¿Qué es exactamente el castrismo, el castro-comunismo o el tibor del socialismo?



Esta es una buena pregunta, buenísima, la mejor de las preguntas. Lo malo que tiene es vivir la respuesta porque, en la vida real, quien haya tenido que tragarse a pulso el socialismo, el castro-comunismo y a fidel castro con sus ideas de la carnecita de res mística, sino se fue en vómitos, diarreas y arqueadas desagradables, quedó, como quedé yo, trastornado para toda la vida.
Y es que definitivamente la revolución del picadillo es un purgante, una grosera lavativa para “blanquear” el cerebro y extirparle a los cubanos las buenas ideas, el sentido común, la decencia, las mejores reflexiones sobre esta vida que nos ha tocado vivir, la utilidad del verbo y el sustantivo, las bellas percepciones espirituales sobre este mundo en que vivimos y el agua con azúcar prieta que tenemos que tomar en el desayuno porque la leche está perdida hasta de los centros espirituales.
Por eso trataré de explicar, según mi experiencia como ser cubano, por haber nacido en Cuba después del 1 de Enero de 1959, y vivir casi toda mi vida bajo las banderas del socialismo o muerte y la peste el último, qué carajo es el castro-comunismo, la libreta de racionamiento, el arroz sin pollo, la vida más amarga que el café, la politización de las letrinas, la chusmería revolucionaria, el odio al imperialismo, los mítines de repudio, los CDR y la chivatería oportunista, la cola del pan, el dictado de la maestra en la escuela, el dolor de barriga, los “uniformes” obligatorios, las camancolas de los militantes, el sociolismo descarado y la muerte de un país por la estupidez desmedida de un grupúsculo de sinvergüenzas empeñados hasta en robarse la palma real, el tocororo y la blanquísima flor de la mariposa.
Pero, pensándolo bien, contar la historia de cómo han destruido un país durante más de sesenta y tres larguísimos años, de cómo dinamitaron sus estructuras hasta convertirlo en asquerosas ruinas y de cómo lo hicieron mierda con el cuento de un futuro mejor, es una faena larga, angustiosa, descojonante, y siempre voy a correr el riesgo de que nadie me crea pues en realidad, lo que se cuente de cómo una nación y su pueblo, especialmente su pueblo, han logrado sobrevivir a tamaño disparate, y a tan ridículo absurdo, siempre caerá en el campo de las elucubraciones pues resulta inconcebible, increíble y risible, que los seres cubanos solo reciban un pancito diario o cinco huevos al mes para alimentarse.
Yo siempre he dicho que el pueblo cubano es el pueblo más ingenuo del mundo. Es cierto que tuvimos grandes valores como nación y una mal contada historia pero, indiscutiblemente, así nos las arreglamos y construimos un país muy próspero hasta que llegó ese fatídico 1 de Enero en que nos tiramos a la calle a festejar que se había ido Batista y con la misma le abrimos las puertas de nuestra gran nación, y de nuestros corazones, a la peor de las bestias paridas por el infierno que, con sus falsas promesas de esto y de lo otro, nos puso la caña a tres trozos y nos condujo, de uno en fondo, al despeñadero de la “victoria”.
Yo insisto en la puñetera idea de que fuimos la mar de inocentes. Nuestra desmesurada candidez ideológica nos llevó a pensar que aquel fulano, que decía convertir los cuarteles en escuelas, era trigo limpio y le entregamos hasta nuestros hijos para que construyera una revolución que, a ojos vistas, porque nadie puede prometer lo que no tiene, era una farsa, una pérfida mentira, la gran estafa y la bien apretada soga al cuello que nos ha estado asfixiando por estos larguísimos sesenta y tres años.
Al final, como bien dice mi amiga la cínica, no importa qué es o cómo se llame esa mierda, sin pies ni cabeza, que se adueñó ilegalmente del poder en Cuba y no lo suelta ni aunque les den candela por el c…, porque la realidad es que llámese como se llame, le digamos como le digamos, los seres cubanos llevamos más de medio siglo pasando las mil y quinientas, pidiendo el agua por señas, levantando la mano hasta para ir a cagar y mirando hacia todas partes para protegernos hasta de nuestra propia sombra.
Es triste, muy triste, lo que tenemos que vivir por culpa de esos malditos. La dictadura castrista es un ente sin coherencia ni “fondo” que funciona y existe por su carácter represivo, mafioso, ególatra, cruel y criminal. No le importa en lo más mínimo la felicidad del pueblo y solo nos utiliza como esclavos, para menear banderitas de papel, en su largo, macabro y sostenido afán de empujarnos, a la fuerza, ese maldito tibor del socialismo.
Ricardo Santiago.



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