Así mismo, esta es otra pregunta con un valor superior a los tres millones de MLC, es decir, qué y cómo podemos hacer los cubanos para quitarnos de encima, de una vez y para siempre, ese maldito mal que nos acongoja, esa condena de más de sesenta y cinco larguísimos años, ese terrible martirio de aura tiñosa ponte en cruz o esa maldita revolución fidelista que nos apaga la luz, que nos tiene viviendo en un rincón a oscuras, que nos pone a pedir el agua por señas, que la caña ya no la encontramos ni a tres trozos y que nos tiene sumidos, a la mayoría de los seres cubanos, en una ignorancia irreconocible e inaceptable para el resto de este mágico planeta azul o colora’o.
Pero entonces cabe otra triste pregunta en MLC: ¿Qué somos en realidad los cubanos cuando aceptamos vivir en la miseria, cuando vemos el hambre de nuestros hijos como la cosa más normal del mundo?
Yo siempre digo que los cubanos somos muchas cosas, muchísimas, tenemos entre nosotros tanta variedad de especímenes como fuerzas discordantes posee la naturaleza humana. Somos un pueblo que, desde el 1 de Enero de 1959, aceptó la ignorancia política como partido, la mendicidad espiritual como el estandarte de los Nibelungos y la obediencia dictatorial como única forma de subsistencia para vivir la peor vida, mejor dicho, la peor muerte vivida por cualquier pueblo, por cualquier raza, por cualquier sociedad o por cualquier nación, en toda la historia de la humanidad.
Dice mi amiga la cínica que ni los hitlerianos, ni los fascistas, con toda su morbosidad criminal, se atrevieron a tanto, causaron tanto dolor y tanto infortunio, destrozaron tanto a su propio país y se ensañaron tanto contra su propio pueblo al punto de matar de hambre y enfermedades tanto a sus propios seguidores como a sus valientes oponentes.
Y yo voy un poquito más allá, el castro-comunismo supera con creces todas las maldades juntas que ha soportado la civilización terrícola, es decir, desde los garrotazos en el cocote por “amor” hasta los sanguinarios y crueles campos de concentración donde se doblegan los cuerpos y las almas por pura maldad y por miedo, por pánico a que florezcan entre los hombres los ideales más puros y se extiendan y contagien a toda la sociedad.
Los criminales saben que las armas de dominación más poderosa son la ignorancia, la brutalidad profesional, el obscurantismo patológico, la negligencia social, la incultura del duro frío de fresa y la contemplación iconoclasta y parsimoniosa de los marañones de la estancia cuando el mundo se nos viene encima, cuando nuestros techos se caen a pedazos y nos aplastan como a insectos y cuando no hay mal que por mal no venga es la mejor filosofía para tragar un poquito más de aire y alcanzar el séptimo o el noveno “cielo”.
Por eso nos tienen viviendo así, por eso nos ponen el alma, las neuronas y la vergüenza, a morir de rodillas, a transitar por ese camino oscuro y lleno de espinas que nos conduce al matadero, por eso nos mantienen ignorantes hasta de la vida de vivir cuando todo el mundo sabe, el mundo entero lo domina, que producir, dar riendas sueltas al ingenio individual, que la libertad es un derecho y no una prebenda, que los pueblos no tienen dueños y que los gobiernos son empleados y no amos, es la única forma para que las sociedades se desarrollen y los seres humanos, y cubanos, tengan la opción de, si se lo proponen, alcanzar esos riquísimos estados de conciencia llamados felicidad.
Yo soy un tipo que tengo fe en que la buena razón, al final, siempre se impone y que nosotros los seres cubanos, si lo miramos y lo analizamos con perspectiva de seres racionales, la mala vida es nuestra cotidianidad pues más de seis décadas, de lo mismo con lo mismo, son una enseñanza brutal. Algún día, Dios quiera que muy pronto, tomaremos conciencia de nuestros males y entenderemos quién es nuestro único enemigo, para así erradicarlo, para siempre, de nuestras casas, de nuestros barrios, de nuestro país y, lo que es más importante, de nosotros mismos.
Y también tengo fe que eso, es decir, esa iluminación poderosa, a nosotros nos sobra y mucho, a nosotros como pueblo nos desborda pues si una vez tuvimos el valor de apoyar nuestra propia destrucción mañana tendremos los cojones de alzar nuestros brazos y defender…
Ricardo Santiago.