Muchos amigos se oponen a que se nombre a fidel castro, o se publique su imagen en las redes sociales, u otros espacios, argumentando que esta es otra manera de “recordar” al tirano, que lo mejor es ignorarlo para olvidarlo bien rápido y que así se difumine y se pierda en la memoria de los cubanos “como algo que fue y que nunca debió haber sido…”.
Otros dicen que es porque les da un asco del carajo y cada vez que ven una imagen del cambolo de Santa Ifigenia esta les provoca tremendas arqueadas y muchos deseos de vomitar porque les recuerda la desastrosa vida que tuvieron que vivir en un país donde a todas horas se comía socialismo y se cagaba marchando vamos hacia un ideal…
Y no faltan los que se quejan porque no se quieren meter en política y que lo mejor es dejar a ese señor que “descanse en paz” y nosotros seguir adelante con nuestras vidas porque en definitiva el daño está hecho y los recuerdos matan mucho más rápido que las esperanzas.
Lo jodido de todo esto es a que ninguno de estos “amigos”, a los cuales respeto pero les digo que yo sí me meto en política, y me meto hasta el cuello, los he visto quejarse ante la repugnante y desquiciada frasecita, muy de moda en Cuba en los últimos tiempos, de Yo soy fidel…, un letrerito repetido en cuanta superficie lo admita y hasta pintorreteado en los rostros de los niños cubanos abusando, como es tradición en el castrismo, de la ingenuidad infantil e intentando convertir a ese maldito hijo de puta en un símbolo patrio o en lugar de peregrinación para almas sumisas.
La realidad amigos míos es que para combatir la desgracia, enfrentarla y derrotarla, hay que nombrarla, graficarla y hasta, si es posible, “videotizarla”.
Es importante y necesario hacerlo para que el mundo sepa que ese hombre, fidel castro, al que convirtieron en un líder mundial a base de exageraciones telenoveladas, aplausos delirantes e injustificados, cánticos propulsores de la guataconería, yo tengo la manito quebrada, no tiene huesitos ni nada…, idolatrías del pim, pam, pum y pleitesías babosas por cualquiera de sus payasadas, no era más que un dictador, un tirano, un traidor, un criminal, un delincuente, un chapucero, un autosuficiente insuficiente, un vendepatria, una escoria, un contrarrevolucionario, un ladrón, un manipulador y un cobarde.
Por supuesto que su pensamiento, “obra y vida”, como dicen los historiadores castristas, además de sus seguidores, aduladores, plañideras eternas y reencarnaciones oportunistas, también deben ser incluidos en esta verdadera batalla entre “ideas” para demostrarle al mundo que, al final, al margen de toda la manipulación de las huestes castristas, ese tipejo fue y es la mentira perfecta.
La indiferencia y el olvido, como sugieren algunos de estos amigos “hastiados”, es un arma de doble filo que, sumada a la mala memoria de muchos de nosotros, puede convertirse, en algún momento de nuestras vidas, en una estocada traicionera y muy peligrosa de quienes se esconden “detrás de la fachada” para perpetuar una ideología que solo les permite justificar y legalizar sus malas intenciones.
Desde el mismísimo 1 de Enero de 1959 fidel castro nos lavó el cerebro con sus peroratas y sus promesas del pan con mantequilla, el deporte derecho del pueblo y la salud y la educación gratuitas para todos. Generaciones enteras de cubanos fuimos utilizados, desde las más tempranas edades, para los planes más mezquinos y para satisfacer las egolatrías más asquerosas de este sujeto por convertirse en el emperador mundial del enfrentamiento a los Estados Unidos. Una guerrita estúpida que muchos apoyaron “por detrás” para satisfacer su morbo ideológico pero que en realidad quienes la sufrieron y la sufren, quienes la padecieron y la padecen, no es otro que el humilde, ultrajado y sacrificado pueblo de Cuba.
Yo digo que sí, que a fidel castro hay que nombrarlo, sentenciarlo y desprestigiarlo todos los días, a todas horas y en cada minuto de nuestra existencia, y cuando digo esto no lo digo solo por el daño irreparable que nos causó a millones de cubanos que hoy peinamos canas, lo digo también porque sus continuadores, los rauleros y los pachanguistas de esa infortunada revolución, siguen utilizando a nuestros niños, a nuestras inocentes criaturas, para continuar la misma mierda abusadora de hace más de sesenta y tres larguísimos años pero ahora disfrazada con el “inocente” cartelito de yo soy fidel.
Ricardo Santiago.