Disertar en público, con la palabra en la boca, es un arte, un talento, una condición excepcionalmente humana y un don casi divino cuando se hace con inteligencia, claridad, organicidad y buen gusto.
En un mundo dominado por las imágenes visuales y en el que cada vez los seres humanos, y cubanos, leemos menos, “porque los espejuelos están muy caros…”, los videos live en las redes sociales han sustituido, por suerte o por desgracia, lo que antes las personas expresaban con una sentida carta de amor, un telegrama de urgencia, una notica por debajo de la puerta, un cohetico de papel directo a la niña de tus ojos y hasta con una simple oración escrita, sin discreción, en cualquier parte donde él o ella pudieran leerla.
Pero, como dice mi amiga la cínica, la tecnología es del carajo y nos dio a todos la posibilidad de salir en televisión sin que muchos comprendan que hablar correctamente, con talento, es una actitud ante la vida que no todos estamos preparados para ejercerla.
Pero bien, tecnicismos y cualificaciones a un lado, yo soy de los que piensa que la tecnología no es mala, que los malos son los “tecnólogos”, algunos más que otros, y que bien utilizada puede ser un arma muy eficaz para combatir una “penosa enfermedad”, anunciar un buen producto comercial, decirte que te amo con locura, distribuir un caluroso mensaje y hasta enfrentarnos a la peor dictadura que azota a una nación y a su pueblo desde hace más de sesenta y tres larguísimos años.
Y este es el punto donde quiero llegar. Yo digo que al castro-comunismo tenemos que enfrentarlo por todas las vías y con todas las armas posibles. A esa criminal dictadura no podemos darle ni un tilín de oxígeno, de descanso, de compostura mental, pues son muy habilidosos para reinventarse, para confundir, para convertir la mierda en bisutería fina, las mentiras en verdades, el pollo por pescado, la voluntad popular en inercia ciudadana y al inocente en culpable así, facilito, al chasquido de los dedos.
Yo tengo el presentimiento que muchos de los grandes “influencers”, videastas, “youtubers” o como quiera que se les diga a quienes practican esa noble profesión en la soledad de sus alcobas, o en público, acompañados la mayoría única y exclusivamente de sus teléfonos inteligentes, no entienden que una vez lanzadas al “espacio sideral” las imágenes y el sonido, sobre todo el sonido, estos llegan a muchísimas personas y que, o bien captan la atención de algunos, o mal provocan el rechazo en otros, que estamos hastiados de las boberías, las tonterías, los ridículos, la muela populista y de tanta mediocridad que inunda las redes sociales.
Pero insisto que al castrismo, a ese desagradable régimen de torturas físicas y mentales que llevamos soportando los seres cubanos por más de seis décadas, tenemos que tirarle con todo. Pasa que, digo yo, si lo hacemos tenemos que hacerlo bien, con inteligencia, para que nuestra lucha sea efectiva, convincente, eficaz y sin caer en ataques personales contra otros opositores, amenazas de comunistas compungidos, difamaciones de la moral que a nadie le importa, exaltaciones a lo que hice o deje de hacer y, lo más importante, ser honestos y valientes en nuestras denuncias para no caer en lo grotesco, en la burlita, en la babosería y convertir algo tan serio, tan importante y tan vital, como lo es la libertad de Cuba, en una bronca tumultuaria fácilmente manipulable por los esbirros del régimen castro-comunista para descreditarnos y reírse de nosotros.
Hay de todo en la “viña del Señor”, pa’ comer y pa’ llevar, pa’ deleitarse de lo lindo y para jalarse los pelos porque cuesta trabajo asimilar que existan seres humanos, o cubanos, capaces de proferir tantas, pero tantas, estupideces.
Algunos compatriotas, los menos, han sentado cátedra en esto de combatir a la dictadura castrista a través de los videos-live en Facebook o en Youtube. Con diferentes estilos y lenguajes, los que pueden gustarnos más/menos, hacen llegar un mensaje claro y directo de los crímenes y atropellos que, con total impunidad, comete a diario en Cuba esa brutal tiranía.
Pero otros, los muchos, han convertido las redes sociales en ciudadelas marginales donde pululan la falta de respeto, las bravuconerías barrioteras, la mentalidad delincuencial, la doble moral, las autobiografías fraudulentas y el deshonor convertidos en verdaderos estandartes de la vulgaridad, de la chusmería, del antipatriotismo y de la envidia.
Mientras tanto yo, que gracias a Dios no tengo el don de la palabra hablada, continúo escribiendo a “mano limpia” mis carticas de amor por el módico precio de un “fula”…, salvo para mis amigos que son gratis.
Ricardo Santiago.