Cada vez que conozco alguien aquí en Canadá, o me encuentro con algún conocido que no veo hace tiempo, siempre me hacen las mismas preguntas: que cómo está la cosa en Cuba, cómo está el tema de los alimentos, la miseria es la misma o sigue creciendo, los apagones siguen interminables, qué esperan los cubanos para deshacerse de esa dictadura, se murió raúl castro o qué, etc, etc, etc.
Yo les confieso que a la hora de responder se me hace un nudo en la garganta tremendo y me mata la vergüenza pues tras más de sesenta y cinco larguísimos años, de existencia revolucionaria y socialista, nosotros, los seres cubanos, llevamos mal viviendo la mismitica vida, mejor dicho, la mismitica mala muerte de siempre, no mejoramos nada de nada y cada vez vamos más para atrás y para atrás en este absurdo, necio y descabellado empeño de construir la sociedad más justa, de anhelar que todos somos iguales, de creer que el pueblo unido jamás será vencido y de pretender pensar que el “hombre nuevo”, ese demoníaco engendro de los ideólogos del comunismo, no es corrupto, no es sinvergüenza, es trabajador, es honrado, es altruista y no se roba lo que no es suyo para beneficio personal.
Porque: ¿Cómo le explicas a alguien, que no ha vivido en Cuba, que nuestros males son el resultado de la pésima “gestión” de un régimen socio-económico que no busca, en lo más mínimo, la prosperidad individual?
Algunos compatriotas, aun cegados por los reflujos de un dictador cruel y sanguinario, como lo fue fidel castro, manifiestan que con ese monstruo los cubanos vivíamos mejor que ahora. Este análisis hasta cierto punto tiene alguna lógica estomacal pues es cierto que algún producto que otro, hoy desaparecidos del espectro del racionamiento revolucionario, se vendían con ciertos aires de subsidio y la mesa nacional se veía, en cierto modo, un poquito más acompañada.
Pero la base, el origen de todas nuestras desgracias socialistas, siempre ha estado latente en nuestros corazones de pueblo sacrificado y terriblemente exigido desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, es decir, los cubanos nunca hemos podido determinar nuestro propio destino, nunca hemos podido decidir sobre la educación de nuestros hijos, nunca hemos sido libres para pensar por nuestra propia cabeza, nunca, pero nunca, hemos podido elegir otro modelo económico que pensemos sea mejor que este improductivo sistema socialista, nunca hemos podido sobreponer nuestro desarrollo individual por encima de la falsa colectividad, nunca hemos podido comer lo que queremos o vivir como queremos y nunca hemos podido manifestarnos públicamente en contra de lo que no nos gusta o creemos que está mal.
Entonces, pienso yo, que un país, un pueblo, tan amordazado, tan ninguneado, tan reprimido y auto-reprimido, tan silenciado, tan humillado, tan doblegado y tan hambriento, no puede, no le es posible, mientras viva bajo ese yugo de imperfecciones físicas y morales, erradicar su propia hambre, mejor dicho, todas sus hambres, salir del profundo estado de miseria, de pobreza y de indigencia en el cual subsiste, aspirar a ser independiente de cualquier Estado o de cualquier “gobierno”, decidir con total autonomía sobre su propio destino, educar a sus hijos según sus credos, creencias y virtudes, vivir en un país limpio y soñar y trabajar por un mundo mejor para sí y para todos.
Por eso también digo, y refiriéndome al total estado calamitoso en que nacemos, crecemos y morimos, que nuestra indigencia revolucionaria ya es endémica, hizo metástasis en nuestros cerebros y se ha afianzado, a nuestra vida de hombres y mujeres socialistas, como una condición “humana” que va más allá de cualquier libertad alcanzada por el mundo civilizado, que se ha apoderado tanto, pero tanto, de nuestras actitudes y aptitudes, que nos va a costar mucho trabajo, mucha sangre, sudor y lágrimas, desprendernos de tamañas manías de grandilocuencias castristas y de tan nefastas posiciones a favor de quienes de verdad subyugan al pueblo palestino.
Y es que, por todo esto, los cubanos, en vez de evolucionar como Dios manda, nos hundimos irremediablemente en los retretes de la historia, marchamos hacia atrás hacia los peores “ideales” de quienes han pretendido dominar el mundo y nos retrotraemos, cada vez más, en la peor crisis material y espiritual que, sin remordimientos y paños tibios, condena a las naciones y a pueblos enteros a vivir de rodillas, a tragar fango, a comer mierda y romper zapatos, a pedir el agua y la luz por señas y a ser condenados eternamente a menear la cinturita al son de promesas incumplidas y prebendas malolientes, así de terrible…
Ricardo Santiago.