Debo confesar públicamente que no tengo nada en contra de este personaje pero, como decía mi madre, a Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César y, haciendo honor a su recuerdo, quiero expresarme libremente porque tengo el derecho, el izquierdo y alguito de neuronas libertarias para emitir mi criterio aunque a algunos no les guste, se molesten, les suba la adrenalina masoquista y empinen sus chiringas contra el viento y contra mi.
Yo digo que lo más peligroso que tiene el controvertido youtuber, no influencer, Alexander Otaola, es que actúa, se comporta, enjuicia, critica y se menea, mira la batea, como si tuviera la verdad en la mano, como si su opinión estuviera por encima del resto de los mortales cubanos y como si su juicio casi “divino”, según sus “cederistas” de la “disidencia” repetitiva y servil, fuera el único válido, el más inteligente, el más lúcido, el más abracadabra y el más picoso de, repito, este mundo incomprensible, de dimes y diretes, que nos ha tocado vivir, a los seres humanos y a los seres cubanos, en las redes sociales.
Y digo peligroso, dañino, que asusta a mares, que obliga a tomarnos un Diazepán, que no puedo estarme quieto y que tengo una cosita que me sube y que me baja, porque, el hombre, tiene carisma, arrastra un público embobecido, mueve voluntades indecisas, cautiva zonzos sin libreta de racionamiento y criminaliza a todo aquel que no esté de acuerdo con él, a quien difiera de sus querellas “anticastristas” o que, abiertamente, lo repruebe porque, muchas veces, el tipo se va de rosca, se le suelta la catalina, si te atoras sube los brazos y, el pobre, se hincha de autosuficiencia insuficiente.
En la vida real a mi este sujeto ni fu ni fa hasta que alguien hizo público cierto chat de núcleo del partido donde, en francas actitudes conspirativas, miserables y traicioneras, se hacía y se deshacía contra todo aquel que alzaba su voz más alta que la de ellos, abarcaba más seguidores que ellos, alcanzaba más notoriedad que ellos o, sencillamente, era más simpáticos que ellos.
Esto es triste, muy triste, porque no existe nada más perjudicial para la mismísima libertad, sea cual sea, aunque pienso que la libertad es una sola, déjala sola, sola, solita, que alguien se crea con el derecho, el poder y las tres costuras de adiós Lolita de mi vida, adiós Lolita de mi corazón, de sentarse en el tibol de la “verdad” y decir quién es comunista, quién es disidente, quién opositor, quién lame-culo y quién me conviene para que me apoye en esta loca, loquísima carrera, por llegar a una alcaldía aunque sea mintiendo y denigrando a otros.
Porque, como dije, lo peligroso no es Alexander Otaola en sí, lo espantoso es que existan seres cubanos que den credibilidad a un sujeto que denigra a otros con total desparpajo, que vapulea a Masantín el torero, que ridiculiza al más pinto de la paloma, que le falta el respeto a la niña y a la señora y que destruye hasta a los cuatro jinetes del Apocalipsis por el solo hecho de no comulgar con los siete bretes que, día tras día, lanza al viento en su programa de las redes sociales.
Y el resultado, el más visible resultado, es que muchos le tienen pánico y callan a sus extravagancias amaneradas por tal de tener su beneplácito, de anunciarse en su programa o de no caer en su lengua de doble filo, de triple rasero y de no se cuántas enfermedades de transmisión mental, es decir, la cobardía y la idiotez, por ejemplo.
Dice mi amiga la cínica que este fulano cumple la agenda de otro, es decir, de una mano que se oculta tras las cortinas de su Rancho, que quien lo vio en sus inicios arrastrando sus vergüenzas por todo Miami, no es capaz de imaginarse hasta dónde ha llegado, hasta dónde puede llegar y cuánto es capaz de hacer por “tocar el cielo con las manos” y que usted, ellos y nosotros, le donemos un dólar, le demos un like y nos hinquemos de rodillas cuando pase su carroza cederista.
Insisto, los excesos de este hombre, varón, masculino, nos hacen más daño a los cubanos de lo que podamos imaginar, en algún momento de la vida tendremos que pagar por tanta comemierdería displicente o, si no me creen, recuerden el 1 de Enero de 1959 y en qué terminamos como pueblo y qué linda barbita tiene el nené, que linda barbita la que tiene usted…
Ricardo Santiago.