¡A correr que llegaron los huevos!

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Sólo un cubano puede entender el verdadero significado de este monstruoso grito. A primera vista parece intrascendente, inofensivo y hasta, si se quiere, medio vulgar, pero no se confundan compañeros, los huevos para los cubanos, más que sinónimo de valentía, arrojo o pantalones bien puestos, han significado el sustento salvador de la familia a lo largo de estos casi 60 lamentables años de revolución con minúscula.
Los huevos en cualquier parte del mundo civilizado (del cual esta dictadura de mierda nos excluyó bochornosamente) cocidos en todas sus variantes, son un desayuno normal, común y que suben el colesterol, pero en Cuba, para gran parte de los cubanos, constituyen una cena de lujo.
Dice mi amiga la cínica que los cubanos por obligación elevamos a la máxima expresión el arroz con huevo frito como la mezcla perfecta, el “par de dos”, el dúo magnifico o la dupla sagrada.
Un cubano con huevos es un cubano casi feliz.
Cuando los huevos se pierden es como si se perdiera la vida, nos la destrozaran o nos la apagaran.
Contrariamente a lo que muchos amigos en el mundo piensan, el pueblo cubano es un pueblo con huevos, con muchos, pero muchísimos huevos.
Hay que tener huevos para pensar ¡Abajo Fidel! dentro de Cuba. Para gritarlo públicamente hay que tener carretones de huevos y para enfrentarse a la más terrible dictadura de la historia contemporánea, con sus esbirros y disimiles formas de represión, hay que portar todos los huevos del mundo.
A un cubano, por derecho castrista y decreto gubernamental, le venden como producto normado, por la “famosa” libreta de abastecimiento, cinco huevos al mes. Nadie que no haya pasado por la experiencia de vivir mensualmente con sólo una manito de posturas de gallina, puede entender con exactitud qué significa tan cruel oprobio, tan brutal racionamiento, tamaña falta de respeto o tan inmerecida sentencia de muerte.
La carrera por llegar primero a la cola de la bodega, antes de que se formara la molotera, era uno de los suplicios y pendencias de mi madre. Recuerdo, como si fuera ahora que, cada vez que yo salía a la calle me decía: “Pasa por la bodega y pregúntale a Marcelino si llegaron los huevos…”. La pobre sólo comprendí su “adorado tormento” el día que tuve mi propia familia y tuve que pugilatear mis propios huevos.
Los cubanos, de generación en generación, heredamos el suplicio terrible de luchar por los alimentos a causa de la inoperancia de un gobierno que, por su incompetencia e incapacidad, nos ha matado de hambre sistemáticamente.
Pero los huevos en Cuba también fueron utilizados como arma de destrucción masiva y creo justo no debemos olvidar esta triste función del ”embrión pollete”.
En los meses convulsos alrededor de los sucesos de la Embajada del Perú en La Habana, y el posterior éxodo por el puerto del Mariel, muchos huevos volaron con impune sortilegio por todas las ciudades de Cuba. El castrismo promovió la metralla “ovular” como forma de agredir y marcar a quienes querían abandonar el país. La sentencia estaba prescrita y “venía orientada desde arriba”: “Si no eres revolucionario coge tu huevito aquí…”
Muchos cubanos sufrieron bajo los proyectiles de esta revolución de come-moringas, vieron sus casas y a ellos mismos impactados con el odio, la irreverencia, la impotencia, la maldad, la cobardía y el cosquilleo autorizado de un gobierno impotente y perdedor que quería ocultar, mediante el bombardeo patriotero con “posturas inofensivas”, la profunda mentira de que los cubanos éramos hombres nuevos, diferentes y distintos.
Dice mi amiga la cínica que una gallina tiene más huevos que Fidel Castro.
Yo también lo creo.




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