Las muchas, las muchísimas maldiciones del pueblo cubano.

Yo siempre digo que a la mayoría de nosotros los cubanos, una vez que logramos largarnos, poner paticas pa’ que te quiero, irnos o, simplemente, emigrar de aquel maldito infierno castro-comunista, se nos olvida, con absoluta amnesia oportunista, qué éramos, qué hacíamos, cómo pensábamos o cuánto silencio guardamos, cuando vivíamos en Cuba socialista, tierra de fidel, marchando a la una mi mula, comiendo mierda y rompiendo zapatos, deslizándonos por el camino verde que va a la Plaza o tatuándonos, en una pata, con absoluto fervor revolucionario, la imagen nauseabunda del che comandante, “amigo”.

Y es que nosotros los cubanos, una vez que pisamos cualquier país donde exista un tincito de libertad, y sobre todo libertad alimentaria, damos rienda suelta a nuestra guapería opositora y nos lanzamos a arengar, a cohetear, a instigar o a denigrar, a nuestros compatriotas que quedaron atrás, para que se tiren para la calle, para que protesten con radical conducta mambisa, para que se enfrenten a como de lugar a las tropas de la infamia o a que se inmolen en nombre de una libertad que, hasta el sol de hoy, y que tras más de sesenta y cinco larguísimos años de nefasto socialismo de alcantarillas, nadie, absolutamente nadie, ha podido oler, ha podido tocar o ha podido comer para llenarse la panza con el orgullo nacionalista de arroz blanco, frijoles negros, plátanos maduros fritos y picadillo a la habanera.

Porque así somos, desgraciadamente somos los número uno en el mundo en cuanto a denigrar, a quienes no piensan como nosotros, y humillarlos y atacarlos por tu intensa cobardía cuando no hace, ni un mes tan siquiera, éramos unos mansos corderitos del señor, viviendo con la cabecita baja, bien bajita, y permaneciendo en silencio, cieguitos ante los problemas y ante el real enemigo de Cuba y de los seres cubanos, para no meternos en problemas, para no señalarnos, para pasar inadvertidos en un país con un régimen de total terror inducido y para que nos se nos jodieran nuestros planes de irnos para siempre amén.

Yo digo que así no se vale, yo digo que tenemos que tener presente cuál era nuestra actitud y cómo nos comportábamos cuando vivíamos en Cuba a la hora de juzgar y a la hora de exigir, a quienes están allí, en la concreta, en la cárcel de tu piel, para que se tiren pa’ la calle, para que dejen de ir a sus centros de trabajo, para que cometan actos violentos, para que le metan un bofetón a un guardia o para que se inmolen “libertáriamente” porque La Habana no aguanta más y a mi no me dejan montar un timbiriche de pan con pasta y guachipupa de fresa.

Por eso creo que, muchas veces, quienes salen en las redes sociales, mostrándose más anticomunistas y más anticastristas que el resto de la humanidad con algo de inteligencia, y aunque se borraron de su pata de pensar la repulsiva imagen del asesino del che guevara, por solo citar un ejemplo, son más una maldición que una bendición, son más otro apagón que una luz al final del túnel y son más una traición que un buen apoyo para que, nosotros los cubanos, quienes viven aun bajo el yugo doctrinero del castrismo, se liberen para siempre de esa maldita revolución de los apagones.

A mi, y lo confieso con mucho dolor anticomunista, tales personajes, arengueros de un futuro mejor y de una violencia donde ellos no ponen ni el muerto, ni el hambriento y ni el preso, me asustan, me deprimen, me “encajonan” y me asquean.

Y no es que yo no crea que la única forma de extirpar ese maldito cáncer comunista, que devora silenciosa y lentamente nuestro guapetón orgullo de cubanos de todos los tiempos, sea a través de un acto de violencia quiropatriótica, a través de una inyección de aire en las venas del castrismo o a través de una toma de conciencia nacional, huelga general de brazos caídos, pues la revolución castrista no nos ha dejado otra opción, para liberarnos de ella, que armar una especie de fiestecita del Guatao que empiece en El Cabo de San Antonio y termine en La Punta de Maisí, o viceversa.

Pero de esto tiene que darse cuenta el cubano por su propia cabeza, esta realidad la debemos aceptar y entender por nuestros propios miedos, por nuestras propias miserias y por nuestras propias muertes, este proceso de conciencia libertaria tiene que ser una consecuencia de los horrores que se viven y no de las insinuaciones de quienes tenemos una mesa repleta y, cierta vez, nos tatuamos en una pata la imagen macabra del che guevara, por solo citar un ejemplo.

Ricardo Santiago.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »