponerse, disentir, luchar contra ella, “resolver” el vasito de leche diario pa’ los muchachos o rogarle al cielo un rayito de luz porque esta desgracia no hay quien la aguante.
El castrismo convirtió a Cuba en un cementerio gigante donde el cubano, piense como piense, entierra cada día sus sueños, sus ilusiones y su vida…
Ricardo Santiago.