Por Cuba hacemos todos. Es la pura verdad. Hacen quienes defienden el castrismo, quienes queremos una Cuba libre de dictaduras, quienes viven como parásitos de ella y hasta “los que no se meten en política”, pero todos, cada uno de nosotros, sin excepción, hacemos “algo” por Cuba.
La respuesta está en quiénes le hacen bien y quiénes la destruyen, la maltratan y la hunden en el tibor del socialismo.
Defender el castrismo es defender más de sesenta y tres larguísimos años de atraso, de subdesarrollo, de politiquería insustancial y de miserias físicas y espirituales.
Son muchas las pruebas, imágenes, testimonios, documentos, personas, ciudades, pueblos, comunidades y seres cubanos, que pueden demostrar el fracaso de un régimen totalmente divorciado de la productividad, del desarrollo social y de unas “vianditas” en mi barriguita.
El castro-comunismo nunca logró que Cuba se convirtiera en el “famoso paraíso” prometido por fidel castro. El castrismo no puede exhibir progresos en la industria, en la producción agrícola, en la creación de valores y mucho menos, pero muchísimo menos, en el respeto a las garantías ciudadanas para la vida y el ejercicio de la democracia.
Lo prueban la involución y la destrucción de la economía nacional, un exilio de casi cuatro millones de seres cubanos y la infelicidad total de un pueblo que se desplaza agobiado entre la bodega, la carnicería y la desesperanza, un recorrido diario, brutal, desgarrador y apingante.
Los defensores del tibor del socialismo castrista, los un poquito inteligentes, los menos, reconocen la “destrucción nacional” porque no hay Dios que la pueda ocultar. Según ellos no son ciegos a cuanto sucede en el país, apuntan a los errores cometidos en la implantación de políticas erradas y a prohibiciones innecesarias que dispararon el desencanto popular y la “improductividad de las masas”.
Los menos inteligentes, los no bendecidos con la capacidad de pensar y razonar, la mayoría de ellos, achacan la destrucción del país al embargo norteamericano, no les importa si son los campos inundados de marabú, los niños sin un vasito de leche, los enfermos sin medicinas o las chancleticas de metede’o que se rompen enseguida, no, para estos sujetos nuestra desgracia nacional es consecuencia de “otros”, del imperio, de la gusanera, no de la castromanía burra, obcecada e inepta.
Yo siempre he pensado que fidel castro pudo ser el hombre más importante en la historia de Cuba, el libertador y el héroe eterno de la Patria. Tuvo la oportunidad, pero no, su egoísmo, su caudillismo, su narcisismo, su ambición, su terquedad y su intolerancia, lo convirtieron en el mayor verdugo que ha tenido Cuba, y que hemos soportado los seres cubanos, desde quién se acuerda cuando.
Quienes no opinan, es decir, los que no se meten en política, también, con su silencio, aunque no lo quieran reconocer, interactúan con la realidad cubana. Un cubano apolítico, nacido y criado bajo el sistema socialista de los castro, es una malformación de esa ideología porque, como todos sabemos, en Cuba comunista, las abstenciones no existen, o se está a favor o se está siempre a favor de ellos. Para el régimen no “opinar” es considerado traición a la patria.
Quienes abogamos por una Cuba libre de dictaduras y caudillos, que somos muchos, cada vez más, queremos, utopías a parte, la erradicación total de la dinastía castro junto con todas sus porquerías, restablecer la Constitución de 1940, elegir una República de entre diferentes plataformas y presupuestos políticos y, sobre todo, la reconstrucción nacional desde el rescate de la verdadera espiritualidad del cubano hasta el desarrollo de una economía sostenible basada en las leyes del mercado.
Dice mi amiga la cínica que eso costará años porque el daño causado por esos degenerados es catastrófico, visceral y está en cada uno de nosotros.
Y, esta vez, le doy toda la razón, los seres cubanos, para empezar, necesitamos cambiar de raíz la agresividad del patria o muerte por la armonía de Patria, Prosperidad y Vida. Indiscutiblemente la mal sanidad de la idea castrista de vencer o morir le ha costado, y le cuesta, muchas vidas al pueblo cubano. Muchos hijos, padres, madres y familiares, perdimos en las absurdas “batallas internacionalistas” del castrismo, mientras que la familia castro nunca sacrificó a nadie de los suyos, sólo uno de ellos perdió un ojo y porque dicen que el muy imbécil estaba comiendo mierda con un cohetico.
Pero la realidad es que necesitamos un cambio de mentalidad de 180 grados, los seres cubanos pedimos a gritos hablar de libertad, de desarrollo económico, de prosperidad para el país, de abundancia, de respeto, de armonía entre nosotros y de vida, de mucha vida porque ya, en estos más de sesenta y tres larguísimos años de revolucionaria existencia, hemos sufrido demasiadas muertes sin vencer a nadie…
Ricardo Santiago.