Yo digo que el mayor defecto de nosotros los cubanos es la mala memoria y que a chovinistas y a habladores no hay quien nos gane, así de triste.
A algunos, es decir, a unos cuantos en realidad, estas aseveraciones mías les pueden sonar a exiliado mustio y acomplejado pero, a quienes me conocen bien, saben que todo cuanto digo es el resultado de mi santa devoción por Cuba y de una sinceridad superlativa adquirida en estos largos años como emigrante, como exiliado o como desterrado, vaya usted a saber.
Una vez más, y lo digo con toda responsabilidad, ratifico la enorme vergüenza que siento por Cuba, por mi país o por mi Patria de nacimiento.
Muchos me critican por decir tamaño disparate, me acusan de traidor y de cobarde, argumentan que la Patria nunca se olvida, que se lleva en el corazón, que uno nace cubano y se muere cubano, que Cuba no tiene la culpa de los dictadores que la usurpan, que los durofríos de fresa de Cuba no se encuentran en ninguna otra parte del mundo y por ahí pa’llá un montón de razones que, si yo no estuviera bien plantado en mi verdad, me harían tambalearme, me aflojarían las patas y me empujarían al lodo por apátrida, mal agradecido, anti-cubano y por “gusano al servicio del imperio”.
El caso es que hoy me avergüenzo profundamente de ser cubano. Duelo decirlo pero lo digo con todo conocimiento de causa pues del país donde nací, de los recuerdos que tengo de mi infancia, del buen hablar de los viejos de mi barrio, del brillo en los ojos que teníamos muchos cuando izaban nuestra bandera, de la riquísima elegancia de los cubanos y de las cubanas, de las ciudades limpias y de la alegría de un pueblo confiando en que tendríamos un futuro mejor, no queda nada, se lo tragó la tierra, se fue a bolina, se hundió en el fondo del mar junto a nuestro patriotismo, a nuestra hidalguía, a nuestra cubanía, a nuestra hombría y a nuestro espíritu libertador.
Por una parte, es decir, por la mayor parte, el castrismo hizo lo suyo, lo único que sabe hacer. La revolución comunista de fidel castro, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, se esmeró en destruir los cimientos de un país, de una sociedad y de una nación, creada, formada, vivita y coleando, con sus defectos, claro, para, con el cuento de la construcción del socialismo, de imponer una sociedad más justa, de entregar un país a los humildes y a los muertos de hambre, de si se tiran quedan, de todo el mundo en fila desfilando por la guardarraya y de esta es tu casa fidel, apoderarse de Cuba entera, sálvese quien pueda, aquí todo es propiedad de la revolución incluyendo tu alma cubano que me escuchas con esa cara de comemierda.
Todo eso hizo de Cuba tierra de nadie. Los dictadores castristas campean por su respeto y disponen a siniestra de todo cuanto quieren, dicen esto es mio y lo tuyo es tuyo hasta que yo me antoje y arréglatelas como puedas cubano de quinta categoría que la revolución tiene problemas más grandes que tu casa que se está cayendo, que te falten las aspirinas para los dolores de cabeza y del alma, que el agua te llegue con gorgojos, que los chícharos estén bajo cero, que la electricidad te mate en vez de alumbrarte o que no tengas un plato caliente de comida para darle a tus hijos pues el hambre que tienen no es real y sí otra de las calumnias del imperio.
Pero, nosotros, los cubanos, también hemos aportado mucho a la destrucción de la Patria, muchísimo. Para empezar fuimos y somos, como pueblo, digo, cómplices de esa criminal dictadura, nos hicimos de la vista gorda ante tanto crimen por miedo o por oportunismo, nos acostumbramos a las gratuidades y a las subvenciones como si en este mundo se pudiera vivir sin trabajar, nos tragamos la lengua ante los abusos desmedidos de ese régimen, nos volvimos indolentes ante la muerte ajena y preferimos convertirnos en emigrantes de las mil razones antes que enfrentar con el pecho descubierto a quienes nos pudrieron la Patria.
Ricardo Santiago.