Así mismo, el castro-comunismo nos pudrió a los cubanos, nos intoxicó con su estúpido marxismo-leninismo, nos hizo picadillo de claria, nos empobreció con tanta politiquería y con toda esa mierda de los humildes pa’quí y el socialismo pa’llá, nos hundió en un hediondo vertedero de mítines de repudio, de trabajos voluntarios, de “vigilancias” cederistas, de perfeccionamientos de lo imposible, de sacrificios por la patria, por la revolución y por “nuestro” comandante en jefe, de empuja que aquí hay un hombre, de racionamientos alimentarios, de los ideales primero y la jama después, de to’l mundo de cabeza a cortar caña, a gritar que se vaya la escoria, a pasar calor que hay que ahorrar combustible, a ser como el che y a mendigar recargas para llenarle los bolsillos a los jerarcas de ese maldito socialismo.
Y todo porque los castristas no tienen espiritualidad ni creen en la madre que los parió. Para esos demonios la única religión que existe es el robo descarado de los erarios públicos nacionales, la represión a toda idea, o forma de idealismo, que no corresponda con sus intereses de “dictadura del proletariado”, el asesinato de todo ser humano que anteponga la libertad individual por encima de la masividad militante, la castración a quien se atreva a pensar o quiera ser diferente a la “línea del partido” y, por supuesto, llenarse los bolsillos y las barrigas con todo cuanto puedan robarle a los pueblos para vivir en la abundancia mientras los verdaderos proletarios, los condenados por el egoísmo de esos “generales y doctores”, padecen eternas hambrunas, viven vidas miserables y, para colmo, los obligan a gritar patria o muerte, venceremos.
Me acuerdo cuando en Cuba, y a algunos les puede parecer una exageración, fidel castro, a la cabeza de su maldita revolución de delincuentes, pandilleros y asaltadores de camino, desató una feroz cacería contra todo cubano que profesara algún tipo de creencia religiosa, espiritual o, simplemente, no creyera en el comunismo porque, y la historia siempre lo demostró, los comunistas eran unos apiñados, unos intolerantes y unos muertos de hambre.
Recuerdo de muchacho que entre los cubanos, a nivel de pueblo, había mucho pánico con que a alguien lo señalaran por ir a la Iglesia o por creer en Dios. Las familias, muy asustadas, sustituyeron el tradicional Sagrado Corazón de las salas de sus casas para “colgar” a cualquier mequetrefe, de esa nefasta revolución, impulsados por aquella comemierdería de si fidel es comunista que me pongan en la lista.
Poco a poco, al compás de cada consigna, de cada letrero, de cada pensamiento “filosófico” o cada diarrea mental del sátrapa, el pueblo cubano fue dando un espaldarazo a su fe, a sus “amores” de toda la vida, a la Santísima Virgen que siempre nos protegió con su manto, sus benditos poderes, y nos hundimos hasta el cuello, hasta la pelambrera, hasta donde solo un ser humano mentalmente mutilado lo admite, en los desechos de un ateísmo furibundo muy a tono con la maldad de la nueva sociedad castrista, del nuevo hombre seriado y de cada mariconada de un régimen que nos trató desde el principio como parte de sus posesiones y no como seres cubanos con la libertad de pensar, de creer y de soñar por nuestra propia cabeza.
En mi misma familia “bajaron” el Corazón de Jesús, una imagen que desde que tuve uso de razón nos miró siempre con su cara dulce y angelical, para “subir” una foto de fidel castro con una mirada de oportunista, de hijo de puta y de degenerado que, ahora, pensándolo bien, creo fue la responsable de todos los traumas “políticos” de mi juventud.
Pero estábamos con el sistema. Formamos parte de la “nueva ola” de revolucionarios cubanos que no le tenía miedo al imperialismo, que no se ponía un crucifijo en el pecho por nada del mundo y que ante la muerte no pedía un sacerdote, no, pedía a gritos un “plumero” pa’ escribir en la pared, con su propia sangre, escúchenlo bien compañeros, el nombre de fidel.
Dice mi amiga la cínica que nosotros mismos, es decir, la inmensa mayoría de los cubanos, obligamos a Dios a irse al exilio, lo expulsamos de nuestra tierra creyéndonos el cuentecito de que el falso, vulgar e irracional “idealismo” del castrismo era mucho más beneficioso para Cuba que la Fe en nuestro Señor, que por eso fue que nos jodimos y que hoy, lo que estamos sufriendo como nación, no es más que la osadía, la bobada y la idiotez de creer que fidel hacía milagros y perdonaba…
Ricardo Santiago.