Es cierto, muy cierto, los cubanos soportamos la dictadura de la escasez, del racionamiento, de las delaciones, de la triple moral, del miedo, de la ridiculez, de las prohibiciones, de las regulaciones, de las ausencias, de los faltantes, de la vulgaridad, de la tristeza, del encierro, de la peste, de la indiferencia, de la pasividad y, definitivamente, la de un grupúsculo de malditos truhanes, sostenidos por unas criminales estructuras de poder, empecinados en hacerle la vida insoportable y miserable a los seres cubanos.
Es que esa es nuestra gran desgracia nacional, le dimos apoyo generacional al relajo politiquero y permitimos, con nuestra insuficiencia, nuestra falta de visión política, nuestro conformismo, credulidad, mediocridad institucionalizada y nuestra vagancia patriótica, que nos “entrara” el comején del comunismo, nos devorara la gran nación que habíamos construido, se zampara de un tirón nuestro futuro luminoso y nos defecara como una enorme finca desvencijada, improductiva, “desecha en menudos pedazos…”, de barracones miserables repletos de cuerpos dispuestos a soportar “alegremente” la más vergonzosa esclavitud.
Y es que a los cubanos nos gusta confundir la alegría con el desatino y nos lanzamos desenfrenadamente a aplaudir a cualquier comemierda que nos prometa convertir una jornada laboral en muchos “días festivos”, las “ideas” en alimentos, las consignas en bienes de consumo, los letreros en divertimentos “educativos” y los tanques militares en morbosas carrozas de carnaval repletas de almas “desnudas” pa’ que siga la fiesta, que no pare nunca, que baile el “gordo”, mueve tu cinturita mami y que la Patria hieda a orine y mazamorra de “borrachos revolucionados” por revoluciones de proletarios, de estudiantes, de obreros y de campesinos.
Porque esa es la primera gran verdad, el castro-comunismo nos “turn-off” el chucho del amor al trabajo y nos convirtió en un pueblo propenso a la vagancia productiva, a creer que los desfiles, las marchas y los mítines de repudio hacen prosperar a un país y que las donaciones y los subsidios extranjeros nos lanzan, de una insípida, estancada, malograda y pedestre economía socialista, al primer mundo como si fueran las peloticas de papel y esparadrapo que nos hacíamos cuando éramos niños porque las de verdad no aparecían ni en los centros espirituales.
De ahí, de esa carencia nuestra para comprender que los gritos de viva fidel, o patria o muerte, no hacen crecer los boniatos en los campos, y sí en las aceras pa’ que demos los buenos tropezones, nos dejamos encasquetar, como pueblo, todo tipo de dictaduras, permitimos que nos absorbiera la más siniestra esclavitud de todas cuantas se han inventado y nos dejamos arrastrar hacia la melcocha más absurda por una maldita revolución que convirtió la Coca-Cola en agonía, un chicle en traición a la Patria, la langosta en veda eterna para el pueblo, al sanguisi de jamón y queso en una mala palabra, al desodorante en peste y mal olor y al guarapo y a la pamela en “presidentes” de una república socialista, somos fidel.
Una tras otras se fueron sucediendo las dictaduras mentales que aceptamos y soportamos los seres cubanos. La ingenuidad, la apatía, la inercia y la “inapetencia” nacionales, se fueron convirtiendo también en una especie de dictadura personal que fuimos arrastrando a lo largo y ancho de nuestra querida Patria. Nos fuimos adaptando a vivir entre los “escombros”, entre el abandono, entre culpas ajenas y en una sociedad totalmente militarizada, escudriñada y vigilada por una maquinaria experta en producir terror y muerte.
Dice mi amiga la cínica que cuando ella ve las imágenes de ese pueblo desfilando, marchando, aplaudiendo y vitoreando su propia miseria, no le queda otra que creer y afirmar que los cubanos vivimos en Cuba bajo los efectos de una “maría” ideológica, tan “radioactiva”, que no nos percatamos, o nos da igual por enajenados, que quienes cortan el jamón le den al pueblo los huesos pela’os mientras ellos se tragan la masa limpia.
Por eso es preciso que cada ser cubano se quite de encima sus propias dictaduras, se sacuda sus prohibiciones, sus ataduras, sus frenos y sus “ojeras” personales que son, en definitiva, el principal escollo para dar el paso hacia querer ser libres.
La libertad de un país, de una nación o de una sociedad, empieza por cada individuo que la conforma. No podemos aspirar a liberarnos de la angustiosa dictadura castro-comunista si antes no somos capaces, como personas, de quitarnos de encima ese pesado lastre que, por más de sesenta y tres larguísimos años, nos metió en nuestros cerebros, y en nuestros “corazones”, esa maldita pandilla de ladrones, asesinos, criminales y bandidos que se hacen llamar “revolución cubana”.
Ricardo Santiago.